EN BUSCA DE LA INTIMIDAD
por Alicia Dujovne Ortiz Los primeros pintores de lo nuestro, europeos en
su mayoría, si no formados en Europa, reflejaron las dos vertientes
de nuestra realidad de entonces: por un lado,
el horizonte excesivo que incita a la libertad pero también al desenfreno
y a la duda sobre la propia identidad; y por otro, los tímidos intentos
de Construirnos una vida a la medida humana, vale decir, de convertirnos en
algo más que una conquista, una batalla, una cabalgata viril y solitaria,
para volvernos país. Así
pues, mientras algunos de estos precursores del arte nacional han elegido
mostrar la pampa inacabable y, con elki, el sentimiento de orfandad que engendra
la violencia, otros han optado por rastrear en nuestras costumbres un elemento
apaci ble, una actitud replegada, evocadora del nido más que del vuelo
de caranchos sobre la tierra infinita.La imagen reveladora de este movimiento
hacia adentro es, sin lugar a dudas, Un alto en el campo de Prilidiano
Pueyrredon,
donde la figura femenina con su falda arrepollada halla refugio entre las
blanduras de un ombú. Se sabe, o se supone, que el cuadro representa
a un grupo de vecinos acomodados que van de viaje. El gesto del gaucho que
se lleva la mano al ‘ para saludar a la patrona sentada expresa respeto a
la condición social. Quizás haya venido a decir le que los caballos
están listos para continuar su marcha hacia las soledades que se alargan
a la derecha del cuadro. Pero más allá de la anécdota,
ese árbol mater nal, con sus raíces en forma de vísceras,
y esa mujer contenida dentro de las raíces y conteniendo sobre su regazo
nuevas redondeces —esa mujer guardada en el ombú como un mate en una
mano—, son la metáfora de una intimidad ante la que el mundo viril
comienza a inclinarse. El galope sin freno da paso a una búsqueda de
rescoldos tibios. Civilizarse es quedarse.
Si la bañista de Prilidiano también se encoge pequeñita
bajo un inmenso sauce que vela por ella (otra imagen de mano protectora que
envuelve a una mujer), sus retratos participan de esa atmósfera pulida,
apaciguada por el dinero, por la cultura, por el reflejo de Europa, y fruto
del horror a la “barbarie” sin trabas. Ese matrimonio Calzadilla, con su apariencia
endomingada y su mirada tranquila —el robusto señor con sus pantalones
tan impecables como su buena conciencia de
. — —comerciante prospero, la señora con sus monos, sus volados y su
increíble parecido con Libertad Lamarque—, no parece guardar relación alguna con
el humo de hoguera que se cierne sobre el pasado argentino. Así como
la actitud de dandy ne
gligente con que Enrique Lezica cruza las piernas, enfundadas en pantalones
de tono de sus bigotes —dulces marrones otoñales que niegan con su
sola existencia los rojos de Manuelita— habla de una Argentina que aspira
a la suavidad. Y hasta la hija de Rosas inclina hacia el costado la cabeza
y el talle, con una suerte de resistencia pasiva frente a sus terciopelos
de sangre, escondiendo en su interior, como el ombú a la viajera, el
enigma de su mirada. ¿Qué piensa Manuelita mien tras palpa la
misiva que no nos ha enviado? ¿Soporta resignada el ambiguo amor de
su padre? No lo sabremos nunca pero lo sospechamos. Enjoyada o humilde, la
mujer de aquel tiempo guarda un silencio largo que aún nos ensordece.
León Paciere lleva a su máxima e’xpresión la tendencia
a anidar. Dos palomas se arrullan sobre el techo del rancho. El gauchazo imponente
ha atado su caballo al borde de la nada, y ahora se diría que se achica,
requebrando a la mocita y que brando la pierna en un ángulo prolongado
por el brazo que la vergonzosa se lleva a la cara. El brillo de sus espuelas,
la complicada arquitectura de sus ropas rematadas en puntillas contrastan
con la modesta paisanita de vestido sencillo. Pero la fuerza de la mujer está
en la mano que se apoya en el símbolo, la puerta de la casa, el marco
de la abertura que divide la luz de la sombra y que incita a hundirse, a introducirse.
Aquí lo femenino es lo opuesto al desierto, el deseo de penetrar el
espacio mínimo es a la vez sexual y existencial Todos los ranchos pin tados
en la época se vuelven hogar que retiene, que protege, que al menos
provi soriamente impide partir.
Aunque la carne asada al fuego siga hablando de violencia, hay remansos mas
culinos donde se busca otra intimidad, la del relato. Iluminados por las llamas,
los gauchos de estos cuadros ignoran que al compartir historias de aparecidos
están sentando las bases de la literatura fantástica rioplatense.
Sin ellos Borges, Bioy Casares, Cortázar no habrían existido.
Plácido remanso femenino en este univer so de puñales y de botas
de potro, aunque también de cosas de otros mundos ape nas susurradas:
la monjita santafecina Josefa Díaz con sus frutas de una cándida
sensualidad. Higos entreabiertos que muestran por las rajaduras el interior
lechoso. Una sandía que se deshace ante el paladeo de nuestros ojos.
Duraznos divididos en dos hemisferios de carne joven, suculenta. La vida contra
la muerte,el placer contra la guerra y contra el miedo. O la existencia cotidiana
que se
-impone por si misma, porque la pampa sera inmensa pero la casa existe y hay
que barrerla y el escobero negro pasará por la calle anunciando sus
plumeros con un ritmo y unas palabras que también son cultura. Otra
mujer, la hermana de Sarmiento, cierra este recorrido a través de un país
que se va adentrando de a poco, muy de a poco. Imagen de ternura pero también
redoble
de tambores que anuncia la desgracia, Dominguito fija los ojos en el vacío,
como mirando su muerte. El el de la paz, es una aspiración aún
lejana.
PRILIDIANO PUEYRREDÓN - LEÓN PALLIÉRE
por Sylvia Iparraguirre
Prilidiano Pueyrredón, nuestro primer gran maestro en pintura, y León
Palli son dos nombres indisolublemente asociados al imaginario iconográfico
argenti no. Unidos por su arte a nuestra literatura y a nuestra historia.
Hasta cierto punto, sus vidas trazan una suerte de líneas paralelas.
Nacen en el mismo año, 1823; dejan América en la infancia; visitan
brevemente Buenos Aires en 1848-49; regre san a Europa, y volverán
a instalarse en la Argentina después de la caída de Rosas. Juan
Pedro León Palliere Orandjean Ferreira nace en una familia de arqui tectos
y pintores en Río de Janeiro. Su padre lo inscribe en la Legación
francesa y a los siete años lo lleva a París, a comenzar su
formación. En 1849 viene por primera vez a la Argentina. Casi al mismo
tiempo vuelve Prilidiano Pueyrredón, hijo único del ex Director
Supremo de las Provincias Unidas. Su padre, enfermo, quiere morir en la patria.
Habían abandonado Buenos Aires en 1835, cuando se le otorgaba a Rosas
la suma del poder público, para Ins talarse en París donde Prilidiano
continuó su, educación, En 1849 muchos exiliados han vuelto.
El joven pintor de 27 años es convocado a realizar el retrato de la
hija del Restaurador. La imagen de Manuelita Rosas, hoy en el MNBA, será
su obra más famosa y una de las mayores que realice en el género.
Muere su padre, y en 1851 vuelve a Europa. En 1854 regresa al país
para quedarse definitivamente.
Al año siguiente llega León Palliere y se instala en Buenos Aires.
Los dos pin tores cuentan con una formación europea sólida y
completa. Prilidiano, además de pintura, ha estudiado ingeniería
en la Escuela Politécnica de París. Buenos Aires es una ciudad
que prospera rápidamente: el ferrocarril llega hasta Flores, la calles
del centro tienen luz de gas y empedrado; como señala Roberto Amigo,
los porteños se deleitan en los “gabinetes de vistas ópticas”,
donde se muestran con efectos de luz, láminas coloreadas de monumentos
famosos y personajes
románticos. En los temas locales, lo del momento es la recreación
de los ho rrores rosistas. No hay galerías de arte, pero los almacenes
de Fusoni Hnos. siempre hacen lugar para muestras de cuadros y objetos de
arte.
- ,Al llegar al país, Prilidiano trae extensa practica y dominio en el arte
del retrato. Neoclásico o, a veces, romántico, su estilo es
ecléctico y no puede vinculárselo a una sola escuela. Sus amigos
son ahora la elite económica y social que está en el poder en
Buenos Aires, quedarán en una galería de retratos,
extraordinario friso social de su clase y de su t Si bien algunos son más
convencionales, otros exhiben gran calidad como los de Cecilia Robles de Peralta
Ramos y su hijo Jorge; Rosa Anchorena de Ibáñez y su hijo; Manuel
de Ocampo, o el de Miguel de Azcuénaga, presidente del club del Progreso
al que asistía Prilidiano. Conocedor experto del campo y del gaucho,
Pueyrredón dejó maravillosos cuadros del ámbito rural
bonaerense, Tema-eje fundamental de su producción, planteó estas
escenas en un formato de tela apaisado, de grandes dimensiones, uno de cuyos
ejemplos más logrados es Un alto en el campo. La pulpería, los
trabajos de las estancias (El rodeo), el gaucho, las carretas, indispensables
en la comunicación entre estancias y poblaciones en la inmen sidad
de la pampa, paisajes de la costa de San Isidro, son centro temático
de sus telas. Recurrentemente, hay un elemento constitutivo del paisaje, el
ombú, símbolo de identidad de la llanura, que muchas veces organiza
el rela to de la tela (Un alto en el campo). Estos cuadros, admirados por
Cándido López a quien influyeron, obtuvieron gran reconocimiento
público en notas del diario La Tribuna. Como Palliére, Pueyrredón
exponía algunos trabajos en el almacén de Fusoni Hnos.
Pintando en el altillo de su quinta de San Isidro, este representante de la
clase alta porteña no dejó de ser algo enigmático. Soltero,
probablemente masón, amante de la caza, la buena mesa, la ópera
y las mujeres, Pueyrredón fue un hedonista que trajo a la recatada
sociedad porteña algunas “costumbres france sas” que resultaron escandalosas.
La convivencia en su quinta de San Isidro con su criada, tal vez la modelo
de sus desnudos, las reuniones con amigos de hábitos muy libres, como
Santiago Calzadilla (uno de sus retratos más logra dos) dan un tipo
masculino que hubiera concordado más con el fin de siglo que con los
años 1850. Un párrafo aparte merecen sus “desnudos” (El baño
y La siesta). Estos cuadros (se supone que pintó más pero quedaron
sólo dos) pare cen haber sido el motivo de cierta leyenda negra que
injustamente opacó, al final de su vida, su otra producción.
Sin duda fueron pintados para exhibición o uso privado de los hombres
que formaban su círculo. En ellos la desnudez no se exhibe bajo el
pretexto bíblico o clásico, sino que son de un realismo muy
concreto y de un erotismo directo. Pueyrredón hace algo inadmisible
para la época: la mujer no es una Eva abstracta ni una Afrodita anónima,
es recono cible: se trata probablemente de su criada que “era a la vez sirvienta
y una de sus tantas queridas” y que vuelve a aparecer en Señora cosiendo
un pavo. En la obra de Pueyrredón se advierten las relaciones y mutuas
influencias que en esa década entablaron el daguerrotipo y la cada
vez más difundida fotografía con la pintura. Los desnudos, como
investigó Malosetti Costa, concordarían conlas series eróticas
de daguerrotipos que circulaban en la época, mientras que algunos de
sus retratos están basados en fotografías. Como arquitecto e
ingeniero participó de diversas modificaciones edilicias y de obras
públicas de embelle cimiento urbano. La quinta de Los Olivos que proyectó
para los Azcuénaga es hoy la Quinta Presidencial. Es significativo
que como artista no refleje en absoluto los hechos políticos del momento,
al punto que la Guerra de la Triple Alianza, centro de la pintura de Cándido
López, no dejó rastros en su obra.
Cuando llega a Buenos Aires,, en 1855, Juan León Palliere tiene 33 años.
De inmediato establece relaciones con el círculo intelectual de la
sociedad porteña. Sarmiento, uno de los proscriptos que había
regresado y escribía para El Nacional, se ocupa numerosas veces de
Palliere en sus notas. También le pide opinión sobre un pintor
que ha sido alumno suyo en San Juan. Se trata de Benjamín Franklin
Rawson. A este pedido responde Palliere con una generosa y extensa nota en El
Nacional: “(...) Desde luego, para quien viene a América desde Europa
y por largos años ha vivido en la frecuencia de los grandes artis tas
y de los grandes modelos, al encontrarse en presencia de estos trabajos queda
fascinado, sino por lo irreprochable de la ejecucion por la sorpresa de ver
lo que no se esperaba; y es el arte cultivado con acierto, el dibujo estudiado
con co rrección, la naturaleza perfectamente comprendida, l colorido
dado con acier to y muestra de talento que revelan un pintor Se refiere
Palliere
a tres cuadros de tema histórico que por esos días exponía
el pintor sanjuanino. Uno de tema clásico, La hija de Cassote, alusivo
a la época de Rosas; el segundo inspi rado en La cautiva, de Echeverría;
y el tercero, El paso de los Andes, con el tema del salvamento del ejército
unitario en la cordillera, en el que figura el propio Sarmiento. Rawson había
formado parte de la juventud dorada y romántica de su provincia; a
los 18 años su padre lo manda a Buenos Aires a estudiar con el entonces
“pintor federal”, Fernando García del Molino, con quien practica la
técnica del retrato y la miniatura. De regreso en San Juan, problemas
políticos y su amistad con Sarmiento lo deciden a exiliarse en Chile,
donde tiene la oportunidad de seguir estudiando con el maestro francés
Raymond Quinsac Monvoisin. En 1856 lo encontramos otra vez en Buenos Aires
en busca de
nuevos incentivos para su carrera artística. Sarmiento, que alentaba,
como lo haría años más tarde desde el gobierno, los talentos
individuales y las iniciativas que ayudaran al surgimiento de un arte argentino,
debió sentirse orgulloso
del juicio autorizado de Palliere. Desde el primer momento, se interesa por
los motivos de tipos y costumbres del país para sus dibujos y óleos,
que toma de sus tempranos viajes a Tigre y a Morón. Suele exhibir sus
cuadros terminados en la ventana de su casa-taller de la calle Cuyo. Más
tarde presentará su obra innumerables veces en los heterogéneos
almacenes de Fusoni Hnos. También participa de otros proyectos, como
el de un Mausoleo para Rivadavia y una fachada para la escuela Catedral al
Norte. En 1858 realiza un largo viaje a Chile. Se embar ca luego por el Pacífico
hasta el puerto de Cobija. Desde allí, atravesando el desierto de Atacama,
llega a Salta. Continúa su viaje por Tucumán y Córdoba,
baja hasta Rosario y, por el río, a Buenos Aires. De este largo trayec
to, prueba de su vitalidad y curiosidad inagotables, queda su Diario, ilustrado
con dibujos y pinturas de las provincias argentinas. Palliere es un observador
minucioso a quien le gusta dejar el asiento de la diligencia para sentarse
junto al conductor mientras toma rápidos apuntes. Al mismo tiempo,
en una Europa ávida de imágenes exóticas, revistas de
Londres y París publican sus dibujos sobre la vida de los remotos gauchos.
Otra de sus extensas excursiones lo trae de regreso de un viaje a Brasil,
por el Chaco y las provincias del litoral. Toma personajes y detalles de vestimenta
de cada lugar, que luego reunirá en sus acuarelas, óleos y litografías.
Los trabajos del pintor tienen siempre buena recepción en la prensa
de Buenos Aires, que e’xalta la naturalidad y “la verdad en las costumbres,
posiciones y traje de nuestros paisanos”. En 1864 inicia la publicación
de su famoso Álbum Pal1i ere Escenas americanas. Reproducción de cuadros,
aquarelles y bosquejos. Las 52 láminas se publicaron de a cuatro por
mes en el diario La Tribuna. El álbum logró gran resonancia
en el público, y en la prensa se habla de “preciosa colección”
y “joyas de arte”. La posición de Pallierey en el Buenos Aires de 1860
es inmejorable, se lo estima como per sona y como profesional. Uno de sus
trabajos logra una popularidad inédita. Se trata de un dibujo de la
ciudad de Mendoza hecho tres años antes del te rremoto que prácticamente
la destruyó y que atrae la curiosidad general. Pero Palliere llevaba ya
muchos años en América del Sur. Quería volver a su país
y reinsertarse en la vida artística francesa. Antes de irse, dona un
cuadro para subastarlo en beneficio de los soldados indigentes de la Guerra
del Paraguay.En 1866 dejó definitivamente la Argentina, con la que
mantendría siempre
.una nostalgica relacion a distancia. En una carta escrita entonces dice:
‘Yo debo mucho a Buenos Aires y creo, como muchos otros, que valgo más
que cuando pisé esa tierra por primera vez”. Recíprocamente,
y como pasa con Pueyrredon, los argentinos le debemos mucho a Palliere. Los
contempora oneos, porque conocieron a través de su obra aspectos de nuestro país
y de su gente que ignoraban. Hoy, porque nos muestra una Argentina que sólo
podemos encontrar en la y el arte.
RETRATOS Y ESCENAS COSTUMBRES
por LaLira Maloserri Costa
Hacer retratos fue la ocupación m frecuente de los pintores argentinos
durante buena parte del siglo XTX. Pueden imaginarse f [ los motivos: luego
del fin del orden colonial, in renovaci6n de las idea y la apertura del comercio
Loil ELtropa modificaron las L-costumbres-y enriquecieron a ciertos sectores
de la sociedad. Aquello que movió a los ciudadanos adinerados a
encargar retrato’ que el deseo de preservar la propia imagen ola de tos seres
queridos (a veces cuando ya eran difuntos). Los escasos encargos públicos
apuntaron a difundir o incorpo rar al imaginario nacional la efigie
de los hóroes, No fue fácil, por otra parte, en una nación
nueva y sujeta a permanentes conflictos políticos y guerras clvi les,
difundir el hábito de apreciar as obras de arre por sí mismas,
i ndependi ente de algún fin práctico. El retrato fije, entonces,
e género m difundido al menos hasta las décadas )finales del
siglo, cuando e instaló ampliamente en nuestro medio el uso de 1 fotografía
p n•i para esos fines s fin es. No debe pensarse sin e mb argo en la fotografía
sólo corno eL competidora de la píntura Jora de la pintura, r también
fue un instrumento muy útil n fue un i muy útil para los pintores: a mentido se valieron de
ella tanto
para abaratar las sesiones le pose de sus modelos co mo para retratar 1
personas
i as difuntas o ausentes.
Sin duda el más interesante y prolífico retratista activo en
Buenos Aires a medí a- dos del siglo XIX ha sido Prilidiano Pueyrredón.
Nacido en I8 de 1823 familia patricia ••único hijo del director supremo
Juan Martín de I’t,eyned6n— vivió largo tiempo en Europa (a
lo largo de casi todo el período resista) y se formo como ingeniero en la misma Ese., 1 ‘nhrécn
escuela politécnica de 1 ‘arís donde había
estudiado Carlos Enrique Pe I egri ni. A los 27 a ños —y en ocasión s 6 n
de un breve regreso cuando todavía fa estudiaba en Tu u Pr i I ri ano recibió
s u primer y más im portante encargo: el retrato de Manuelita Rosas.
La comisión que lo designo puso Condiciones. “uy precisas y difíciles:
la dama debía vestir de rojo, en una habitación decorada también
de rojo, y este color (cuino e pintor les respondió en una carta)
no
favorece a mujeres de cierta edad. Logró nuestro artista, sin embargo,
retina realizar notable, punto de partida para una carrera excepcional que en un
Par de décadas lo llevó a
retratar a buena parte de la alta sociedad
porteña, a la que él ni ismo pertenecía. A de sus obras
más logradas. dentro de este género son, precisamente, las que
hizo de sus a migos, como Santiago Calzadilla, Pintó también
Pueyi-i-edón paisajes pampeanos en los que se desarrollan escenas
apacibles de viajes y labores decampo, continuando, aunque transfigurada,
la mirada pintoresquita de los que Utilizando un fondo ‘huy apaisado,
el artista logra
trasmitir la a sensación de. inmensidad del paisaje despegando sus
escenas ¿costumbristas s sobre un u un 7011 te bajo que deja ver
1 e extensos cielos )s de la Pampa también apacible es la atmósfera
que logró en sus cuadros de ‘sos y costumbres” de
la campiña bonaerense el francés León Palliére
(1 8 1887), qu ien permaneció en el país y recorrió la
Argentina entre 1855 y 1866. Un buen número de sus óleos, acuare
las y dibujos de la Argentina, Uruguay, Brasil y ( hile fueron litografiados
y adquirieron amplia difusión ene’ célebre Álbum I’a Algunas
obras
suyas también fueron exhibidas en Francia. La cuna por ejemplo, fue
reproducida en la revista L’Jtlasrradan.Alga afectadas y teatrales Te
resultan
a Veces SUS escenas costumbristas. para las que las ocasionalmente d artista encontró i inspiración en ciractolmes
poéticas
y Irelanas. Es el caso del Idi&, criollo, ins-sspii-ado en Linos versos del
poeta Ricardo Gutiérrez.
Si bien Buenos Aires. por ser el puerto de llegada de los artistas extranjeros,
fue la cuidad que concentro la mayor movimiento) en la primer mitad
del siglo X hubo una incipiente actividad artística en d distintas
ciudades e
de las provincias. Debe mencionarse, por ejemplo, a Benjamín
E Franklin a L Rawsom pintor sanjuan i no que se había formado con Fernando
(i del Molino y que fue apoyado y elogiado por Sarmiento. 1 a pintó
cuadros histór ic os —e los que se d esta can Salvamento en la
cordillera (destinado
a ensalzar la figura de Sarmiento) y e Asesinan, de M aza—, y otros- s que e.
i la si bien no e ‘cuadran en el género, refieren los hechos de l política
y la guerra desde e lugar de los personajes an6n i nos que las sufrieron.
Es e caso de La despedida. del recluto y H d huyendo del malon En obras como Escobero o La
cometa desplegó interesantes y vivaces i m de pcrsonajes.escenas populares
de la vida cotidiana.
No fueron pocas las mujeres que desarrollaron la ron actividades [ artísticas
en la Argentina del siglo XIX. Sin cm barga se recuerda el nombre de muy
pocas de ellas, consideradas en general aficionadas e. mencionadas ’ me i ,ad as co
mo “s eh señoritas ras” o“discípulas” de ralo c pintor, elogiadas por ser
“bellas” o “eleganres” y rara vez como a artistas s, las mu e jerez con tri
boyero n no poco, sin e mb irgo. al desarrollo del gusto y l frecuentación
del arte plásticos tanto en Buenos A i res corno en las ira principales ciudades
del interior del país. Procesa Sarmiento de LELOIR (1818—1899), hermana
mise, so r del sanuj uan inca, se form á con Ni Monvoisin ‘i en Lis
Chile.
Además de una extensa producción pictórica en la que e se destacan rc
tratos como el de Domin por su e Mot. i vi dad ’ 0 un importante labor
c omiso p roo fesora de dibuja y pintura en San J y Mendoza. En Santa Fe., Ir
Josefa Díaz y Clucellas las (quien había estudiado con e
pintor
italiano Héctor Facino dedico buena parte
de 5u actividad como pintora no al arte religioso, aunque también Tea
[ algunos retratos, e scen as de costumbres y m tu ralezas muertas en las
que una cierta ingenuidad ene dibujo no c su interesante uso de color
origen de datos: arte para todos clarin
Esta composicion presenta varias escenas que reúnen presonajes de distintos ámbitos y de diferentes clases sociales
Este óleo de grandes dimensiones fue inspirado por un poema de Ricardo Gutiérrez ( no te vías luz nacida) también conocido como el gaucho enamorado o la declaración damour, los personajes se inscriben en una construcción organizada de verticales y horizontales
En este pequeño óleo el pintor saca partido del soporte de cobre para realzar la luminosidad del paisaje frondoso y variado en el que se distinguen multitud de tonos verdes y calidos .Las figuras de los bañistas se recortan muy claras y minimizadas en su relación con el follaje
Realizado a partir de un encargo exigente ,logra que su retratada inmersa en una sinfonía de rojos diferentes aparezca dignificada en la multlipicvidad de atributos que se pretendian para ella : imbuida en euna lujosa dignidad que emulaba los retratos de cortes europeas , su gesto la presenta a la vez como intercesora bondadosa frente a la autoridad de su padre.
el retrato de la esposa de calzadilla ,hija del conductor de los 33 orientales aparece ambientado sobre un fondos de paisaje cosa poco habitual en la producción del pintor .Patricia Junta sugiere que el artista represento a su modelo en la propiedad que el matrimonio poseía en tigre.
Amistad, camaradería ,complicidades irradiar este retrato en el atelier del artista .El que luego seria autor de las vides de mi tiempo, posa informal y modernamente ataviado con su chaqueta amarilla de espalda a una pared en la que pueden verse un pequeño cuadro de desnudos femeninos
con gran economía de elementos logra uno de los puntos mas altos en este retrato intensamente expresivo .El joven aparece casi de cuerpo entero ubicado frente a un fondo neutro iluminado desde la derecha que destaca la serena expresión del rostro y las manos así como la cualidad de las diferentes texturas de su atuendo en el que despliega una interesante gama de tonos calidos.
la silueta de una carreta se destaca contra el cielo pampeano en una composición que acentúa su peso y volumen al desplegar la acción de una línea descendente , la escena compuesta de un ovalo se organiza a partir de la línea del horizonte e incluye una minuciosa descripción de especies vegetales en primer plano.
sobre un fondo apenas trabajado en zonas que insinúan distintas tonalidades calidas ,se recorta nítida la figura del negro vendedor de escobas .Si bien a primera vista se trata de una clar composición pintoresquita ,el tipo de trajes y costumbres parece evidente que el pintor sanjuanino realizo un retrato pleno d simpatía por el cielo personaje.
un interesante grupo de figuras infantiles en distintas actitudes y posturas se despliega en aparente desorden,lejos de cualquier intención moralizante o pintorquista,Rawson ubico esta escena de juego infantil en un callejón de posible de identificar.
ligeramente transfiguradas en una composición muy centrada y equilibrada ,bañadas por una luz fría estas frutas se ubican en un plano blanco ligeramente rebatido.Pintada por Josefa la monja santafesina en un momento temprano de su carrera esta obra resulta atractiva por la ingenuidad y la frescura de su ejecución.
La hermana menor del sanjuanino quien estudio algunos años en chile con Monvoisin tuvo una larga labor como profesora de dibujo .Pinto escenas religiosas,cuadros de costumbres,el hijo de Domingo Faustino que murió en la guerra del paraguay se destaca por su calidad expresiva