PINTORES DE LA BOCA

ir a pintores de la boca

  ENTRE LA BOHEMIA Y EL RIGOR FORMAL
por Isidoro Blaisten
“jQué va a ser artista ése, si vive a la vuelta de casa!” Este proverbio nacional no tiene razón de ser en La Boca; todos los artistas viven a la vuelta de la casa de cualquier vecino. Para los habitantes de La Boca, el barrio es el mundo, y algunos, como Lacámera, nacerán y morirán allí.
Como si lo mejor del genio latino se hubiera concentrado en ese lugar de la ribera, podemos observar que casi todos los pintores tienen apellido italiano:Lazzari, Del Prete, Chinchella (después Quinquela), Lacámera, Daneri, Cúnsolo,Rosso, Tiglio, Menghi, Pacenza, Maresca, Arato, Mandelli, Diomede, Stagnaro.
. .Salvo Victorica, todos tienen origen humilde y han trabajado en humildes ofi cios: Quinquela, carbonero y estibador; Lacámera, pintor de brocha gorda y aprendiz de telegrafista; Cúnsolo, ayudante de carpintero; Diomede, modesto empleado de un ministerio.
La Boca es un barrio proletario, poblado de genoveses que vinieron a fare l’America, y quedaron anclados aquí. Y esos artistas son los descendientes de esa ilusión, Todo el barrio va a ser un fondeadero de ilusiones donde recalan las familias y los solitarios.
Y es así como, entre la bohemia y el rigor formal, nace lo que se ha dado en llamar la Escuela de La Boca: una suma de individualidades que no da como resultado un todo homogéneo Todos pintan el mismo paisaje, todos miran hacia el mismo lugar, pero todos ven cosas distintas. Los artistas de La Boca fueron únicos, lucharon contra un medio hostil y una crítica displicente. Nunca fueron esclavos de la moda y siempre prefirieron el trabajo a la queja. Algún día, alguien se dará cuenta de que gran parte de la mejor tradición argentina en pintura nace en la Escuela de La Boca, De esos artistas que vivían a la vuelta de la esquina, esa gente sencilla, con esa dignidad de maneras, que poblaron un tiempo despacioso y limpio.
Fortunato Lacamera, pintor de brocha gorda y frustrado decorador de interiores, sin saberlo, como una premonición, va a trasladar a su obra esas modestas peripecias de su vida De esa circunstancia vital nace su interioridad. Pintara paredes, pintara interiores. Mientras los otros miran el afuera, el pintará el adentro y asumirá para siempre la introspección como manera de vivir y de mirar. Verá la calle desde su estudio y sacará la soledad a la calle. Será un pintor desde su ventana.
Imagino a Lacámera como un monje esencial, un poeta oculto, alguien que es uno de “los espías de Dios”, como Shakespeare llamaba a los poetas. Como un monje sereno, va trabajando el recogimiento y en esa soledad ve lo que nadie ve, repara en lo que nadie mira: viejas latas de solvente con clavelinas, el inte rior profundo de los remolcadores, el jilguero que canta en su jaulita. El color
no resplandece, medita. El pintor escondido que delimita con maravillosa
rigidez esas puertas a medio cerrar, esas ventanas entornadas, esas celosias que
apenas dejan pasar la luz, convierte esa luz en una irremediable necesidad de
trascender. Hay afuera algo que se parece a la alegría: con colores tristes,
Lacamera alcanza una extraordinaria belleza vital y logra uno de los efectos
más sorprendentes y originales de la pintura argentina,
Uno se pregunta cómo es posible lograr tanta sensualidad con esos ocres, esos
grises, esos pardos y esas tierras. Solamente un gran maestro como Santiago
Eugenio Daneri puede lograrlo.
Toda su obra trasunta baquía y oficio, y una sabia melancolía que nunca se rebaja al efectismo. Un severo distanciamiento encauza la exaltación e impide todo conato de desborde, Por eso, su pintura es un ejemplo de equilibrio y pasion, eso que Borges llamaba el algebra y el fuego
Uno siente que puede sumergirse en esa pincelada envolvente y definitiva, trasponer esa materia, ser parte de su espíritu. Por eso, yo creo que en Daneri el recato es una imposición de su natural delicadeza, pero hay al mismo tiem po una irrenunciable apropiación de lo esencial.
Daneri construye impecables composiciones para sostener un detalle: ese rojo de La estrella federal, esa mirada de El libro de misa y esa proa del Barco que atraviesa la desolación del campo en su lejanía. O esa figura lateral, apenas insinuada en Paisaje suburbano, pero que sin la cual todo el cuadro perdería su sentido.
Maestro de la sutileza, Daneri desliza como al pasar estos pequeños detalles.
En El libro de misa, lo más importante son los ojos de su hermana; no el libro, sino la religiosidad de esa mirada.
A mi se me hace que contemplar la obra de Daneri es ademas de un placer sin
límites un llamado de atención. Como escribió Rafael Squirru, “Daneri reconforta el espíritu, y así como la luz disipa a las tinieblas, así su arte imperecedero deja al descubierto todas esas patranas con que se pretende hacer del arte un espectáculo circense, pero sin la nobleza del circo”.
Creo que éste es el legado de ese hombre que hablaba poco, que ganó todos los premios, vivió 90 años y nunca salió del país.

LA INTIMIDAD TRASCENDENTE
por Sylvia Iparraguirre
Grandes galpones desolados, calurosos en verano, helados en invierno, cuartos altos y antiguos abiertos a la ribera del Riachuelo, salones destartalados en los que
se instalaba un taller o se reuma un grupo a discutir novedades. Lugares de La Boca
en los que cabe imaginar, hacia los años veinte, sentados alrededor de una mesa, a
cuatro o cinco pintores compartiendo las artes de la “cocina bohemia”. Hay coin-
-
cidencia en que los plasticos suelen ser buenos cocineros. Lacamera preparaba muy
bien el plato obligado “del ambiente”: la buseca. Periférico, pobre y anarquista, La
Boca era único con sus casas de chapas pintadas de colores brillantes, rezagos de la
pintura de los barcos, y el movimiento constante de trabajadores cruzando el Riachuelo, de la ribera a la Isla Maciel en el imponente transbordador inaugurado en 1914. Miguel Carlos Victorica, Quinquela Martín, Víctor Cúnsolo, Eugenio Daneri, Miguel Diomede y Fortunato Lacámera son los nombres mayores del arte que floreció a orillas del Riachuelo. Pero así como hay “motivos boquenses” comunes, no hay una “estética de La Boca”. Cada uno de ellos incorporó el espa cio y sus elementos-ejes (Riachuelo, puerto, barcos, calles) de manera personal y distinta. Por eso su pintura se puede abordar sólo de manera individual.
Cuando le preguntaron a Fortunato Lacámera “ qué piensa cuando convierte esa manzana en atributo de culto?”, respondió: “Pienso en lograr una síntesis extrema; en resolver problemas de tonos con un mínimo de recursos”. Cuando le preguntaron: “ qué no usa tonos claros?”, respondió: “Con colores vivos es fácil lograr efectos, yo quiero expresarme con los ocres, que es más difícil”. Y finalmente, cuando le preguntaron: “En qué piensa cuando pinta, hable de un sentimiento”, Lacámera responde: “ Nada siento cuando pinto; pienso, únicamente”. (Histonium, 1954). Tres respuestas que sintetizan de la manera más sencilla y pro funda la verdad esencial del maestro boquense.
Hijo de inmigrantes genoveses, Fortunato Lacámera nació en La Boca, que nunca
abandonó, en 1887, y murió en 1951. Un hogar de inmigrantes de catorce her-
manos y un padre, que muere cuando el tiene once anos, determinan que trabaje
desde chico. Primero en el ferrocarril y más tarde como pintor de brocha gorda. En el salón de la Sociedad Unión de La Boca inicia sus estudios con el maestro Alfredo Lazzari. Con Quinquela y Victorica compartira el caseron de la calle Pedro de Mendoza. Pero si Quinquela y Victorica daban el “tipo de artista” de los bohemios de la época, Lacámera no lo daba. Sus rasgos y su cuerpo fornido revelaban al proletario hijo de inmigrantes y descendiente de campesinos. Los que lo conocieron recuerdan esas facciones iluminadas por una sonrisa bondadosa y una mirada que “era más interior que exterior”. “Vale decir, como escribe Payrá, que Lacámera era un hombre bueno, Bueno y pensativo, dos factores fundamentales para la caracteri zación de su arte”. No pudo frecuentar la Academia o la Asociación Estímulo donde se formaba la joven generación. A los veinticinco años llevaba catorce de ferroviario. Por lo tanto, se hizo solo. Sus comienzos, como los de Daneri, están marcados por una realización de tipo impresionista. Son los años de los paisajes de la Isla Maciel y sus brumas, que lo atraen irresistiblemente; también paisajes de amaneceres y de la ribera del Riachuelo. Ayudado por Quinquela hace su primera exposición en el salón Chandier, en 1922, donde expone estos trabajos. Unos años más tarde, en 1929, con la obra Desde mi estudio obtiene el premio de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. En 1930 inaugura una muestra en Amigos del Arte. Ahora son paisajes urbanos, marinas, interiores y naturalezas muertas. La prensa coincide en las conquistas formales del pintor que dan a su obra “personalidad inconfundible”. Pero la trascendencia de esa “personalidad inconfundible” hacia el gran maestro que es Fortunato Lacámera se haría de puertas adentro, en la inti midad de las cosas cotidianas y sencillísimas que lo acompañaron en su taller. Hom bre humilde y solitario, su refugio natural era su familia, su esposa y su hijo. Muer ta su compañera, Lacámera convive con sus objetos y con un sentimiento melancólico que nunca lo abandonará. Sus cuadros de esa época captan la atención de una crítica atenta, que reconoce un “arte que trasparenta un sentido de paz y de recogimiento” (La Prensa, 1937). En la calle Pedro de Mendoza, al término de la escalera, hacia el fondo, el taller de Victorica; hacia el frente el de él, con sus bal cones abiertos a la luz y a la Vuelta de Rocha. Pero el pintor no mira hacia fuera. Y es en este momento cuando Lacámera encuentra su gran tema, En las luces y som bras de su estudio está todo lo que necesita para su arte: malvones, jaulas con jilgueros, manzanas, trozos de pan sobre un diario, un sobre, su infaltable mesíta de una sola pata, un banco, La mirada hacia el interior trae aparejado un cambio de paleta: tonalidades más pálidas, sombras plateadas, sienas y pardos, luces cremas y ocres, rosas y azules pálidos. Hacia aquellos objetos volcó su mirada transfigurado.
su pintura adquirió una presencia extraordinaria, universal. Redescubrió losmodestos objetos cotidianos y, como dice Payro, acentuo su caracter y les infundio nobleza, haciendo de lo vulgar y pobre, lo excepcional y lo espléndido”.
Nacido en 1881, la figura de Eugenio Daneri perfila esa peculiar actitud de los solitarlos que hicieron su obra en reconcentrado silencio para ser redescubiertos mas tarde como fundamentales dentro de la pintura argentina. Porque si a las obras monumentales de Bemi, Spilimbergo o Pettoruti no se agregara la pintura intimista, silenciosa de Cúnsolo, Diomede, Daneri, el panorama de la plástica argentina no estaría completo. Decir algo con el mínimo de recursos, depurar la forma hasta lle gar a lo esencial y expresar desde allí toda una visión del mundo (en literatura lo hizo, por ejemplo, Chejov) es un reto que asumieron estos pintores al margen de las corrientes y las discusiones del momento.
En su larga vida (murió en 1970), Eugenio Daneri recorrió distintas etapas que ter minaron resumiéndose en su universo personal: objetos de su taller, retratos de sus seres más íntimos (muchas veces su hermana, protagonista de El libro de misa), na turalezas muertas y paisajes de La Boca o suburbanos. Nunca viajó a Europa ni par ticipó de reuniones ni de grupos, no fue un hombre de café ni de polémicas. Su pin tura y él se identificaron en la austeridad. En 1889 es un Daneri adolescente el que ingresa en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, que funcionaba en el Bon Marché (hoy Galerías Pacífico). Tuvo como profesores a aquel grupo de pintores-maestros a los que León Pagano llamó “los organizadores”: Sívori, Della Valle, Giudici, De la Cárcova, Su primer reconocimiento lo obtuvo en la exposición del Centenario con su cuadro Figura, que gana una medalla de bronce. Es también la época de su amistad con Martín Maiharro y de su acercamiento a los consejos de Eduardo Schiaffino. En estas amistades se formó y en la atenta asimilación de lo que traían las exposiciones europeas que venían a Buenos Aires. En su primera época, Daneri se vuelca al paisaje, al que trata con la herencia impresionista. En esta tónica, envía al Salón Nacional de 1913 y gana un premio estímulo con Un crepúsculo sobre la avenida Vértiz. Progresivamente abandona la paleta impresionista y, al abrigo de Van Gogh y Cézanne, sus devociones más profundas, empieza su camino personal. En esta etapa son centrales los retratos, las flores, los bodegones y los paisajes. En plena madurez creativa, alcanza en estos géneros una profundidad y una calidad de ejecución que le valen, en 1948, el Premio Palanza. El envío con el que ganó incluía: El libro de misa, El pintor, dos Naturalezas muertas y Motivo del Riachuelo. Las palabras de Aldo Pellegrini presentan el estilo y la forma de Daneri en esta etapa:
“La textura fluyente creada por las pinceladas recuerda la de Van Gogh, sin el desenfado; la violencia de este último se convierte, en Daneri, en una vibración general que confiere al cuadro una calidad íntima, casi secreta, impresión que con tribuye a acentuar las gamas grises, terrosas, ocres, que son las predilectas del
artista”. Su obra tuvo numerosos reconocimientos; entre otros, el premio y meda-
ha de oro del Senado de la Nación por su obra La costura. En 1961 Romero Brest,
director del Museo Nacional de Bellas Artes, organizó una retrospectiva de su obrque ocupo casi todas las salas. Una anecdota recordada por Mauricio Neuman sintetiza la modestia con que el pintor, ya anciano, vivió el homenaje. “Cuando
Daneri entró al Museo para inaugurar la exposición, se sobrecogió y tartamudean-
do ante tanta majestad plástica con satisfacción y modestia dijo: Está bueno”.
FORTUNATO LACÁMERA - EUGENIO DANERI
por María Teresa Constantin
En 1708 un viajero francés escribe en su diario de viaje que “el desembarco —en Buenos Aires— se hace en un pequeño río nombrado RiochouYlle donde entran barcos de 50 toneladas... de allí a la ciudad hay medio cuarto de legua”. Así, muy tempranamente, La Boca parece fijar su imagen de barriada alejada del centro y mirando al río. Luego, un collar de casas alrededor de la Vuelta de Rocha acogerá a la mayoría italiana que singulariza al barrio; entre paisanos y apoyándose en lazos de solidaridad y cooperación es posible organízarse para construir los sueños. Así, en 1940 un pintor funda en su taller la Asociación Gente de Arte y Letras Impulso. Se trata de Fortunato Lacámera; hijo de trabajadores inmigrantes, se ha formado al calor de las ideologías obreras de la época, no es casual entonces que entre los objetivos de la asociación se plantee la difusión del arte en el pueblo. Bajo su dirección, la institución desarrolló una intensa actividad como sala de exposiciones, conferencias y conciertos, biblioteca, escuela de arte y editorial.
Paralelamente, Lacámera elabora su propia obra. De los primeros trabajos
—paisajes, sobre todo de la Isla Maciel— realizados al aire libre junto al maestro Lazzari, pasa hacia fines de la década del 20 a sus interiores, paisajes urbanos, na turalezas muertas y marinas.
El cambio no es casual, para esa época hay en Buenos Aires una fuerte presen cia de la pintura italiana contemporánea cuyo punto culminante será la exposición del Novecento italiano, en 1930, en la sala de Amigos del Arte, La pintura italiana se presenta en la Argentina con 45 artistas de ios más rele vantes y 208 obras. Lacámera encontrará en esa pintura la respuesta a muchas de sus inquietudes y su obra manifiesta el impacto recibido. Con tesón se ejer cita en la construcción del espacio, la incidencia de la luz y avanza hacia la depuración de los volúmenes en un lento y laborioso crescendo de despojamien to. De sus primeras obras de pincelada abierta, trazo visible y abundante materia pasa a una materia diluida, a grandes planos de color liso donde un detalle puede animarse con una pincelada matérica. Insiste en el uso de líneas rectas que aquietan y estabilizan la obra. El motivo parece sufrir un proceso de detención y suspensión en el tiempo. De sus obras depuradas y límpidas emana quietud y silencio. Lacámera no se alejó nunca del arte figurativo y, junto a otros artistas, encarnó una de las vías de renovación de la plástica argentina.
Buscó el contacto con el público a través del envío regular de sus trabajos al Salón Nacional y a exposiciones realizadas en el barrio y en las salas del circuito céntrico.

Fortunato LacameraSerenidad, s. f.
Las telas tienen un importante protagonismo en las obras de Lacámera. Aquí la cortina cumple una función real pero adopta un aspecto artificial: los pliegues adquieren redondez escultórica y una solidez como de piedra. Los grandes planos de colar confrontan, en el centro, con la volumétrica pera y su reflejo.Como en un espejismo, el conjunto parece flotar
.
Fortunato Lacámera; Serenidad, s. óleo sobre tela, 7OxSOcm; Museo de Bellas Artes de La Boca, Buenos Aires

Fortunato Lacámera
Naturaleza muerta con manzanas y ventana, 1942
La visión del cuarto es trasladada al cuadro en un esquema geométrico. La mesa, como en la obra anterior, rompe la verticalidad de la tela con un corte en diagonal paralelo a la ventana. El alféizar refiere a la pintura italiana del Renacimiento, mientras la grieto en la pared externa es el contrapunto de las frutas para recordar el paso del tiempo y la finitud de la vida.

Fortunato Lacámera; Naturaleza muerta con manzanas yventana, 1942; óleo sobre contrachapado, 77,7 x 55,4 cm; colección privada, Buenos Aires

Los interiores son un terreno de experimentación que el artista ejercitará hasta el final de sus días. En un riguroso tratamiento espacial, la mirada del espectador es conducida por el banco de la izquierda, los listones de madera, el botijo y el otro banco hacia la ventana abierta sobre el paisaje. El reflejo de los vidrios permite ver más allá de la ventana.
Fortunato Lacámera Desde mi estudio, e. 1938

Fortunato Lacámera; Desde mi estudio c. 1938 óleo sobre tela, IO5x7Ocm; Museo de Be Artes de La Boca, Buenos Aires

Fortunato Lacámera
Contraluz, 1947
Como en la sbra anterior, hay aquí una sabia construcción espacial reforzada por la luz que traspasa, se filtra y conduce, como en un cubo escénico, hacia las persianas cerradas. Las celosías permiten percibir el paisaje exterior y se reflejan en los vidrios, creando nuevas zonas de luz. Los toques de rojo del geranio vonifican los tonos bajos del inter
ior.

Fortunato Lacamera Contraluz (tríptico), 1939 óleo sobre cartón, 59 x 139,5 cm;

.La paleta baja de este paisaje ribereño se ilumina con pinceladas en blanco: el cielo, el reflejo del aguao los listisnes de madera del bote. Al fondo, el puente se confunde con las imágenes fabriles. El carro
y los transeúntes son sólo pequeñas sombras que lo atraviesan. La obra aparece cargada de melancolía.
Eugenio Daneri (1881-1970) Puente viejo, 1929

Eugenio Daneri;puente viejo, 1929 (detalle) óleo sobre tela pegada sobre madera,

Eugenio Daneri
Estrella federal, e. 1948
Gestual y expresivo, es el color el que estructura esta naturaleza muerta de Daneri. La pincelada se hace minuciosa, en pequeños toques, para abrazar la forma de una baja; adopta finos blancos para capturar la luz en el reflejo de los bordes del piano y, finalmente, se curva en untuosos rojos que señalan los pétalos de laflor.

Eugenio Daneri; Estrella federal, C. 1948; óleo sobre cartón, 47 x 33 cm; colección privada, Buenos Aires

Eugenio Daneri
Paisaje suburbano, e. 1941
La densidad de lo materia luminosis del camino indica una diagonal ascendente, sobre ella se instalo la verticalidad del poste y el árbol. Sin rasgos, el hcsmbre y el niño reciben el mismo tratamiento que las humildes casas del suburbio o el vado del primer plano. Una vez más, es la pincelada de cislor la que indica los diferentes planos o la profundidad del vado
.

Eugenio Daneri;paisaje urbano 1941 óleo sobre madera, 54 x 38,5 cm;colecccion mauricio Isaac Neurnan, Buenos Aires

Encuadre casi fotográfico, visión muy próxima del bote y su reflejo que ocupan así la mayor parte de la obra. El contraste entre las zonas luminosas y oscuras refuerza la masa volumétrica del bote. Las pinceladas en diferentes sentidos estructuran la arquitectura, generan el volumen de las barrancas y la masa plana del agua.
Eugenio Daneri Barco, 1952

Eugenio Daneri
El libro de misa, 1948
La figura es el eje que organiza la obra. En el centro, una gran curva se inicia en el sombrero y desciende por los brazos hacia el misal. La mirada baja de la modelo —la hermana del artista—, el recatada abandono de su cuerpo, reforzado todo por el uso de grises y iscres, confieren al personaje una actitud de profunda resignación acorde con el misal que sostiene en sus manos.

Fortunato Lacámera Vuelta de Rocha, e. 1937
Tonos ácidos, volúmenes depurados de la arquitectura, figura.s apenas esbozadas: percibido desde el balcón del estudio, el paisaje urbano aparece como una imagen congelada en la que el tiempo se ha detenidss. Los colores lisos y la insistencia en el uso de rectas verticales contribuyen al estatismo de la escena.