RICARDO ROJAS
POR:MARIA GABRIELA MIZRAJE

la liturgia literaria consagra clásicos y legendarios . Al lado de Leopoldo Lugones (que da pretexto al Día del Escritor) y del 11 de setiembre del sarmientino Día del Maestro, Ricardo Rojas ingresa en el calendario de la cultura argentina por el hueco de este día, 29 de julio, Día de la Cultura Nacional.Si una decisión de la última dictadura -a 100 años de su nacimiento y un cuarto de siglo de su entierro- tomó un dato relativo a este antimilitarista para declarar por decreto un Día de la Cultura Nacional, la fecha nuevamente vino sacudiéndose el sentido y llenándose de polvo. 1982 marcaba un centenario: Rojas había nacido en Tucumán en 1892, sin embargo no se escoge aquel 16 de septiembre sino el 29 de julio, por su muerte en 1957 (sólo un detalle que es casi una metáfora). Pero repasemos su vida. Había leído todos los libros (de la literatura argentina, por lo menos) y tal vez no se detuvo en Mallarmé, aunque con él tenía no sólo esa certeza a medias sino que también -cómo evitarlo- sabía que la carne es triste. Prueba de ello son algunas de las cartas de 1907, cuando viaja a investigar el estado de la enseñanza en Europa, que le envía a su

amigo Atilio Chiápporí 'Allí sonríe y cuenta que va cumpliendo «un camino accidentado en el que no faltan ni Sorbona ni barrio latino ni aventura galante", la galantería que se complace en practicar con "una chica encantadora que, felizmente, no es cocota ni midineta". Recordando al novelista argentino, de ascendencia francesa, Eugenio Cambaceres, con ella confiesa hacer "un poco de música sentirnentaL, y la echará de menos al seguir su ruta por otras ciudades y contrastar que las "mises londinenses son abominables", y en nada se parecen a la parisina «creyente y arnorosa". De este lado de la tierra, el hijo de Absalón Rojas -roquista, gobernador de Santiago del Estero y responsable de la apertura de un centenar de escuelas- fue un autodidacta y, luego, un educador. Hecho deslumbrante aunque no insólito en un país cuyo maestro por antonomasia es Sarmiento. Rojas se constituye en orgulloso heredero del autor de Facundo, a quien dedica la biografía que lo nombra para siempre, El profeta de la pampa (1945).Con su bastón, sus lentes de vidrio grueso, su casi mítico sombrero alto de alas anchas, su melena brillante, el "estudiante libre y perpetuo" -tal cual quiso autodefinirse- fue de la cátedra a la tribuna, del estrado de las Universidades Nacionales de la Plata y Buenos Aires a las calles militantes.
Rojas se afilió al radicalismo luego del golpe militar de 1930, porque su civismo innegociable y su ideal democrático le exigieron dar respuesta inmediata. Su oposición a los regímenes sucesivos de aquella década le cuesta un proceso por desacato, la cárcel en Martín García y un confinamiento en Ushuaia a comienzos de 1934. Desde esa marginación emerge Archipiélago (1942), ensayo con el que dará testimonio y que habrá de encontrarse con el vuelo del poema "El albatros".Prisionero del autoritarismo ignorante, toda imagen huelga por evidente cuando vemos el alcance al que anhela elevar los versos que lo salvan. "El albatros", como un ángel protector, contra el exterminio oficial, desea encabalgar sobre sus alas magníficas a las víctimas pobres de un sistema desigualitario, y es, entonces, también hermano de Martín Fierro frente a "la celda de piedras donde mora/ el que robó por hambre en la miseria/ y el que mató a quien todavía adora/ Prole del alcohol y de la histeria/ de cada triste conocí su caso - ...Y continúa hasta enrostrar sus interrogaciones que son denuncias: "Pregunté si en las celdas del encierro/ estaba el que en las aras fue perjuro/ el que a su pueblo hirió a golpes de hierro,// el que el arca rompió con sable duro,/ y me dijeron que ese allí no estaba ... / Pregunté por el otro, aun más impuro el faristeo a quien la ley no traba/ y el código sagrado falsifica/ mas me dijjeron que tampoco estaba Siguen en el aire todasestas cuestiones sin respuestas. Desde los onas canoeros hasta el "Epílogo fantástico de una historia verdadera" consistente en su fuga, Rojas traza en Archipiélago la historia de la región, historia que incluye el porvenir y no saltea a las Malvinas. Exploradores, piratas, indígenas, gobernadores, curas, gauchos, tipos que representan el "crisol", la convivencia -pacífica o no- de distintos sistemas de pensamiento, poderes y culturas. Tras encontrar razones en la reconstrucción e impulso en el pasado, Rojas huye Si en la selva política del siglo XIX, su padre logra salir como en un cuento del presidio al que fuera llevado en 1867, en la arena política del siglo XX, Rojas hijo escribe, solitario, otro capítulo a la novela familiar. Con esa rebeldía de los individuos formales dificil de asir, con el sello de personalidad de los confiados y la esperanza de los justos, Rojas se presenta a la sociedad de su tiempo seguro de estar cumpliendo con un deber (impregnado, incluso, de un manto telúrico).Sus rupturas no encandilan por no ser estridentes, por su seriedad siempre aludida, por su estilo alineado, porque pasa como por el costado de las vanguardias estéticas y por el centro de las teorías políticas; dichas rupturas, sin embargo, existen. Porque había que quebrar algo no sólo para escaparse de una porción prefijada del mapa sino, rnucho antes, para crecer intelectualmente dentro de él y por él, para enfrentarse al prejuicio de que la literatura argentina no era más que una quimera o un invento del voluntarismo patriótico. Desdecir al extranjero y al nativo que, fascinado por lo que la cultura universal le estaba ofreciendo, perdía de vista la producción local.Había que tener el empuje de los emprendedores y la justificación de los conocedores para asegurar sin ambages algo que hoy nadie dudaría: la cultura argentina, en sus letras es una realidad irrefutable, y es nuestra responsabilidad atravesarla y difundirla. Desmintiendo a quienes lo negaban Rojas dio una doble lección. Primero, la que atañe a los contenidos explícitos del ayer, y segundo, la que se refiere a los métodos de reconocimiento,Lo que el maestro de la Historia de la literatura argentina (1917-1922) está simultáneamente enseñando es que la historia hay que salir a buscarla, que el pasado es una construcción y que todo país merece la oportunidad de ser descubierto por sus propios habitantes; que la mirada retrospectiva es una obligación cívica y ética; que los verdaderos hallazgos no pueden estar dictados desde afuera y que la revisión es un método imprescindible.Precisamente eso fue lo realizado por Rojas, con incalculable esfuerzo y amorosa paciencia. Desde el folclore musical hasta la narrativa de los modernos, sus exhumaciones determinan tanto un hallazgo como una fundación.El corpus lo armó Rojas -ese que aún hoy conforma el canon (acertado o corregible) de la literatura nacional, el que siempre señalará a la gauchesca, a los coloniales, a los proscriptos-. El fue el primer sistematizador de esta historia. Con una ética de la adquisición de los cargos públicos y otra, complementaria, de la renuncia, cavó un rumbo que actualmente muchos deberían seguir pero que las conveniencias y la falta de escrúpulos les dictan ignorar: " Hay que obtener la cátedra por el saber, pero hay que tener valor de dejarla por dignidad" -propuso mientras lo hacía. Así como se sentó a aclarar alguna vez: "Ricardo Rojas no es doctor... Enseña en Universidades pero las cosas que él mismo ha aprendido, a diferencia de ciertos sabios burocráticos que son simples carpetas de papel impreso con rótulos y prontuarios... Hombre de letras, produce en letras por vocación y profesión".Cercano, en mucho, a Lugones, por cierta inicial atracción anarquista, por la d Ocultista, por la reflexión sobre la argentinidad, los moldes modemistas y los afanes de totalidad en la escritura, se
e-,de este, sin embargo, en que mas alige formas totalitarias. Arturo Capdevila, José Ingenieros Gómez Carrillo; Rodó, Ramiro de Maeztu, Rubén Darío, Miguel de Unamuno; Emilio Becher, Joaquín -V. Conzález son otros de los que desfilan a su lado, con los que cruza papeles y afecto, y entre todos, una mujer: Alfonsina Storni. Rojas es pintado, dibujado, caricaturizado insistentemente. La firmeza de sus rasgos y el impacto de su personalidad y de su voz llaman la atención en el púlpito y atraen a muchos de los artistas más reconocidos del momento. El irónico, José María Cao el satírico Luis Bagaría, el sutil Alejandro Sirio, el clásico Subirats, el aclamado Octavio Fioravanti, entre varios otros, se ocuparán de reproducir su figura.Pero existe un último retrato, uno que puede verse entre sus apuntes, que intentaba esquivar la circulación y que, por lo mismo, resulta imposible olvidar. Estaba escondido entre los 25.000 libros de Charcas 2837 (su casa-museo levantada por Angel Guido, una puesta en acto de su teoría de Eurindia, de 1924). Rojas traza a lápiz las líneas de su propio rostro en la última página de un libro, improvisadamente pero con precisión. El rostro esconde la memoria de otro, como en un pentimento; detrás de la curvatura, la mejilla o la frente, algo de Sarmiento retorna; Rojas se lo ha apropiado hasta encamarlo. Menéndez Pidal lo llamó "maestro del idioma", Jean Jaurez retomó los conceptos de La restauración nacionalista, de 1909 para marcar la diferencia entre un internacionalismo necesario y un cosmopolitismo peligroso. El ser colectivo lo desvela, Blasón de Plata (1910) o Argentinidad (1916), textos del Centenario, son muestra de esa preocupación. En forma paralela, Rojas toma entre sus manos a individuos, especialmente a aquellos que considera paradigmáticos, desde Fray Mamerto Esquiú, el Belgrano o Güemes, hasta "el sabio" Ameghino o sus amigos Guido Spano y Florencio Sánchez. En esta perspectiva se destaca su compilación de oraciones que son sermones la¡cos destinados a Los arquetipos (1922), así como uno de sus libros más difundidos (el niás estatuido y estandarizado), la biografia best-seller que bautiza a San Martín como El santo de la espada (1933)Facas próceres q , que son shamnanas, dioses
que son gritos de la tierra virgen y madre, madres que deben educar en el ideario eurindico es decir aquel de la única síntesis posible para Rojas, la del neologismosuyo que reúne Europa e Indias.
La visión salvaje e idilica de sí mismo, del muchacho que fue, ese al que apodaban el Mataquito, lo lleva a describirse "co-mo un bronceado fauno niño, sahumado de selva y dorado de sol, cuando misteriosamente comencé a cantar".
Con las rimas dedicadas al escribe para las repeticiones populares la otra faz de una moneda conocida. La del cambio, que lleva en su cara al tango conbulas,alegorias,mitos ,ruinas veridi el cual él no se identifica, pero que sostiene, junto al ímpetu de la música nativa, un afán común.
Oiganse, si no, para completar la nostalgia urbana de la capital con la añoranza de provincia, sus versos de "Romance de ausencias". junto a la letra tutelar de la porteñidad grabada por Gardel y Le Pera en Mi Buenos Aires querido, de 1934. estos otros octosílabos de cantor peregrino: ~¡Ay, cuándo volveré a verte/ rústico hogar de mi patria!/ Ser quiero yo tu hijo pródigo/ que torna a la vieja estancia". Se trata de la querencia de este radical, liberal, nacionalista democrático, americanista, investigador, que tentó todos los géneros literarios. Su pulseada con un obispo de provincia en El cristo invisible, de 1927, más que una discusión teológica constituye una toma de postura filos ófico-e spiritual de quien se posiciona como racionalista asumiendo una fe teísta de diversos signos. En su casona, todavía, el primer viernes de agosto, en el último patio, sobre el mismo cantero circular que Rojas había destinado para ella, una entraña de nuestra tierra recibe las ofrendas de la Pachamama Tierra y sol aquel Inti al que se hace cuidar con cronistas en algunas columnas, para que no lo alcancen intentos profanos. Ahora que todas las estrellas parecen haberse agotado o desbarrancado, hay palabras que todavía pueden echar luz. Ricardo Rojas trabajó, como pocos intelectuales argentinos, no sólo con responsabilidad retrospectiva sino además con compromiso proyectivo, de ahí que de modo permanente sus textos aludan al futuro. Hizo una y otra vez programas, propuestas, apuestas, en los que el porvenir no levantaba más riesgos que esperanzas. Entre bohemios y doctores, porque tenía convicción, lo que planificaba lo llevaba a término, más allá de cualquier dificultad; porque distinguía entre In urgente, lo necesario, lo conveniente y lo utópico, actuó sin descanso, escuchó mucho y habló más, pero sabiendo lo que decía y para qué. Porque tenía aliento confió y por estas mismas cosas escribió, en 1932, El radicalismo de mañana. Mañana es hoy (y ayer). Y ahora, no hay literatura ni paisaje ni fecha que alcance para volver al sueño desde la pesadilla.

origen de datos : clarin cultura 29/07/2001