Más que una persona, la pintora Tamara de Lempicka era una oficina de prensa de sí misma. Y hacía lo mismo que hace la mayoría de las o oficinas de prensa institucionales: desinformaba, lanzaba campañas de propaganda sobre su pasado, lo transformaba cada vez que mantenía una conversación con sus amistades. De su vida hay casi tantas versiones escritas como entrevistas le realizaron los medios. Ni siquiera el año ni el lugar de su nacimiento pudieron ser establecidos con absoluta certeza, aunque es muy probable que haya nacido en Moscú en 1895. Ella solía cambiar la fecha, oscilando entre 1898 y 1902. Además, jamás admitió haber nacido en Rusia, prefirió inventar que había visto la luz en Varsovia. Hija del opulento comerciante ruso Boris Gurwik-Gorski y de la no menos próspera polaca Malvina Dekler, Tamara vivió una infancia rodeada de lujos. Pero también de terribles secretos familiares, que marcaron su estilo para el resto de su vida. Recién después de la muerte de Tamara, Laura Claridge tuvo acceso a muchas notas que la pintora había redactado a Fines de los 70, cuando proyectó escribir sus memorias, y por primera vez ese material permitió alumbrar algunas de las muchas dudas sobre su familia, su infancia y su adolescencia, e incluso sobre casi cada hecho de su vida que no había tomado estado público. No es casual que, a pesar de poseer una personalidad avasallante y de haber estado rodeada durante toda su vida de gente famosa, fuera Laura Claridge -recíén cuando el siglo XX concluía- la primera en atreverse a escribir una biografía de esta pintora que tuvo su momento de gloria entre fines de los años 20 y comienzos de los
TAMARA DE LEMPICKA
30. Como decía JEan Cocteau, "Tamara de Lempicka
amaba, en igual medida, a la alta sociedad y el arte". Pero como suele
suceder con los grandes amores, tanto la alta sociedad como el mundo del arte
no sentían lo mismo por ella. Para los artistas, Tamara era una conservadora
burguesa diletante. Para los ricos, la pintora era una arrogante depravada
que no ocultaba sus amores con hombres y con mujeres.
A pesar de que el arte le interesó desde pequeña, su alto origen
social hacía impensable que Tamara pudiera dedicarse a la pintura,
al menos en la Rusia zarista, en la cual su familia ocupaba un lugar destacado.
Fue gracias a que la Revolución Rusa la
despojó de todo, encarceló durante un tiempo a su marido -el
joven abogado Tadeusz Lempicki- y la obligó a emigrar, que se convirtió
en la exitosa pintora que fue. Paradójicamente fueron los bolcheviques,
sin proponérselo, los que ayudaron a convertirla en una mujer moderna.
Cuando llegó a París en 1918, sus medios económicos eran
tan miserables que la joven Tamara, acostumbrada a vivir en mansiones gigantescas
servidas por una muchedumbre de mucamas, tuvo que resignarse a compartir un
pequeño cuarto en una pobre pensión con su marido desempleado
y el hijo de ambos. Da una medida de su innegable talento y de su poderosa
fuerza de voluntad el que ella, pocos años más tarde y basándose
casi exclusivamente en su prepotencia de trabajo y en su gran capacidad para
relacionarse, fuera conocida en todos los ambientes artísticos de Europa
y los Estados Unidos como la mas grande pintora art deco de la época.
La biografía de Laura Claridge muestra que
no había nada ordinario en la vida de Tamará. Su estilo se convirtió
en moda en una época elegante y laxa. En todas partes se la solía
confundir con Greta Garbo: era la imagen misma de lo sofisticado y lujoso.
Las mujeres ricas trataban de imitarla. Sus fiestas, a las que concurrían
cientos de invitados, eran el comentario obligado de la sociedad parisina:
se decía que no había vicios que allí no pudiesen ser
practicados. En el salón parisino de la poeta Natalie Barney Tamará,
que nunca faltaba, esnifaba cocaína a través de una cánula
de oro o de marfil y bebía gin mezclado con hashísh (como André
Gide había puesto de moda). Tamara gustaba de recorrer los muelles
de] Sena para encontrar amantes peligrosos: podían tanto ser marineros
anónimos como casuales prostitutas.Después
de sus correrías nocturnas, volvía al taller a pintar hasta
el alba. Sus pinturas, en las que buscaba reproducir esa perfección
esmaltada que tanto admiraba de las obras de los maestros holandeses
del siglo XVII, reflejan ambiguamente esas noches de desenfreno. Por el acabado
perfecto, casi una pátina nacarada de esmalte, capa sobre capa, parecen
el trabajo paciente de otro siglo. de otro momento de la cultura, pero el
dibujo, las figuras lánguidas, las pieles sensuales, -L-wA~ das extraviadas,
dan cuenta del sofisticado y decadente mundo de los años 20, cuando
se festejaba haber sobrevivido a la más grande matanza conocida hasta
entonces, la Primera Guerra Mundial. Su desprejuiciado
estilo de vida (y su amorío con Gabriele D'Anmunzio) terminaron de
colmar la paciencia de Tadeusz, que la dejó
por una rica heredera. Ella también volvió a casarse: fue con
el barón Raoul Kuffner, un millonario judío de Hungría.
Su segundo matrimonio coincidió con el momento de su segunda huida:
esta vez de la Europa de Hitler hacia los Estados Unidos. Vivió en
Nueva York y en Hollywood (donde se la conocía como---la baronesa del
pincel pero su carrera artístíca cayó en el ocaso, prácticamente
hasta su muerte (murió en 1980 en Cuernavaca, México). Recién
a comienzos de los 80 su obra comenzó a ser redescubierta, en primer
lugar por las estrellas de Hellywood que suelen comprar arte contemporáneo,
como Madonna. Barbra Streisand y Jack Nicholson. Laura
Clarídge está tan apasionada con Tamara como personaje y tan
preocupada porque la pintora ocupe el lugar que ella cree que debería
ocupar en la historia del arte que suele caer en afirmaciones que no se sostienen.
"Tamara de Lempicka no sólo es una de las más poderosas
y avasalladoras personalidades del siglo XX, sino que es uno de los más
importantes e iconoclastas artistas de la época", dice la autora
intentando convencer al lector de que Tamara debería ingresar, de una
vez por todas, en el muy estrecho panteón de los más grandes
maestros del arte moderno junto a Picasso, Matisse y pocos más. Aunque
el juicio crítico sobre la obra de Tamara de Lempicka es mucho más
favorable hoy de lo que fue hasta hace 20 años, para desgracia de Laura
Claridge nadie la considera una de las más grandes artistas del siglo
que acaba de terminar. Sin embargo, su obra es importante por otro motivo.
Ella supo crear un nuevo mundo imaginario apartándose del camino más
trillado en su época: el de las vanguardias, que se habían convertido
en una moda para gente informada (al estilo de las instalaciones y del conceptualismo
en la actualidad). Recurrió a la tradición del arte occidental
(desde los pintores italianos renacentistas hasta los holandeses del siglo
XVII) y encontró en ese pasado una forma nueva de crear imágenes.
En su biografla de Tamara, Laura Claridge no deja de señalar que su
vuelta al pasado no fue un acto conservador, sino por el contrario una búsqueda
de libertad. Tiene razón.
origen de datos:clarin cultura 29/07/2001