EDUARDO MIGNOGNA
La locomotora llena el cielo de nubes y la gente baja de los vagones.
Murmullos. Perros que olfatean debajo de las polleras. Pisadas que cruzan
la estación y suben al pueblo. Silencio. Nadie en Cuatrocasas sale a
recibir a esas almas. Nadie los saluda, ni sabe de dónde vienen. Nadie
conoce sus nombres. Ellos se van por el sendero del arroyo y es un rumor
parejo el que los guía hacia el penal.
"El
Capitán Buitreras nos manda como bestias", van diciendo en voz baja.
"Se ve que nunca tuvo parientes en la prisión." Esas viejitas,
esos hombres, esos críos dormidos, son los visitadores.
Dicen: "Si habrá de ser jodido el Capitán ese. Prohibió las
visitas porque disque las presidiarias quedaban alzadas. El otro jefe te
dejaba verlos de cerquita, tocarles los dedos por entre las rejas... Uno
tenía más consuelo". Los visitadores llegan de mañanita, en el
tren de los viernes, y se van con la luna; murmurando que antes era
distinto. En el portón del penal había un cartel escrito: lunes y
jueves, de 11 a 2 masculino, de 3 a 6 femenino.
Dísque ‑vaya a saberse qué tábano le pico al Capítán.Y se oy
e:
elos,
si casi ni es vemos
la jeta. Dicen: 'Anda para el basural, ahí tenés puesto para ver a los
delincuentes...'. Sí uno no jode a nadie, Darles cariño quiere nomás,
decirles ¿qué hubo? ¿cómo me le va? y mirarlos a los ojos. ¿A quién
va a joder uno con eso? Digamé, ¿a quién?"
Asisque
desde la orden del Capitán ellos pasan la visita frente al muio; el día
entero gritando y haciendo sefiales desde el terraplén. las ventanas de
los pabellones son agupresidiarios sacan sus brazos como ganchos y
rnanotean el aire para ayudar a que las orejas oigan mejor.
Mientras
la tarde corre. Y el cansancio. Y la siesta sobre las piedras.
Mientras
algunos mozos disque van al pueblo y vuelven, y hay quien no vuelve porque
espera que bajen las sombras
para entre en el Veinte Ninfas. Y atrás queda el murmullo apagándose;
ahogado en el viento de la anochecida que llega empujando al ferrocarril.
Le‑estoy
diciendo, mi don. Conocí a un hombre entre los visitadores: Edesío
Parra, amansador de Los Ñandúes hasta el día en que los hijos de don
Schmidt heredaron y arruinaron des
de Europa las
hectáreas. Vecino de Trimanquel. Cinco años supo cumplirle a la hija
presa. Cinco años en que el pueblo lo vio pasar camino del basural.
Edesio Parra: parado en el terraplén y con los ojos clavados en una
ventana, allá, en el pabellón de mujeres.
Cada
cual sabe su mafia. Y de la ventana de la hija colgando un trapo. "
En el pabellón gris, lejos, un trapo. Es la señal. Edesio Parra alza el
brazo. Y saluda.
La
mano con el trapo se mueve. Contesta. Disque sí. Disque no. Ellos se
entienden. Después. El hombre se sienta. Saca tabaco y galletas. Aguanta
el miedo de volverse loco. Y cuando las altísimas bandadas de pájaros
empiezan a arrear la noche desde la cordillera, Edesio Parra se calza el
sombrero y sale con los otros rumbo‑ a la estación. Si habrá visto
pasar ventisqueras desde el bando de la estación. Cinco años mirando la
niebla de agosto, el hielo, tac tac la cotorritas del verano matándose
contra el farol. Cierto días alguien trae el dicho de que lo andan
buscando a Parra. Dicen: "El Cabo de guardia lo manda llamar desde el
muro. Vaya, pues. No quiera contrariarlo".
Asisque
el hombre va y se apersona.
Soy
Parra ‑dice.
Y se queda oyendo:
Está bueno, viejo. Ahí tiene. Agarre con cuidado.
Edesio Parra alza los ojos y mira el bulto
que le llega desde el otro lado del muro.
Se lo mandan de adentro dice el Cabo.
¿De adentro?
El milico le enseña los dientes y disque sí con la cabeza. Después
estira el cuerpo y le pone en los brazos al Coloradito . Recién nacido. Y
envuelto en una_frazada del penal.
De parte de su hija –dice el Cabo,
Para que le dé crianza.
Entonces Parra contempla a niñito y
comprende antes que Dios lo sucedido.Lo apreta contra su pecho y aunque
no la costumbre a sus años andar cargando'criaturas, ahí
se larga a patear con firmeza, para darle confianza a los ojitos que desde la ventana lo espían
y lo espian.
¡Vean el angelito!", dicen los visitadores.
"¡El cielo le ha enviado una guaga a don Parra! ¡Dios sabrá!"
Y al subir al tren le hacen un círculo y lo miran dormir.
Los miran crecer de a poco cada viernes: .el pelo colorado, las manos
apretadas al pescuezo del abuelo, y brincando sobre el terraplén.
Porque a Edesio Parra no lo asustan los temporales ni la culebras del
basural, qué mierda ¿por si acaso anda en cueros el niñito? hastas son
las pilchas que.,khap pasado los visitadores, y el quillanguito¿', Y el San Cristóbal
prendido a un alfiler que lo vela de las picaduras.
No importan los días, sean buenos, sean malos, dale
que dale Edesio Parra frente al muro del penal alzandoló al niñito y
haciendo mojigateces para felicidad del trapo. Hay que ver: una bandera el
trapo, allá en la ventana.
Se nota que no le alcanza la mano a la hija para mandarle cariño a la
criatura.
Entonces.
Tres años pasaron.
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