Thomas Hobbes

 

"SI EL ESTADO NOS PROTEGE, DEBEMOS OBEDECERLO; Si FALLA, YA NO TENEMOS ESE DEBER."

"ES UNA TEORIA DEL ORDEN PERO TAMBIEN DE LA RESPONSABILIDAD DE UN SUJETO EMANCIPADO"

 

HOBBES

TAPA DE LA PRIMERA EDICION DEL TEXTO DE HOBBES

GRABADO DE LA GUERRA CIVIL INGLESA

 

por: EDUARDO RINESI Y EUNICE OSTRENSKY

studiando, trabajando, huyendo de sus perseguidoreso -con más frecuencia- de sus fantasmas, Thomas Hobbes pasó partes importantes de su vida en Francia. No es raro entonces que en la charla que sigue se lo vincule con dos escritores de ese país. De hecho, la influencia de la obra de Hobbes tampoco se ha limitado al suyo. Desde las ideas que inspiraron la Revolución Francesa (que tienen una evidente deuda con el tratamiento hobbesiano de la noción de "soberanía") hasta el psicoanálisis freudiano (que reconoce en sus textos fundadores su vínculo con el pesimismo antropológico de] filósofo inglés: homo homíni lupus la estela dejada por el vigoroso pensamiento del autor del Leviatán atraviesa toda la vida intelectual de Occidente desde hace tres siglos y medio.
Sobre esa influencia trata fundamentalmente este diálogo con el historiador inglés Quentin Skinner, autor de una obra imponente y fundamental que incluye, además de sus conocidos Maquiavelo y Fundamentos del pensamiento político moderno, el notable ensayo Reason and Rethoric in the Philosophy of Hobbes ("Razón y retórica en la filosofia de Hobbes"), aún no editado en castellano.

-El Leviatán de Hobbes cumple 350 años, y parece conservar intacto su interés. ¿Por qué? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, este libro?

-Hay múchas cosas que podemos aprender del libro de Hobbes, pero creo que hay sobre todo dos que él quiere que entendamos, que conservan hoy todo su interés. La primera está sugerida por el mismo título del libro: Leviatán, que es el nombre que Hobbes da al Estado. Al llamar así a su libro, lo que Hobbes subraya es el hecho de que su teoría política es, en sentido estricto, una teoría del Estado. Es decir: Hobbes insiste en que el poder político supremo es la propiedad, no del soberano ni del pueblo, sino de la persona artificial del Estado. Como dice al comienzo de su libro, lo que a él le interesa no son los hombres sino, en abstracto, la sede del poder. Ahora bien: si el Estado es una mera abstracción, una persona artificial, se vuelve dificil entender cómo puede ser al mismo tiempo el nombre de la persona que detenta el poder último sobre nuestras vidas. ¿Cómo puede una abstracción mandarnos a prisión o declarar la guerra? Uno de los principales logros de Hobbes como filósofo político es haber dado una clara respuesta a esta pregunta.

-¿Cuál es esa respuesta?

-Una muy simple y que hoy nos resulta muy familiar, pero Hobbes fue uno de los primeros filósofos en formularla. El Estado es capaz de actuar -dice- si y sólo si está representado. Y el Estado es capaz de actuar legítimamente si y sólo si nosotros, los miembros individuales de la población, lo autorizamos a representarnos. Hobbes llama soberano al representante del Estado, y afirma que el Estado es capaz de actuar porque el soberano está autorizado a actuar en su nombre. Pero las acciones del soberano son apenas las de un actor, las de alguien que representa un papel. La esencia de la teoría de Hobbes es que la persona que tiene que asumir la responsabilidad por las acciones que realiza el soberano es la persona del Estado, que es quien en verdad detenta la soberanía. Esa es, básicamente, nuestra comprensión contemporánea acerca de cómo es posible para los Estados actuar, y de qué es lo que distingue a la buena de la mala representación de la autoridad del Estado. Y Hobbes ofrece la mejor explica ción que se haya dado jamás acerca de estos conceptos.

-Usted habló de dos cosas fundamentales que nos legó el pensamiento de Hobbes. ¿Cuál es la segunda?

-La otra cosa que Hobbes quiere enseñar a sus lectores es la naturaleza de nuestra obligación, como ciudadanos, de obedecer al Estado. Al final de su libro, Hobbes subraya que lo escribió con el único propósito de establecer una teoría particular de la obligación política, y por cierto me parece que el concepto de obligación está en el corazón de su trabajo, Aquí también Hobbes nos presenta un argumento simple y desafiante: sostiene que las bases y los límites de la obediencia política residen en la capacidad del Estado para protegernos. Si efectivamente somos protegidos, entonces estamos obligados a obedecer; si el Estado falla en su obligación de protección, entonces dejamos de tener el deber de obedecer. Notemos que aunque fue un realista en su propio tiempo, Hobbes era un enemigo declarado del legitimismo: para él, no puede haber algo así como un "derecho a mandar". El "test" del gobierno, para él, es siempre pragmático: se trata en cada caso de saber si el gobierno es o no es capaz de protegernos del daño que, de otra manera, nos haríamos unos a otros. Mi opinión es que Hobbes dice aquí algo profundamente verdadero. Independientemente de qué otras cosas puedan o no puedan los Estados hacer por nosotros, lo más básico que deben hacer por nosotros es ofrecernos protección. La prioridad de Hobbes es la necesidad del Estado de protegernos de nuestros conciudadanos. Ciertamente, Hobbes no tiene nada que decir sobre el peculiar horror del mundo moderno en el que tantos ciudadanos necesitan protección frente a los actos terroristas perpetrados contra ellos por sus propios Estados. Pero Hobbes tiene sin duda razón al enfatizar que la protección es el primer deber de los Estados. Después de que han asegurado esa protección pueden considerar objetivos más elevados, como la provisión de justicia y bienestar. Pero primero, y antes que nada, deben proveernos seguridad.

-Tanto Hobbes como Maquiavelo -otro autor que usted estudió intensamenteson pensadores con "mala fama---. ¿A qué puede atribuirse, a su criterio, esa mala reputación?

-No hay duda de que Maquiavelo ha adquirido "mala fama". Maquiavelo insiste, especialmente en El Príncipe, en una doctrina particular que él mismo reconoce como moralmente perturbadora. El cree qué, puesto que vivimos en un mundo oscuro donde no podemos confiar en que nadie cumpla sus promesas, no hay motivo para mantener la palabra dada a otro si se piensa que puede resultar provechoso quebrarla. Más en general, Maquiavelo cree que, aunque los dirigentes deben tratar, en lo posible, de practicar las virtudes convencionales de honestidad, tolerancia y justicia, deben estar preparados para ignorar estas virtudes y actuar por medio del fraude y la violencia si consideran que eso les permitirá mantener el poder. Hobbes también tenía tina pobre idea de la naturaleza humana. En el famoso capítulo del Leviatán sobre la condición natural del hombre habla de nuestra propensión a la desconfianza y a la competencia recíproca, y de la resultante tendencia de nuestras relaciones inte'rsubjetivas a degenerar en la guerra. Pero su principal preocupación es encontrar los medios para impedirnos actuar violentamente contra los otros. Por eso, cree que debemos resignar todos nuestros derechos al autogobierno y entregar nuestros poderes para que sean ejercidos en nuestro nom bre. Lo que vemos alarmante en Hobbes no es tanto que, como Maquiavelo, utilice su pobre idea sobre la naturaleza humana para argumentar en contra de las virtudes, sino su creencia de que debemos crear un sobera-, no absoluto, contra el que no tenemos derecho de resistencia ni aun de crítica, si queremos vivir en paz con los demás.

-Usted ha insistido muchas veces en la necesidad de comprender la obra de un autor en el marco del contexto en que esa obra fue escrita. ¿Cuáles considera usted los rasgos más salientes del contexto en el que Hobbes escribió la suya?

-Cuando hablo de "contexto" pienso a veces en los contextos específicamente políticos en los que las grandes obras de la filosofia política fueron concebidas. Me interesa hasta qué punto incluso los más abstractos tratados necesitan a menudo ser explicados como respuestas a crisis políticas particulares y como intentos de resolver dificultades prácticas. Pero también me fascina lo que podría llamarse los contextos conceptuales de los grandes textos políticos, es decir, cómo ellos a menudo procuran ofrecer reinterpretaciones polémicas de conceptos normativos claves para dar apoyo a una determinada causa. Veamos un ejemplo de cada tipo de contexto en relación con la interpretación del Leviatán. A comienzos del siglo XVII, como el propio Hobbes subraya, los ingleses heredaron de sus clásicos, y en especial de la Filosofía moral y política de la antigua Roma, un particular modo de pensar el problema de la libertad. La libertad era considerada lo opuesto de la esclavitud, mientras que el esclavo era definido como alguien dependiente de la voluntad de viviera en la dependencia del poder de otro vivía como un esclavo. Este argumento fue esgrimido por los opositores a la corona británica como una objeción al uso de la prerrogativa real, presentada como el ejercicio de una autoridad discrecional que tenía el efecto de esclavizar el pueblo. Hobbes vio con razón que este argumento era letal para cualquier intento de defender un poder soberano absoluto, que es inherentemente discrecional, puesto que el deseo del soberano es, en efecto, la ley. Una de las aspiraciones de Hobbes en el Leviatán era pues desacreditar y dejar de lado la perspectiva clásica de lo que significa hablar sobre la libertad de los súbditos. Hobbes produce una explicación diferente de la libertad según la cual perdemos la libertad si y sólo si una acción dentro de nuestros poderes ha sido evitada. Se sigue que la mera dependencia no lastima, de acuerdo con Hobbes, la libertad. El análisis hobbesiano de la libertad como opuesta no a la dominación, sino apenas a la coerción, ha tenido una enorme influencia que llega hasta nosotros. Pero yo podemos entender por qué a Hobbes le importaba tanto ofrecer esta definición más restringida si no advertimos que la misma estaba dirigida contra una comprensión mucho más amplia de la opresión, que Hobbes consideraba demasiado peligrosa para tolerar. Debo decir que en este punto me siento menos afin a la perspectiva hobbesiana de las relaciones entre los Estados y sus súbditos.

-¿Y en cuanto al contexto político en que fue escrito el libro?

-Me parece que el punto clave que debemos entender en ese sentido es que Hobbes escribió su libro en 1649-1650, inmediatamente después,de la guerra civil inglesa, que había terminado en 1649 no sólo con la ejecución del rey sino con la abolición de la propia institución de la monarquía (luego restaurada, por supuesto). Para cualquier súbdito de la corona inglesa en esos años, tal vez la pregunta más importante era si el nuevo gobierno podía ser legítimamente obedecido. ¿Tenía derecho a mandar? ¿0 debía el pueblo inglés adoptar la perspectiva de que, muerto el rey Carlos, el único detentor legítimo de la soberanía debía ser su hijo, su sucesor por derecho divino y legal? Lo que dije antes sobre la teoría hobbesiana de la obligación política da una respuesta dramáticamente simple a estas preguntas , y yo sostengo que Hobbes escribió el Leviatán para ofrecer esta respuesta. Su tesis es que la pregunta sobre si estamos o no estamos políticamente obligados no puede ser una pregunta por el derecho, y mucho menos por el derecho divino: la única pregunta que debemos formularnos es si el gobierno en el poder tiene la capacidad para protegernos. Cuando Hobbes estaba escribiendo el Leviatán, los realistas obviamente no tenían ese poder, mientras que el nuevo gobierno, bajo Oliver CronrweIl, estaba gobernando efectivamente y estaba trayendo la vuelta a la paz. Para Hobbes parecía obvio que en estas circunstancias debía obedecerse a Cromwell, no a la monarquia de los Estuardo de modo que regreso puntualmente de su exilio en Francia a comienzos de 1652 a dar su juramento de fidelidad al gobierno regicida

-Usted ha mostrado que la imagen de un Hobbes cientificista y anti-retórico es por lo menos parcial. Y ha sugerido incluso que es posible encontrar en su prosa un uso polémico de la burla y de la risa. ¿Deberemos concluir que Hobbes, considerado a veces un autor sombrío, es un escritor ameno, incluso divertido?

-Los últimos dos libros del Leviatán constituyen tal vez la más poderosa de todas las sátiras anticatólicas que emergieron tras la Reforma protestante. Hobbes ridiculiza sin piedad la vanagloria papal y sobre todo la hipocresía y la avaricia del clero. Pero no diría que su humor es ameno, ya que su tono es mordaz y despectivo. Admito, sin embargo, que su ataque a los defectos de la Iglesia Católica es aún hoy (al menos para los no católicos) muy divertido. Hobbes es un escritor sumamente ocurrente, comparable con Rabelais por lo menos tanto como con Descartes.

LO SOCIAL COMO ARTIFICIO

POR:EDUARDO RINESI

E1 profesor inglés Francis Barker debemos un bello análisis de una de las más célebres telas de Rembrandt, La lección de anatomía de] Dr. Tulp. En su libro Cuerpo y temblor, Barker destaca el modo en que el cuadro llama nuestra atención sobre lo que ocupa el centro de la escena -el cuerpo desnudo de
un hombre muerto- sólo para revelarnos de inmediato que ese cuerpo imponente,
especialmente iluminado, no tiene nada que decirnos. Más: que ante él debemos
torcer la mirada porque, de hecho, no es mirado por nadie. En efecto, cuando pres-
tamos atención a los otros personajes de la composición (los estudiantes que rodean el cadáver para asistir a la disección de su brazo izquierdo), reparamos en que ninguno de ellos mira el cuerpo, sino el libro de anatomía ubicado a los pies del mismo. Un libro del que nosotros sólo vemos el dorso y donde ese cuerpo soberbio está representado. Como si ese cuerpo ocupara el centro de la pintura sólo para decirnos que no es a él a quien debemos mirar.
Que es contra él, contra su insolente inmediatez, que debemos pensar. La cosmovisión que sol emos llamar "moderna", que hará del principio de la representación su clave de organización de la experiencia, se anuncia así -dice Barker- mostrándonos el rostro de aquello que, "más acá" de la lógica del signo, ya no significa nada, La tela de Rembrandt fue pintada en 1632. Para entonces, Thomas Hobbes era ya bastante más que una joven promesa de las letras británicas. Formado en la tradición hurnanística del Renacimiento inglés, había escrito una composición poética en hexámetros latinos, traducido a Tucídides y trabajaba en la primera versión inglesa de la Retórica, de Aristóteles. Pero sus contribuciones más decisivas a ese pensamiento "moderno" que Barker veía anunciarse en la "representación de la representación" pintada por Rembrandt llegaron recién diez años más tarde, en el De Cive, y sobre todo al abrirse la década siguiente, hace exactamente tres siglos y medio, en el Leviatán. Que, bien mirado, presenta una notable homología con La lección de anatomía. Porque también Aquí asistirnos a tina "escena" primera -horrorosa, imposible de mirar- que sólo parece haber sido vivamente destacada por la pluma de Hobbes para enseñarnos que es exactamente contra ella (como en la tela de Rembrandt era contra la ' pura materialidad del cuerpo) que debemos pensar. Se trata de la terrible escena de la "guerra de todos contra todos", nombre de la imposibilidad misma de la vida social, de esa "nada política" -como dice Sheldon Wolin contra la cual Hobbes idea la contrafigura de un orden político estable sostenido sobre el recurso al artificio del contrato y sobre la lógica de la representación.
Veamos esto un poco más de cerca: el ,,estado de naturaleza" representa esa situación de enfrentamiento recíproco al que "la naturaleza de los hombres", en ausencia de algún poder externo capaz de limitarlos, los conduciría. Los hombres, para Hobbes, no tienden naturalmente a amarse ni a compadecerse, sino a temerse y hostigarse. ¿Por qué? Hobbe-s fue ambiguo al responder esta pregunta. En primer lugar, dice, los hombres tienden a agredirse por competencia. C.B. Macpherson ha acentuado este primer motivo de la "guerra de todos contra todos" y señalado que Hobbes ofrece aquí una estilización de la situación de lucha entre los hombres en el capitalismo naciente: Hobbes se revelaría así como una suerte de "Marx de la burguesía" -como escribió Ton¡ Negri y su famoso "estado de naturaleza" no sería sino la sociedad civil burguesa.
En segundo lugar, agrega Hobbes, los hombres tienden a destruirse por honor. Leo Strauss ha observado que, siendo éste un valor típicamente premoderno y preburgués, lo que surge de este énfasis de Hobbes es la imagen de un autor que militaba a favor del reemplazo de esa vieja y "bárbara" cosmovisión por una nueva: moderna, laica y "civilizada".
Finalmente, señala Hobbes, los hombres se destruyen unos a otros por prudencia. Como indica Luiz Soares, entender la figura del "estado de naturaleza" no exige aceptar la caricatura del hombre cruel y despiadado: basta entender que es alguien racional y prudente que puede no tener deseos de matar al otro, pero sí teme que el otro pueda querer matarlo a él, y  puede A-:J;- lo cual restriccion externa, es perfectamente "racional---- adelantarse y eliminarlo. El estado de naturaleza de Hobbes aparece como una profecía autocumplida. Aquí cabe señalar dos cosas. La primera es que hay que pensar esta idea de la condición "natural" de la humanidad en el contexto político de la Inglaterra de esos días: días de disolución de todos los lazos sociales (un verdadero estado de "guerra de todos contra todos") y de fuertes luchas civiles y religiosas. Es imposible exagerar la importancia de este último factor: la guerra civil que había ensangrentado a Inglaterra durante la década de 1640 había sido, en efecto, una guerra religiosa, y el tema de la interpretación de las Escrituras estaba en el centro de todos los conflictos. En este sentido, la guerra y la perturbación de la paz serían la consecuencia de la ausencia de un poder soberano en condiciones de establecer de modo universal y obligatorio los sentidos verdaderos de las palabras. Y sobre todo de la Palabra. La otra cuestión que cabe indicar es que tal vez no sea tan importante decidir cuál es "el" motivo (la ambición o la prudencia, la búsqueda de gloria o la lucha por el sentido de las palabras) que llevaba a los hombres a mantener esas relaciones de antagonismo. Quizá lo más importante es el descubrimiento hobbesiano de la lógica del antagonismo como tal. El descubrimiento de que hay una-lógica agonística presidiendo esa escena abismal de lo que se podría llamar -con un lenguaje que no es el hobbesiano----loreal" de la política. Dicho de otro modo: que el antagonismo, en Hobbes, es menos el nombre de un conflicto particular que el nombre de la impo
sibilidad del cierre del campo social. Dicho de otro modo todavía: quizás haya sido Hobbes, mucho antes que, digamos, Ernesto Laclau o Slavoj Zizek, el primero en descubrir la pavorosa verdad de que la sociedad no existe No puede existir.
Y era necesario, para Hobbes, que la sociedad existiera. Por eso consideraba que era preciso, primero, establecer las condiciones en las que se volviera posible fundar y mantener, sobre el fondo del fantasma de la desagregación de los lazos sociales y la pérdida de las referencias comunes, un orden obligatorio y universal. Y segundo, asegurar la obediencia de los ciudadanos al soberano encargado de garantizar ese orden. Esa es la función de la figure del contrato, que no es una hipótesis histórica para explicar el origen de la sociedad sino una explicación teórica de las razones por las que los ciudadanos están obligados, siempre, a obedecer al Estado. Esta función política del Leviatán (esta relación entre la lectura del Leviatán, el libro, y la obligación de obedecer al Leviatán, el Estado) ha sido destacada por el filósofo brasileño Renato janine Ribeiro: al describir "la condición natural de la humanidad", sostiene este autor, Hobbes confronta a sus lectores con el retrato despiadado de sí mismos. Luego, al demostrarles que sus impulsos naturales los conducirían inevitablemente a la guerra si no existiera un poder capaz de mandar sobre ellos, les revela la irracionalidad de toda opción distinta de la de obedecer a ese poder soberano. Y los vuelve, así, creadores de ese mismo poder, que es el del Estado. Para Hobbes, entonces, los hombres están obligados a obedecer al Estado no en virtud de ningún lazo "natural" (corno en las concepciones patriarcalistas o en las teorías del poder divino de los reyes), sino porque lo crearon. No en virtud de la naturaleza, sino del artificio. Pero esa creación no se produce en ningún otro lugar más que en la propia lectura del argumento de Hobbes. Que tiene, así, tina decisiva dimensión "performativa". En el momento en que el lector del Leviatán reconoce que, al verse ante la disyuntiva de crear un poder absoluto o vivir en el terror, sería irracional adoptar este segundo camino, se convierte en creador del Leviatán, al que a partir de allí, por lo tanto (y en este "por lo tanto" radica la revolucionaria modernidad de Hobbes), debe obediencia. Es claro que la teoría de Hobbes es una teoría del orden, y es claro también que Hobbes es un autor conservador. Pero no es menos cierto que esa teoría del orden es también una teoría de la responsabilidad de un sujeto emancipado por Hobbes de sus ataduras teológicas y "naturales". Y que ese conservadurismo no es incompatible con la postulación de que todo orden social pertenece al terreno de la invención y la creatividad humanas.
 

Vida de zozobras

Thomas Hobbes nació en Malesbury en 1588. De origen plebeyo, se educó en Oxford y fue tutor en hogares de la aristocracia. Se dedicó a los estudios clásicos y tradujo en 1628 la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides. Al año siguiente viajó al Continente, donde conoció la geometría de Euclides y se vinculó con los sabios de su tiempo, como Descartes y Galileo. En 1640 escribió su primer libro de filosofía política, Elements of Law donde defendía la causa realista contra el Parlamento. Temiendo alguna represalia, huyó a Francia, donde publicó De Cive, en latín, y donde permaneció hasta el fin de la guerra civil de su país. En 1651 apareció el Leviatán y pronto Hobbes volvió a Inglaterra, decidido a concluir su sistema filosófico. Con la Restauración monárquica en 1660, Hobbes fue atacado por los realistas, que no le perdonaban su defensa de Cromwell y censuraron sus obras. Murió en 1679, a los 91 años.