POR:SANDRO BARRELLA
EL destino del escritor Joseph Brodsky es inseparable de su destino como ciudadano desterrado de la, vasta geografía en la que se llevó ¿ la pesadilla utópica, conocida en los domin" de la Historia, como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Confinado por el régimen a un exilio interno, finalmente expulsado del país bajo la acusación de parasitismo social, el poeta padeció en persona el malentendido concebido bajo el "socialismo real", que concede significado político de alta peligrosidad a la afirmación estética de Oscar Wílde acerca de la completa inutilidad de la obra de arte. Esa inutilidad le valió a Brodsky el abandono definitivo de su patria y el posterior establecimiento en los Estados Unidos. Sin embargo, el hecho de haber sido recibido por Ia mayor democracia de Occidente" no hizo del poeta un converso. Su escepticismo vital, la defensa irreductible que hizo de la libertad de conciencia, le permitieron expresarse sin complejos sobre el presidente del país que le otorgó nueva ciudadanía. Cuando piensa en la figura del presidente y el sistema que éste representa, utiliza la imagen de los vaqueros, que .creen en la ley y reducen la democracia a la igualdad de las personas ante ella: es decir, a la pradera con ley". La afirmación pertenece a uno de los textos que da forma a Del dolor y la razón, libro que reúne los últimos ensayos del poeta. Pero si hay algo que define la noción misma de destino en el caso de Brodsky se trata sin dudas de la operación lingüística que llevó al escritor, primero, a transformarse en traductor al inglés de su obra poética escrita en ruso, y luego, a desarrollar en su "nueva lengua" una importante obra en prosa compuesta de magníficos ensayos, recogidos en Menos que uno y La canción del péndulo, y de un libro maravilloso como es Marca de agua, en el que el amor del poeta por Venecia hizo posible reunir a un tiempo, la crónica de viajes y el ensayo, la prosa poética y el fluir narrativo, la pasión descriptiva y la lucidez en la reflexión. En Del dolor y la razón Brodsky pone en juego una vez más, no tanto un saber definido por los límites de la crítica profesional, sino que ofrece las huellas de su
comercio personal con la historia literaria, con la herencia cultural o con la historia a secas, así como las marcas comentadas de su experiencia. Sus ensayos no son la clase de escritos que sobrevuelan desde alguna altura más o menos respetable, más o menos erudita, y vestidos con las galas que confiere la autoridad, un tema en cuestión: Brodsky se hunde sin remilgos en la materia que analiza. En "Homenaje a Marco Aurelio" combina con sabia paciencia su admiración por el emperador-filósofo con una aguda reflexión sobre el sentido del tiempo, y lo hace una vez más bajo la égida de la experiencia personal. Partiendo de la observación de una estatua ecuestre de Marco Aurelio emplazada en Roma, vista a través del parabrisas de un taxi, Brodsky teje una red de pensamientos que atraviesan la trayectoria política y el temperamento del emperador junto a la indagación sobre la ética esbozada por éste en sus Soliloquios. Brodsky da cuenta de la precariedad que supone la pretensión de aprehender el tiempo, y pone bajo sospecha cualquier intento que se haga para aproximarse al mundo antiguo. "Mientras que la Antigüedad existe para nosotros, nosotros para ella, no", declara inexorable, para luego agregar, como certificando nuestra exclusión de sus dominios que "Nada existe en relación al futuro: los antiguos no podían concebirse como antiguos, y tampoco nosotros deberíamos consideramos su posteridad. No se nos admitirá en la Antigüedad, con lo poblada (o, mejor dicho, superpoblada) que está". A esta visión expulsiva del tiempo de la historia, que hace de los hombres, presas de desolación semejante a la que sintiera Pascal frente a la infinitud del universo, Brodsky la acompaña con una mirada que revela un rasgo de estilo, la precisión en la observación unida al humor, que da como resultado la frase pulida, la expresión brillante. Como cuando describe el monumento a Marco Aurelio en estos términos: "En este sentido, este monumento constituye una estatua dedicada a una estatua: resulta difícil representar a un estoico en movimiento". Del dolor y la razón ofrece un amplio registro de los fervores del autor de las Elegías romanas. "Botín de guerra", texto que inaugura el libro, funciona como un jocoso autorretrato de infancia y juventud, con su catalogo de objetos, discos, películas, que alimentaron la fantasía de toda una generación sobre el mundo que se levantaba al otro lado de la cortina de hierro, y propiciaron en muchos jóvenes el espíritu disidente. En "Inusual semblante"(la conferencia que dio al recibir del Premio Novel, pasa revista a algunos de los tópicos que hacen a su arte poética, a su visión de la literatura. Declara sin ambages la relación insustituible entre el poeta y la lengua: "El poeta, permítanme repetirlo, es el medio de supervivencia de la lengua; o como dijo mi amado Auden, la lengua vive a través del poeta". A propósito de Auden, su sombra es evocada por Brodsky una y otra vez, ya sea bajo la protección de una máscara, o bien iluminando su rostro con plenitud, complacido por la deuda de gratitud que adquiriera con el autor de Otro tiempo. Muchas de las páginas del libro pertenecen a textos e con crencias, como el "Elogio del aburrimiento" y "Discurso en el estadio", textos de ocasión que, sin embargo, revelan el pensamiento de Brodsky como una asombrosa máquina escrutadora. Otro tanto ocurre con el ensayo que da título al libro, inicialmente utilizado en un seminario impartido en París, donde se analiza un poema de Robert Frost. Partiendo de "Home Buríal" ("Entierro en el Hogar"), Brodsky va trazando un retrato del autor, no a la manera de una biografía sentimental, o persiguiendo lo biográfico en la letra, cosa que desprecia, sino por el modo en que el propio poeta revela, en la composición y por los medios de que dispone, por el uso que hace de su instrumento, su propia autobiografía. La fórmula sería la siguiente: el poeta es el poema, o dicho con las palabras de Brodsky, "no se trata de que la historia narrada en el poema sea autobiográfica, sino de que el poema constituye el autorretrato del autor". Un ensayo sobre Rilke, estudio sobre Horacio y los poetas latinos en forma de carta personal, la emotiva evocación a propósito de la muerte de su amigo, el poeta inglés Stephen Spender, van dejando en el lector los trazos de una confesión. Su lectura propicia el mismo tipo de afinidad o de "proximidad mental que prodiga Brodsky respecto de sus autores dilectos. Cabe hacerse, finalmente, la misma pregunta que él formulara sobre qué perseguía Frost en el poema antes citado. Qué viene a decirnos, entonces, en estos ensayos, el poeta de San Petersburgo. La respuesta que él utiliza para Frost, es aplicable a sí mismo: "nos habla del dolor y la razón, que, aun siendo enemigos acérrimos, constituyen el motor básico del lenguaje, o si se quiere, la tinta indeleble de la poesía".

 

 

JOSEPH BRODSKY