En entre "entre mentira y ironía" su ultimo libro recién
editado, eco analiza los usos y abusos les lenguaje en cuatro imperdibles
ensayos. Aqui se reproduce uno de ellos dedicado al corto maltes
Es posible. En su breve nota introductoria a la edición de 1991 de La
Balada del Mar Salado, Hugo Pratt dice que su interés por los mares del
Sur nace de El lago azul de De Vere Stackpoole ‑y la memoria va a la
película del mismo nombre, que sí se desarrolla en las Fidji, pero que
desde luego no haría pensar en el Corto Maltés‑. Aún así, puede
ser: también Thomas Merton decía haberse vuelto católico leyendo la
historia de la apostasía de Joyce en El retrato del artista adolescente.
Pero yo no me fío de los autores, que a menudo mienten. Pero yo no me yo
no fió solo de los textos. Pues bien: los personajes de La Balada leen
otros libros. En cierto momento Pandora aparece dulcemente apoyada en las
obras completas de Melville, y Caín lee a Coleridge, autor de otra
balada, la "del Viejo Marinero". Y además la lee en traducción
italiana y la encuentra, con .Melville, a bordo de un submarino aletnán
(forma parte de la biblioteca de Slütter, que ajará en Escondida, después
de su muerte, también un Rilke y un Shelley; Caín, sin embargo, en
conclusión citará a Eurípides). Si se calcula que Cráneo ha sido
pasante de un abogado indio de Viti Levu y discute sobre mitología maorí
y sociopolítica melanesia con la seguridad de una Margaret Mead, hay que
decir que los personajes de Pratt son mucho más cultos que él. ¿Hasta
qué punto son casuales, o amanerados, estos vademécum de las lecturas de
nuestros héroes? Pasó con Cráneo, que era un chico trabajador, pero aquí
lee incluso un bellaco corno Rasputín, y en francés. Precisamente al
principio (séptima viñeta) lo vemos consultando a Bougainville, Viaje
alrededor del mundo de la fragata del rey La Boudeuse y la urca PEtoile.
Puedo asegurar que no se trata de la primera edición de 1771, que, a
diferencia de la copia de Rasputín, es anónima y, por lo tanto, no podría
llevar el nombre del autor en la portada; visto ‑que se trata,
igualmente, de un volumen en cuarto, podría tratarse de un original
encuadernado con posterioridad, pero sería una pena estropear con la
humedad y la salobridad una antigüedad como ésa; en efecto, en la sexta
viñeta, la página aparece compuesta en tres columnas por lo que podría
tratarse de una edición popular decimonónica. El libro está abierto
hacia la mitad y en ese punto, sea cual sea la composición tipográfica,
se abre el capítulo V: "Navegación desde las Grandes Cídadas;
descubrimiento del Golfo de Louisiana... Descanso en Nueva Bretaña".
Rasputin no se concede divagaciones literarias; consulta, adquiere
informaciones sobre el punto en que prevé estar, visto que navega hacia
una base alemana de la Nueva Pomerania ‑que es precisamente la Nueva
Bretaña de Bougainville, Con todo, aparte de que en ese capítulo
Bougainville se encuentra con piraguas y salvajes que parecen salidos de
las páginas de La Balada (pero quizas seria prudente invertir la perspectiva),si vamos
cede
el «Discurso¿ preliminar"' surgen algunas incógnitas inquietantes.
El mapa de Bougainville no coincide en absoluto con el mapa que Pratt
dibuja justo en la página de enfrente. En este caso, Pratt sabe más que
su personaje, pero el personaje no lee La Balada, lee a Bougainville. Si
Rasputín se refiere al mapa de Bougainville y presume estar cerca de la
Nueva Bretaña, entonces no puede pensar qu9 está en el mar de las Salomón,
porque Bougainville colocaba a las Salomón mucho más al este (más o
menos en el lugar de las Fidji, equivocándose en unos veinte grados de
longitud y diez de latitud). En otros términos, si Rasputín (a ojo, o
con algún instrumento del que no Podía carecer, en el año 1913, un
viandante de los mares) sabe lo que Pratt sabe y dice, es decir, que
recogió a Caín y a Pandora entre el meridiano ciento cincuenta (Este,
diría yo) y el sexto paralelo Sur, controlando en Bougainville, debería
estar seguro ,,dé encontrarse cerca de la bahía de Choiseul, a poca
distancia del Archipiélago de la Luisiada, del que está leyendo, y lejísimos
de las Salomón (donde, sin embargo, está sin saberlo). Me dirán ustedes
que la cosa no tiene importancia desde el punto de vista narrativo, pero
no es así: cuando poco después el mercante holandés se. encuentra con
el catamarán de Rasputín, lo primero que tanto los oficiales como el
marinero fidjiano observan es que, para ser de Fidji, la embarcación
parece muy apartada de su rumbo, porque los fidjianos normalmente van
hacia el este y el sur. Y, como veremos después, eso es lo que deberían
haber hecho, porque es en dirección sudeste (mucho, mucho más hacia el
sudeste) donde se encuentra la isla del Monje. Se dirá que no es allí
donde quiere ir Rasputín, sino la Kaiserine de los alemanes, pero lo que
es seguro es que llega sin entender bien dónde se encuentra ‑o, si
antes lo sabía, ahora tiene todo el derecho de perder la cabeza, vista
también su notoria inestabilidad emocional‑. Nótese que el mismo
Bougainville, al colocar las Salomón en el lugar equivocado, se mostraba
vacilante; en efecto, en el mapa escribía: "Islas Salomón, cuya existencia y poPero
Bougainville tenía todas las justificaciones. En busca de las legendarias
islas de Salomón, donde se esperaba encontrar el oro del rey homónimo,
ya había salido en 1528 Alvaro de Saavedra, moviéndose, en cambio, entre
las Marshall y las Almirantazgo; a las Salomón llega en 1568, Mendaña,
las bautiza y después de él nadie consigue volverlas a encontrar, ni
siquiera él mismo cuando vuelve a hacerse a la mar para descubrirlas de
nuevo con Quirós, casi treinta años más tarde; y no las encuentra por
un pelo, arribando, hacia el sudeste, a la Isla de Santa Cruz. A partir de
ese momento la historia de la exploración del Pacífico es la historia dé
gentes que descubren siempre la tierra que no iban buscando, un dar
vueltas de locos entre islotes, arrecifes coralinos y continentes, equivocándose
siempre de longitud (por lo menos hasta la invención del cronómetro
marino de Harrison). Y el epicentro invisible e inencontrable de esas
correrías son siempre las Islas del Rey Salomón, que se han disuelto en
el aire. Véase Tasman, quien en 1643 busca las Salomón, llega antes a
Tasmania (que no es margen de poca monta), avista Nueva Zelanda, pasa por
las Tonga, toca sin desembarcar las Fidji, de las que ve sólo pocas
islitas, y llega a las costas de Nueva Guinea. Y así va el mundo: Rasputín,
aún pudiendo disponer de los buenos mapas alemanes de la época, se
empecina en documentarse en Bougainville, donde las Islas Salomón siguen
siendo un sueño. Pero este fallo onírico de Rasputín incide también
sobre la conducta de los demás. Díganme ustedes por qué Corto debe
encontrarse con el submarino de SIütter (que tiene en sus manos el
excelente mapa dibujado por el capitán Galland) bajo la punta occidental
de Nueva Bretaña ‑mientras navega hacia el oeste, pues‑ si ha
salido de Kaiserine, mientras que la meta del submarino es Escondida. ¿Dónde
está la Escondida del Monje? Hablando con Pandora, Cain dice que el Monje
gobierna desde las Gilbert hasta las Sotavento. Gobernar desde las Gilbert
hasta las Sotavento es un trabajo duro, impone una navegación de cabotaje
sobre los veinte grados de latitud y más de cuarenta
De
longitud, con lo que el espacio del Monje se tiñe, más que
de,"geografía, de mitología. Saquemos ahora las cuentas con el
texto de Pratt y un Atlas. Pratt, al final, admite entre dientes que
Escondida se encuentra a diecinueve grados latitud Sur y ciento sesenta y
nueve grados longitud Oeste: por lo tanto, debería estar entre las Tonga
y las Cook. Un oficial de marina alemán que para ir a las Tonga navega
hacia Nueva Guinea y dice (como dice): "Dentro de poco llegaremos a
Escondida" (y está a cinco mil kilómetros de distancia), es un soñador
capturado en la red de Rasputín que ha confundido las fronteras del
espacio. El hecho es que o Rasputín o Pratt, o ambos, buscan confundir
también las fronteras del tiempo. Sólo si leen atentamente se darán
cuenta de que Caín y Pandora son capturados por Rasputín el 1* de
noviembre de 1913, pero todos llegan a Escondida
después del 4 de agosto de 1914 (el Monje les informa que en esa fecha ha
estallado la guerra): grosso modo, entre setiembre y la última década de
octubre, cuando entran en escena los ingleses. Entre dos páginas de
Coleridge y dos discusiones con SIütter, ha pasado un año, en cuyo
transcurso el submarino se ha movido por inciertos derroteros, con la
indolencia curiosa, la sed de deriva de los bucaneros del siglo XVII, del
Viejo Marinero y del capitán Achab. Todos los protagonistas de La Balada,
incluidos los oficiales de la marina alemana, viajan por el archipiélago
de la incertidumbre, como si recorrieran, aturdidos, las ramas del árbol
genealógico de los Groovesnore y no quisieran llegar jamás. No saben
seguir a los tiburones como Tarao (el único que va. y llega donde quiere
y debe, casi en línea recta), y cuando recalan en la Verdad Geográfica
no lo saben. Aún así, ahí está, en el nombre de Pandora: hay una
Pandora Basin entre las Fidji y las Nuevas Hébridas, en sus límites se
disponen las Yasawa, en las Yasawa está la,Blue Lagoori. Pandora es símbolo
de una sabiduría cartográfica que ningún personaje de La Balada
demuestra poseer. Rasputín sólo ha leído a Bougainville, Pratt sólo ha
leído a De Vere Stackpoole pero, como siempre, el texto. sabe más que
nadie. Todo en la Balada sigue el ritmo de los rumbos marinos que relata,
incluso la psicología de los personajes, que se aman después de haberse
disparado unos a otros, o se matan por amistad y pierden el control, y se
reinventan con una nueva descendencia, un historial clínico en cada página
y no sabemos .quién es de verdad el Monje (no creo en la reconstrucción
de Slütter, demasiado precisa), ni qué rostro tiene, ni si tiene rostro,
y de dónde viene Rasputín, y por qué Caín tiene ese nombre (quizás
una remisión byroniana). Sobre todo, poquísimo sabemos de Corto, del
cual los relatos sucesivos, sin embargo, nos lo dirán todo, sin ahorrarse
ni siquiera la madre‑ Es incierto también el dibujo y Corto no
tiene los rasgos esenciales y definidos, no ya de los últimos relatos
(donde incluso rejuvenece y se angeliza, perdiendo las marcas de ,una
vida, no integérrima):
ni
siquiera de su epopeya más madura, cuando se mueve con desenvoltura entre
la laguna véneta, Brasil, Irlanda y los derroteros terrestres de la
Transiberiana. Corto, hoy en día inconfundible, en la época de la Balada
todavía se está buscando: ignora su biografía (aparece, de repente,
encadenado en medio del mar como el judas de la Navigatio Sancti
Brendani), incierto de la propia psicología; y de su rostro, él y Pratt
saben poco todavía, lo van esbozando de viñeta en viñeta, a medida que
la historia procede, de pocos raptos esenciales a un entramarse de arrugas
interrogativas. Quizás olvidemos muchas historias ,en las que Corto Maltés
aparece perfecto en su instantaneidad jeroglífica, pero en La Balada vive
y se vuelve memorable a causa de su tentativa imperfección. Precisamente
por ello, La Balada queda en la mente de sus primeros lectores como un
acontecimiento, el modelo de una forma nueva de hacer literatura a través
del cómic, y Escondida se erige como lugar del universo de la
narratividad, donde Ismael se confunde con Mandeville, el Pacífico se
difumina en la Tierra del Pres‑, te Juan, los mapas contradicen a
las palabras, que no precisan sino que corroen los contornos del espacio,
se intersectan los paralelos, el atlas se reduce
a‑
un portulano vacilante y un Monje casi medieval podrá izar, templado
por los alisios, un emblema tipo Consejo de los Diez. He sostenido siempre
que los dibujantes se dibujan en sus protagonistas o, a lo sumo, en los
deuteragonistas, y quien ha visto personalmente a Al Cap, Feiffer, Schulz
o Jacovitti lo sabe (sólo Phil Davis dibujó en Mandrake el rostro de Lee
Falk ‑o Lee Falk adaptó el propio rostro a las sugerencias de Phil
Davis‑). De Pratt no lo sospechaba. Pero un día, en la presentación
de ya no sé qué libro o acontecíento, me lo encontré en la Terraza
Martini de Milán y se lo presenté a mi hija, aún muy pequeña pero ya
lectora de sus historias, y ella me susurró en el oído que Pratt era
Corto Maltés. Que el rey está desnudo, lo puede decir sólo un niño.
Pratt no tiene la estatura, la luligilínea estampa de Corto, pero mirándolo
mejor, de perfil, tuve que admitir que de alguna manera era verdad: la línea
de la nariz, el corte de la boca, no lo sé; desde, no lo se desde que
luego Pratt no es el Corto de la Balada, si no, digamos, el Corto más mágico
de las últimas historias, las que Pratt entonces todavía no conocía...
Pratt se estaba buscando (fantaseaba con el lápiz preguntándose cómo
habría querido ser ‑ahora lo sabe, se querría elfo‑) y buscándose,
perseguía sueños errabundos. Así se vuelve errabundo un texto. Y en
esta bruma que afecta al espacio y al tiempo nacen los mitos, y los
personajes emigran hacia otros textos, se instalan como nativos en nuestra
memoria, como si hubieran existido desde siempre en la memoria de nuestros
padres, jóvenes como Matusalén y milenarios como Peter Pan, de suerte
que a menudo nos los encontramos hasta donde no son narrados, e incluso
‑al menos tanto les es dado a los niños‑ en la vida.
origen de datos: diario cultura clarin del
17/12/2000
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