VOLAR UNA AUTENTICA  EPOPEYA SAINT EXUPERY


cuando el avion aterrizaba,un grupo de soldados corría junto a él y lo sujetaba con palos y ganchos para orientarlo  en contra del viento


Los cielos estaban abiertos, hace 80 años. Y no porque el Congreso permitiera explotar las rutas aéreas a cualquier empresa del mundo, sino sencillamente porque no existían rutas. Porque sólo desde hacia unos pocos años existían aviones. Oscar Rodríguez, amante de la aviación y autor del libro Homenaje a Saint‑Exupéry., vivencias en la Argentina, aerofilatelia relacionada se entusiasma describiendo aquella hazaña de volar. "La ruta aeropostal partía i desde Bahía Blanca y tenía escalas en San Antonio Oeste, Trelew y Comodoro Rivadavia; paradas calculadas cada dos o tres horas de vuelo para que los pilotos pudieran ir al baño. Entonces volar era sufrir. Los aviones no tenían cabinas cerradas en su mayoría habían sido construidos para combatir durante la Primera Guerra Mundial, que acababa de terminar no contaban con frenos ni radio, los motores debían ser retocados cada 50 horas de vuelo y corrían el peligro de apagarse por el frío. De hecho, para poder despegar una persona debía derretir el agua del radiador con un soldador, asegura. En aquel entonces los trenes andaban como un reloj, tal es así que los aviones partían de Bahía Blanca unos 20 minutos después que la correspondencia llegara desde Buenos Aires en tren: una persona saltaba con las sacas y corría hacia la pista, donde ya esperaba el avión en marcha. La consigna era llegar como sea: la correspondencia estaba antes que la vida, si eso era necesario, ¿exagera? Rodríguez. Y se explaya: "No existían las pistas de aterrizaje; sólo se prolijaba el suelo y se cortaba el césped en campos de 500 metros cuadrados con un círculo pintado con cal, en los que instalaban una manga para saber desde dónde soplaba el viento: aunque los aviones pesaban cerca de 1.000 kilos y volaban a unos 180 kilómetros por hora, las correntadas de hasta 13 kilómetros los daban vuelta como a una hoja si n atenizaban justo en contra de las ráfagas. A unoc 2.000 metros de distancia del suelo, los pilotos apuntaban el avión y cortaban el motor. Apenas tocaban tierra, las máquinas eran acompañadas a la carrera por unos ocho soldados, que corrían al la de los aviones con palos y ganchos con los que enganchaban la nave y la orientaban enseguida contra de[ viento. Desde su casa en Bahía Blanca investigador Oscar Rimondi ‑autor de¡ libro Alas sobre la Patagonia‑ detalla: "Había dos equipos agarradores. Uno enganchaba al avión de las Puntas de cada ala, y el otro le ataba un carrito a la cola. Volando con el suelo a la vista, a no más de 30C metros de altura, llevaban unas 7.000 cartas que una vez descargadas, perrnitían a los pilotos ale los 1.200 metros y tardar la mitad del tiempo. junto a los pioneros franceses se foguearon grandísimas pilotos argentinos, como Rufino Luro Cámbaseles Próspero Palazzo y Ricardo Gross. Con sus aviones Late no sólo llevaban las cartas sino también remedios y noticias. Era el mundo el que se acercaba hasta ese desierto helado dos veces por semana El mundo abierto, a cielo abierto.

 nota de Claudio Savoia,25/06/2000 clarin

 

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