Según el TITULO de .. célebre manual de
entrenamiento de perros, no hay perros malos, pero cuéntaselo al padre de un niño agredido por un pit bull o un rottweiller y seguro que te parte la cara. En el mismo sentido, y aunque tenga unas ganas infinitas de dar ánimos a cualquier persona que intente escribir en serio por primera vez, mentiría si dijera que no hay escritores malos. Lo siento, pero hay un montón. Algunos pertenecen a la plantilla del periódico local; son los que hacen las críticas de las obras de teatro en salas pequeñas, o los que pontifican sobre los equipos regionales. Otros se han comprado una casa en el Caribe con su pluma, dejando un reguero de adverbios palpitantes, personajes de cartón y viles
construcciones en voz pasiva. Otros, en fin, se desgañitan en lecturas poéticas a micrófono
abierto, con jersey de cuello alto y pantalones arrugados de corte militar. Son los que sueltan
ripios sobre mis indignados pechos de lesbiana, o la calle torcida donde grité el nombre de
mi madre. Los escritores se ordenan siguiendo la misma pirámide que se aprecia en todas las
áreas del talento y la creatividad humanos.Los malos están en la base. Encima hay otro
grupo, ligeramente más reducido, pero abun- y acogedor: son los escritores aceptables,que también pueden estar en la plantilla del
periódico local, en las estanterías de la librería del pueblo o en las lecturas poéticas a micrófono
abierto. Es gente que ha llegado a entender que una cosa es que esté indignada una
lesbiana y otra que sus pechos sean eso, pechos. El tercer nivel es mucho más pequeño. Se trata
de los escritores buenos de verdad. Encima (de ellos, de casi todos nosotros) están los
Shakespeare, Faulkner, Yeats, Shaw y Eudora Welty: genios, accidentes divinos, personajes
con un don que no podemos entender, y ya no digamos alcanzar. (...) Abordo el corazón de
este libro con dos tesis sencillas. La primera es que escribir bien consiste en entender los fundamentos
(vocabulario, gramática, elementos del estilo) y llenar la tercera bandeja de la caja de
herramientas con los instrumentos adecuados. La segunda es que si bien es imposible convertir
a un maL escritor en escritor decente, e igual de imposible convertir a un buen escritor en fenómeno, trabajando duro,
poniendo empeño y recibiendo la ayuda oportuna sí es posible convertir a un escritor aceptable, pero nada más, en buen
escritor. ( ... ) Aunque un escritor se gane el aprecio de uno o dos críticos, siempre llevará el estigma de su reputación
anterior, igual que una mujer casada y respetable, pero con un hijo tenido en la adolescencia. Es tan sencillo como que hay
gente que no olvida, y que la crítica literaria, en gran medi-
da, sólo sirve para reforzar un sistema de castas igual de antiguo que el esnobismo intelectual que lo ha alimentado. Hoy
en día, Raymond Chandler está reconocido como figura importante de la literatura norteamericana del siglo XX, uno de
los primeros en describir la alienación de la vida urbana en las décadas de la última posguerra, pero sigue habiendo una larga nómina de críticos que rechazarían de plano el veredicto. ( ... ) Puede que sus colegas acepten a Chandler entre los grandes, pero seguro que lo sientan al final de la mesa. Y nunca faltan cuchicheos: Claro, es que viene de las novelas de quiosco... ¿A que tiene buenos modales? Para ser de esa gente... (...) Hasta Charles Dickens, el Shakespeare de la novela, ha pagado su afición a los argumentos sensacionalistas, su desatada fecundidad (si no hacía novelas hacía niños con su esposa) y, cómo no, su éxito perenne entre el gallinero lector, de su época y la nuestra, con la agresión constante de
la crítica. Los críticos y especialistas siempre han recelado del éxito popular. Son, en muchos
casos, recelos justificados, y en otros simples excusas para no pensar. La pereza intelectual
llega a sus mayores rotas entre los más cultos.
Por poco que puedan, levantan los remos y se dejan ir a la deriva, En conclusión, que estoy
seguro de que algunas voces me acusarán de fomentar una filosofía descerebrada y feliz,
defender (ya que estamos) mi reputación no precisamente inmaculada, y animar a gente que no
es de los nuestros a que pidan el ingreso en el club. Creo que sobreviviré. Pero antes de
seguir, pido permiso para repetir mi premisa básica: al que es mal escritor no puede
ayudarle nadie a ser bueno, ni siquiera aceptable.
El buen escritor que quiera ser un genio... Da igual, dejémoslo.
Si no tienes ganas de trabajar como una mula será inútil que intentes escribir bien. Confórmate con tu medianía y da gracias de tenerla por cojín. Existe un muso, pero no esperes que baje revoloteando y esparza polvos mágicos creativos sobre tu máquina de escribir u ordenador. Vive en el subsuelo. Es un habitante del sótano. Tendrás que bajar a su nivel y, cuando hayas llegado, amueblarle el piso. Digamos que te toca a ti sudar la gota gorda, mientras el muso se queda sentado, fuma, admira las copas que ha ganado en la bolera y finge ignorarte. ¿Te parece justo? Pues a mí sí. (...) Hazme caso, porque lo sé. Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo. Yo soy un lector lento, pero con una media anual de setenta u ochenta libros, casi todos de narrativa. No leo para estudiar el oficio, sino por gusto. ( ... ) Cada libro que se elige tiene una o varias cosas que enseñar, y a menudo los libros malos contienen más lecciones que los buenos. Cuando iba a octavo encontré una novela de bolsillo de Murray Leinster, un escritor de ciencia ficción barata cuya producción se concentra en los años cuarenta y cincuenta, la época en que revistas como Amazing Stories pagaban un centavo por palabra. Yo ya había leído otros libros de Leinster, bastantes para saber que
la calidad de su prosa era irregular. La novela a que me refiero, que era una historia de minería en el cinturón de asteroides, figuraba entre sus obras menos conseguidas, No, eso es ser demasiado generoso; la verdad es que era malísima, con personajes superficiales y un argumento descabellado. Lo peor (o lo que me pareció peor en esa época) era que Leinster se había enamorado de la palabra zestful, brioso. Los personajes veían acercarse a los asteroides metalíferos con briosas sonrisas, y se sentaban a cenar con brío a bordo de su nave, minera. Hacia el final del libro, el protagonista se fundía con la heroína (rubia y tetuda) en un brioso abrazo. Fue para mí el equivalente literario de la vacuna de la viruela: desde entonces, que yo sepa, nunca he usado la palabra zestful en ninguna novela o cuento. Ni lo haré, Dios mediante. Mineros de asteroídes (no se llamaba así, pero era un título parecido) fue un libro importante en mi vida de lector. ( ... ) Leyendo prosa mala es como se aprende de manera más clara a evitar ciertas cosas. ( ... ) Por otro lado, la buena literatura enseña al aprendiz cuestiones de estilo, agilidad narrativa, estructura argumental, elaboración de personajes verosímiles y sinceridad creativa. Quizás una novela como Las uvas de la ira provoque desesperación y celos en el escritor novel (No podría escribir tan bien ni viviendo mil años), pero son emociones que también pueden servir de acicate, empujando al escritor a esforzarse más y porierse metas más altas. La capacidad arrebatadora de un buen argumento combinado con prosa de calidad es una sensación que forma parte de la formación imprescindible de todos los escritores. Nadie puede aspirar a seducir a otra persona por la fuerza de la escritura hasta no haberlo experimentado personalmente. ( ... ) Quizá te encuentres con que adoptas el estilo que más admiras. No tiene nada de malo. De niño, cuando leía a Ray Bradbury, escribía como él: todo era verde y maravilloso, todo visto por una lente manchada por el aceite de la nostalgia. Cuando lela a James M. Cain me salía todo escueto, entrecortado y duro. Cuando leía a Lovecraft, mi prosa se volvía voluptuosa y bizantina. Algunos relatos de mi adolescencia mezclaban los tres estilos en una especie de estofado bastante cómico. La mezcla de estilos es un escalón necesario en el desarrollo de uno propio, pero no se produce en el vacío. Hay que leer de todo, y al mismo tiempo depurar (y redefinir) constantemente lo que se escribe. Me parece increíble que haya gente que lea poquísimo (o, en algunos casos, nada), pero escriba y pretenda gustar a los demás. ( ... ) Yo nunca salgo sin un libro, y encuentro toda clase de oportunidades para enfrascarme en él. El truco es aprender a leer a tragos cortos, no sólo a largos. Es evidente que las salas de espera son puntos de lectura ideales, pero no despreciemos el foyer de un teatro antes de la función, las filas aburridas para pagar en caja ni el clásico de los clásicos: el water. ( ... ) La gente bien considera de mala educación leer en la mesa, pero sí aspiras a tener éxito como escritor deberías poner los modales en el penúltimo escalón de prioridades. El último debería ocuparlo la gente bien y sus expectativas. ( ... ) ¿Dónde más leer? Pues en la cinta de correr, o en el aparato que uses cuando vas al gimnasio. Yo, que procuro hacer una hora de aparatos al día, creo que -sin la compañía de una buena novela me volvería loco. ( ... ) Si sientes como algo imprescindible tener puestos a los bocazas de la CNN dando las noticias mientras haces ejercicio, o a los bocazas de la MSNBC hablando de la Bolsa, o a los bocazas de la ESPN dando los deportes, ya va siendo hora de que te preguntes por el grado de seriedad de tus aspiraciones de escritor. Tienes que estar dispuesto a replegarte a conciencia en la imaginación, y me parece que no es muy compatible con los presentadores de los talkshows de moda. Leer toma su tiempo, y el pezón de cristal te roba demasiado, Una vez destetada del ansia efímera de tele, la mayoría descubrirá que leer significa pasar un buen rato. He aquí mi sugerencia: la desconexión de la caja-loro es una buena manera de mejorar la calidad de vida, no sólo la de la escritura. ( ... )
El programa agotador de lectura y escritura por el que abogo (de cuatro a seis horas diarias toda la semana) sólo lo parecerá si son actividades que ni te gustan ni responden a ningún talento tuyo. De hecho, puede que ya estés siguiendo uno parecido. Si no es así, y te parece que necesitas permiso de alguien para leer y escribir cuanto te apetezca, considéralo dado en adelante por un servidor. La verdadera importancia de leer es que genera confianza e intimidad con el proceso de la escritura. Se entra en el país de los escritores con los papeles en regla. La lectura constante te lleva a un lugar (o estado mental, si lo prefieres) donde se puede escribir con entusiasmo y sin complejos. También te permite ir descubriendo qué está hecho y qué por hacer, y te enseña a distinguir entre lo trillado y lo fresco, lo que funciona y lo que sólo ocupa espacio. Cuanto más leas, menos riesgo correrás de hacer el tonto con el bolígrafo o el procesador de textos.
Si el Gran Mandamiento es lee mucho y escribe mucho (y te aseguro que sí), ¿cuánto es escribir mucho? Evidentemente, depende del escritor. Hav varios novelistas contemporáneos que han escrito al menos tanto como yo (por ejemplo, Ruith Rendell/Barbara Vine, Evan Hunter/Ed McBain, Dean Koontz y Joyce Carol oates), y algunos que bastante más. En el lado opuesto (el de James Joyce) aparece Harper Lee, autor de un solo y excelente libro: Mator un ruiseñor. La lista de los que han escrito menos de cinco es larga, e incluye a james Agee, Malcolm Lowry y (de momento) Thomas Harris ( ... ) En mi caso el horario está bastante claro. Dedico las mañanas a lo nuevo, la novela o cuento que tenga entre manos, y las tardes a la siesta y la correspondencia. La noche pertenece a la lectura y la familia, a los partidos televisados de los Red Sox y a las revisiones más urgentes. Por lo general, la escritura se concentra en las mañanas. Cuando he empezado un proyecto no paro, y sólo bajo el ritmo si es imprescindible. Si no escribo a diario empiezan a ponérseme rancios los personajes, con el resultado de que ya no parecen gente real, sino eso, personajes. Empieza a oxidarse el filo narrativo del escritor, y yo a perder el control del argumento y el ritmo de la narración. Lo peor es que se debilita el entusiasmo de crear algo nuevo; empiezas a tener la sensación de que trabajas, sensación que para la mayoría de los escritores es el beso de la muerte. Cuanacabo comiendo en el escritorio y
terminando la sesión diaria hacia la una y media. A veces, cuando cuesta que salgan las palabras,
llega la hora del té y todavía estoy trabajando. ( ... ) La mejor ayuda para una producción
regular (¿trollopiana?) es un ambiente sereno. Hasta al escritor de naturaleza más
productiva le costará trabajar en un entorno donde los sustos y las distracciones sean la norma,
no la excepción. Cuando me preguntan por el secreto de mi éxito (idea absurda, pero
imposible de eludir), a veces contesto que hay dos: haberme conservado en buenas condiciones físicas menos hasta que en el verano de 1999
me atropelló una furgoneta que se había salido de la carretera) y haber tenido un matrimonio duradero.
Casi se puede leer en cualquier parte, pero, tratándose de escribir, los cubículos de biblioteca y bancos de parque deberían ser el último recurso. Decía truman Capote que sus mejores obras estaban hechas en habitaciones de motel, pero es la excepción. La mayoría trabajamos mejor en casa. Mientras no tengas un espacio propio, encontrarás bastante más laboriosa tu nueva decisión de escribir mucho. No es necesario que tu despacho exhiba un interiorismo a lo Playboy, ni que guardes los enseres de escribir en un escritorio colonial de los de persiana. Las dos primeras novelas que publiqué (Carrie y El misterio de Salem's Lot) las escribí en el cuartucho de lavar de una caravana doble, aporreando la Olivetti portátil de mi mujer y haciendo equilibrios con una mesa infantil en las rodillas. ( ... ) Propongo unas mil palabras al día, y, como me siento magnánimo, añadiré un día de descanso semanal, al menos al principio. Más de uno no, o perderías la urgencia e inmediatez de tu relato. Una vez concretado el objetivo, toma la resolución de no abrir la puerta hasta haberlo cumplido. Dedícate por entero a poner las mil palabras en papel o
en disquette. Conviene, dentro de lo posible, que en el despacho no haya teléfono, y menos televisión o videojuegos para perder el tiempo. Si hay ventana, y no da a una pared, corre la cortina o baja la persiana, Cualquier escritor hará bien en eliminar las distracciones, y el novicio más. Si sigues escribiendo empezarás a filtrarlas de manera natural, pero al principio conviene ocuparse de ellas antes de ponerse a trabajar. Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns'n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ( ... )
La razón de ser del horario (entrar cada día más o menos a la misma hora y salir cuando tengas las mil palabras en papel o disquette) es acostumbrarte, predisponerte. Bueno, pues ya estás en la habitación con la persiana y la puerta cerradas y el teléfono desenchufado. Le has dado una patada a la tele y te
has jurado escribir mil palabras al día contra viento y marea. Llegó él turno de la gran
pregunta: ¿de qué escribirás? Y de una respuesta igual de grande: de lo que te dé la gana. Lo que
sea... mientras cuentes la verdad. Antes, en las clases de escritura, solía haber una máxima:
Escribe de lo que sepas. Suena bien, pero, j si quieres escribir sobre naves espaciales que
exploran otros planetas, o de alguien que mata a su mujer y quiere partirla en trocitos con un
desbastador de madera? ¿Cómo se consigue que cuadren esas y otras mil ideas extravagantes
con el principio de escribir de lo que se sabe?
Yo creo que lo primero es interpretar la máxima en el sentido más lato. El fontanero sabe de
fontanería, pero no es ni mucho menos lo único que sabe. También sabe cosas del corazón,
y la imaginación. (.. J
En términos de género, parece oportuna la premisa de que se empieza escribiendo lo que le gusta a uno leer. Ya he contado mis tempranos amores con los tebeos del terror, y seguro que he cargado las tintas, pero es verdad que me gustaban mucho. (...) Hoy en día, de hecho, nada me impide escribir versiones un poco más sofisticadas del mismo cuento-Es muy sencillo: me eduqué en el amor a la noche y los ataúdes que no se quedan quietos, Si a alguien le parece mal, lo único que puedo hacer es encogerme de hombros. Es lo que hay. Si resulta que eres aficionado a la ciencia ficción, es normal que tengas ganas de escribir ciencia ficción. (Y cuanta más hayas leído, menos peligro correrás de caer en las convenciones más transitadas del género, como las guerras de naves y las utopías negativas.) Sí lo que te gusta son las novelas de misterio, querrás escribirlas, y si te gustan las román.tícas, es normalísimo que quieras hacer alguna. No tiene nada de malo practicar esos géneros, (...) Desconfío de los argumentos por dos razones: la primera, que nuestras vidas apenas tienen argumento, aunque se sumen todas las precauciones sensatas y los escrupulosos planes de futuro; la segunda, que considero incompatibles el argumento y la espontaneidad de la creación auténtica. Procuraré ser claro. Me interesa sobremanera que entiendas que mi principal convicción acerca de la narrativa es que se hace prácticamente sola. ( ... ) Si eres capaz de compartir mi punto de vista (o de intentarlo), podremos colaborar a gusto. En caso contrario, si te parezco un loco, tampoco pasa nada, No serás el primero.(...) >
Siempre tuvo la sospecha. Como prueba están sus libros, llenos de escritores a los que les pasan cosas muy, pero muy feas. Stephen King tuvo siempre la macabra presunción de ser él mismo un personaje más de sus historias. Entonces un día pasó lo siguiente: un camionero bruto salió a comprar chocolate, perdió el mando del volante y atropelló lo que pensó que era un cabrito. Un cabrito llamado Stephen
King.
"Me entero del, detalle después de unas semanas y pienso que ha estado a punto de matarme un personaje de novela mía. Casi tiene gracia", cuenta el hombre en su primer libro de no ficción, Mientras escribo. Acaso mientras escribe King perciba con el rabillo del ojo su muleta, tome una de las cien pastillas diarias que le recetó el médico y busque olvidar alguno de los múltiples dolores que le erizan el cuerpo desde aquel accidente de 1999. King había salido a dar una vuelta por las calles de Maine y terminó con la cadera fracturada, la pierna hecha talco, el pulmón dañado, la cabeza rota, cuatro costillas partidas y la columna astillada.
Pero no murió Volvió del límite con una delgadez morbosa v una cicatriz reptando por la pantorrilla. Volvió como lo hacen los monstruos de películas góticas: medio abollados, pero con ganas de acción. Cinco semanas después del accidente se sentó a su escritorio, en el vestíbulo trasero de su casa victoríana e inmensa, y encendió su Mác. Desde entonces hasta hoy, publicó la novela corta riding the Burllet fue el primer libro de masas lanzado en Internet, con más de 500 mil ejemplares); desarrolló la mayor parte de un guión para la cadena ABC; avanzó una novela de 900 páginas (Dreamcatcher); y terminó Mientras escribo: un compendio de consejos sobre cómo abordar el oficio con éxito (lejos del típico recetario de autoayuda americano, éste es un ofrecimiento generoso) precedido por su propia historia: el cuento de un chico pobre que se transformó en el escritor más vendido del mundo.
Empecemos el cuento, entonces. Si el pasado es el resultado caprichoso de la memoria, el de King está sujeto a una selección muy especial. El asocia su infancia con un paisaje de niebla, donde las anécdotas brotan aisladas como árboles pelados, Arboles con ramas como dedos de bruja. Su niñez es un puñado de aguafuertes malditas: recuerda una nana peligrosa, una terrible infección en los tímpanos, la extirpación de sus amígdalas, aquella vez que fue al baño en un baldío, como los cowboys y se limpió con ortigas. "Tuve una infancia muy rara`, escribe King como si hiciera falta. Y entonces suelta su primer recuerdo: el niño Stevie tiene dos años y se imagina que es, un forzudo de circo. Avanza por el garaje de su casa cargando a puro músculo un bloque de cemento, mientras los tíos dicen oooh, miren al niño de dos años qué fuerte. Pero esta es una historia de King, así que oculto en un recodo del cemento hay un avispero. Un bicho le pica la oreja, el forzudo se sacude y suelta el bloque. Y todo el dolor del mundo cae sobre sus pies descalzos. El primero, entonces, es un recuerdo de dedos rotos.
Es también una pequeña muestra, damas y caballeros, del estilo Kíng de contar las cosas: él adora mostrar que la vida cotidiana está llena de peligros; que en un contexto familiar, en un pueblo herrumbroso y dormido con tíos diciendo "qué niño tan fuerte", puede pasar lo peor. La de King es una forma delicada de decirnos que todas sus barbaridades nos pueden ocurrir mañana.
Tal vez en el próximo minuto, Usted un buen día podría contratar una niñera, por ejemplo. Una adolescente con algo de acné, cuerpo saludable y sonrisa grande como un melón. Piénselo bien: la niñera podría ser como la qu. le tocó a King a los tres años. La chica se llamaba Eula Beulah, una mole con sentido del humor peligroso que cada vez que reía le daba palmazos, lo abrazaba dolorosamente y le hacía cosquillas con los pies. Y lo peor: en los días de
mayor felicidad, jugaba a poner su enorme trasero sobre la cara de Stevie, y ya saben qué. Ira como quedar sepultado por fuegos artificiales a base de metano -escribe- Puede decirse que Eula Beulah me fogueo para la crítica literaria. Después de haber tenido encima a una niñera de noventa kilos tirándote pedos en la cara y gritando bum! el Village Voice da muy poco miedo."
Resulta entonces que Eula Beulah fue una mujer suma mente útil en su vida; una inyección de inmunidad justificada: las críticas pocas veces lo trataron bien. Entre la mirada intelectual y los libros masivos hay una guerra con más fuegos artificiales que los que podría lanzar Eula Beulah. Porque sí: King es muy fácil de leer. Lleva publicados más de 46 libros, sus ejemplares vendidos superan los seis millones de unidades, y aun así sólo ganó un premio en su vida, el 0. Henry, por su relato breve
Man in the block suit. El, como para que vean qué poco le importan las medallas, adora repetir una frase que suena a provocación: "Soy la versión literaria de
McDonald's".
Y como McDonald's, King tiene su manual de reglas e instrucciones. Mientras escribo nació para contestar algunas preguntas que le hicieron en seminarios y conferencias, y para responder también aquellas que jamás le formularon: las concernientes al lenguaje. ¿Cómo les caerá Mientras escribo a los críticos? King arriesga una respuesta: "Cómo si la puta del pueblo intentase enseñar a las mujeres a comportarse."
Si la prostituta fuera la mujer más requerida en toda la Tierra, sería interesante conocer su vida y saber cómo llegó a semejante clientela. Tal vez por eso, King agrega una autobiografía con la única intención de mostrar cómo nace un escritor. Entonces
cuenta que nació en 1947 en Portland (Estado de Maine Que a los dos años, su padre, Don, se fue a comprar cigarrillos y no volvió. Que se crió con su hermano adoptivo y su madre, una mujer que en la mejor de las rachas trabajaba como lavandera. Que empezó a leer durante el primer año de colegio, hasta que su madre le sugirió que inventara sus propias historias. "Recuerdo haber acogido la idea con la sensación abrumadora de que abría mil posibilidades -escribe- Como si me hubieran dejado entrar en un edificio muy grande y con muchas puertas cerradas, dándome permiso para abrir la que quisiera. Pensaba (y sigo pensando) que había tantas puertas que no bastaba una vida para abrirlas todas."
Durante ocho años seguidos envió sus cuentos al Alfred Hitchcock's Mystery Magazine, y cada uno de ellos volvió con una nota del tipo seguí participando. Hizo caso. Clavó un clavito en su cuarto, y enganchó ahí el primero de los rebotes. Pasaron los años, cumplió catorce, y el peso de los rechazos empezó a vencer el clavo. Entonces compró uno más largo y resistente, y siguió escribiendo.
El diceque lo suyo es compulsión. Un algo que supera su voluntad y que, jura Kíng, lo salvó de morirse de puro borracho, de sobredosis o de alguna forma más convencional del suicidio. El primer cuento editado -su primera salvación pública- apareció en un fanzine de terror de Alabama. El título original -que no fue respetado- era Fui un ladrón de cadáveres adolescente.
No: no busquen en King títulos lindos o una infancia candorosa. Menos todavía una adolescencia en paz. Mientras en el cine del pueblo proyectaban las películas de Disney, los hermanos King preferían El ataque de las sanguijuelas gigantes, Canción de cuna para un cadáver y Los ángeles de] infierno. A los trece años, un chico que ha leído a London y Poe no quiere saber de Blancanieves: prefiere monstruos devorando ciudades, cadáveres radiactivos salidos del mar y con ganas de almorzar surfistas, y chicas de barrio bajo y corpiño negro. Eso es lo que King buscaba, y eso es lo que él produjo. "Lo que no entiendo, Stevie -le dijo una vez una maestra del colegio- es que escribas esta basura. Tú escribes bien. ¿Por qué desaprovechas tus facultades?
La maestra habría llorado si se hubiera enterado del futuro inmediato de King: escribir para revistas de adultos, derrochar su talento en páginas ilustradas con hermosos y redondos pechos. El primer cuento se vendió a 200 dólares, pero la suma no era suficiente para vivir: mientras escribía tenía que trabajar bajo el calor sofocante de una lavandería, tragando píldoras de sal para no desvanecerse sobre una sábana. En medio de esa desazón conoció a Tabitha, la mujer que todavía hoy le lleva a su escritorio una de sus cien pastillas, la que lo salvó de la muerte y el fracaso.
Fue Tabitha la que rescató del tacho de basura una copia cenicienta y sucia de Carrie. Vivían en un trailer ella trabajaba en Dunkin Donut's y Kimg se había transformado en la versión atormentada y talentosa de Homero Simpson: parecía treinta años más viejo, y tenía la ropa raída y remendada, la panza reventona de cerveza, tos de fumador, exceso de caspa y varios originales inconclusos que sólo ojeaba cuando no estaba borracho. Entonces, un invierno de 1973, Tabitha encontró un manuscrito en el tacho de basura. Tomó las hojas, las limpió y las alisó. "Tiene posibilidades", dijo.
"Con Carrie aprendí dos cosas --asegura King, Primero, que la impresión inicial del autor sobre el personaje o los personajes
puede ser tan errónea como la del lector. Segundo (pero no en importancia) darse cuenta de que es mala idea dejar algo a medias sólo porque presente dificultades emocionales o imaginativas." Carrie significó mucho más que 100 mil dólares: cambió el curso de la literatura de terror, y para muchos incluso dio
una vuelta de página al género fantástico contemporáneo.
También fue una bisagra en la vida de King: desde entonces no paró de publicar,
muchas historias se transformaron en películas taquilleras y hasta se arrogó el
desafío de prepotear a editoriales sacando algunas novelas por su página
Web. En mayo de 2000 se ganó los titulares de todo el mundo al lanzar The Plant
una historia por entregas que exigía a los lectores un dólar para poder bajar los tres primeros
capilotos, y dos para bajar los cinco siguientes. "Amigos --arengó en su página- tenemos la oportunidad de convertirnos en la peor pesadilla de las grandes editoriales". El tema de The plant sonaba un poco hostil: trataba sobre un escritor que enviaba una planta devoradora de seres humanos a una editorial que
había rechazado su manuscrito.
Para el dolor de los lectores. esta historia aun está inconclusa.
Eso es no riesgo, y no sólo para ellos: ya se sabe cómo son los fanáticos. Muchos
pasan los veranos instalados frente a la casa de King; y algunos otros eligen la
confrontación epistolar. Todas las sema-
nas, por ejemplo, llegan decenas de cartas de lectores furiosos, pidiendo la pubicación
del nuevo libro de la saga fantástica La torre oscura. Una vez, una queja vino acompañada por
una fotografía. Allí se veía a un
oso de peluche encadenado, con un mensaje formado con letras de diarios y revistas: Publique de
inmediato el próximo libro de la torre oscura o el oso morirá". Stephen King tiene lectores tan
retorcidos como él. Miren su cara: nadie con tremenda mirada puede despertar afecto en ti un
seguidor normal. Observen esa serenidad peligrosa, esos ojos tirantes y la piel de porcelana
cachada. Parece un muñeco de Madame Tussauds; el recuerdo maldito de un hombre que lo ha
sobrevivido todo. Porque es cierto: King lo ha sobrevivido todo. Empezó llenándose de cerveza
(algo de eso hay en jack Torran ce, el ex profesor y escritor alcohólico de El resplandor) y en
1985 se sumaron las drogas.
Recuerden su novela Tommyk nockers: trata sobre una escritora que descubre una nave alienígena enterrada en el suelo. Allí
están hibernando unos extraterrestres que invaden la cabeza de la gente y le dan energía y tina
inteligencia superficial; dos bendiciones que se pagan con el alma.
Esta fue la mejor metáfora que tuvo King a mano para describir lo que le pasaba: escribió
Tom- myknockers sin descanso, con el corazón a ciento treinta pulsaciones por minuto y las orejas
tapadas con algodón para cortar exceso de cocaína.
Hasta que una tarde, Tabitha de frente a familiares y amigos. Bienvenidos al show: ahí estaban los
restos de King que, según su propia descripción, consistían en Iatas de cerveza, colillas, cocaína enbotellitas de gramo, más cocaína
en bolsitas, cucharitas para coca, Valium, Xanax, frascos de jarabe para la tos, anticatarro y botellas
de enjuague bucal.Lo más extraño es ti que a pesar de su tacho de basura nunca
dejó de escribir. Como los vetera- nos del rock, el hombre renació casualidad. Y ahora, a los 53
años, es un tipo accidentado y vivo, con mala vista, el paso rengo y el eterno goce de saber cómo,
con qué palabras, transformar el sueño americano en pesadilla.
revista la nacion 29/04/2001
-Secretos de un narrador
por :VICENTE BATTISTA
Stephen King escapa a las clasificaciones. El camino sencillo sería decir
que es un escritor especializado en los textos de terror o en los textos
fantásticos o en los de ciencia ficción, pero entre los muchos cuentos y
las muchas novelas que escribió hay más de un título que no se puede
encuadrar en ninguno de esos géneros. Tampoco es un escritor que suele
tratarse en los claustros universitarios: el carácter popular de su
literatura, la fatalidad del bestseller, suelen desvincularlo de las
clases de altos estudios. Sin embargo, en una reciente encuesta realizada
entre escritores estadounidenses acerca de cuáles eran sus autores
preferidos, la mayoría de ellos citaron el nombre de Stephen King, junto
al de otros grandes narradores. A él no parecen perturbarle estas
contingencias, y continúa escribiendo.
Mientras escribo se llama, precisamente, su último libro. Una vez más, un
texto dificil de clasificar: ¿una guía práctica de cómo escribir o el
diario de vida de un escritor? Tal vez ambas cosas o ninguna. Porque más
allá de la guía práctica o el diario de vida, en Mientras escribo
predomina la pura narración. Sin duda, lo que mejor sabe hacer Stephen
King. Su vida parece una copia fiel de alguna de sus novelas.
Supo del agradable sabor del éxito cuando sólo tenía 26 años de edad, y
desde entonces no le ha perdido el gusto. También desde entonces y hasta
hace un par de años consumió todo el alcohol y casi todas las drogas que
tuvo a su alcance. Así lo cuenta: "Fui obsequiado con una especie de Ésta
es su vida en el infierno. El primer paso que dio Tabby fue vaciar la
alfombra, una bolsa de basura llena de cosas de mi despacho: latas de
cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en
bolsitas, cucharitas para coca manchadas de mocos y sangre seca, Valium,
Xanax, frascos de jarabe Robítusin y de NyQuil anticatarro, y hasta
botellas de elixir bucal. Aproximadamente un año antes, al observar la
rapidez con que desaparecían del lavabo auténticos botellones de Listerine,
me preguntó Tabby si me lo bebía. Mi respuesta, imbuida de altivez y
seguridad fue que cómo iba a bebérmelo. Y era verdad. Prefería beberme el
Seope, que era más agradable porque sabía un poco a menta".
Inició la cura y decidió hacer la vida que hace la gente sana, entre otras
cosas: caminar todos los días una apreciable cantidad de kilómetros. El 19
de junto de 1999 emprendió una de esas caminatas, llegó hasta una banquina
de la carretera principal de Maine y ahí fue embestido por Una carnioneta
Dodge, color azul claro. Un golpe desastroso: cuatro costillas, la
clavícula y la cadera derechas rotas, la pierna derecha quebrada en nueve
partes, la rodilla destrozada y una formidable contusión, con herida
abierta, en la cabeza. Así, entre la vida y la muerte, debió guardar cama
por varios meses. Aprovechó ese período para terminar Mientras escribo, un
libro que había comenzado a redactar tiempo antes.
El volumen tiene tres prólogos, en el segundo de ellos Sthepen King
anuncia su propósito: "He escrito un libro corto porque a la mayoría de
los libros sobre la escritura les sobra paja y tonterías. Los narradores
no tenemos una idea muy clara de lo que hacemos. Cuando es bueno no suelen
saber por qué y cuando es malo, tampoco A partir de esta incertidumbre,
elabora un diario de vida y un manual de escritura que se leen con el
mismo entusiasmo con que suelen leerse los buenos libros de Stephen King.
Todos los recuerdos de su vida, desde la infancia hasta hoy, están
propuestos en función de la literatura. Cada cosa que e~ tendrá,
invariablemente, su correlación con la escritura. Por ejemplo, cuando era
un joven de algo más de 20 años trabajaba de conserje junto con su hermano
Dave en el instituto de Brunswick. Cierta noche le encomendaron que
limpiaran el vestuario de las chicas. Allí, en medio de las duchas vacías,
se le ocurrió la idea de Carrie
Algún tiempo después la editorial Doubleday le contrató la novela. A
cambio de 2.500 dólares de anticipo, Doubleday se quedaba con el mayor
porcentaje de todos los derechos que podría originar ese título. Más allá
de las razones contractuales, Sthepen King se preocupa por explicar de qué
modo concibió esta novela que lo lanzaría a la fama.
Así, en una suerte de mezcla de teoría y práctica, de experiencia y
escritura, revela sus secretos (o algunos de sus secretos) a la hora de
cifrar sus historias. En ningún momento lo hace desde la torre de autor
consagrado. Siempre propone dudas e incertidumbres que íntentará revelar a
lo largo del texto. En ciertos casos es contundente: no soporta los
adverbios. "Creo que de adverbios está empedrado el infierno", dice y con
su peculiar estilo, explica: "Son como el diente de león. Uno en el césped
tiene gracia, queda bonito, pero, como no lo arranques, al día siguiente
encontrarás cinco, al otro cincuenta... y a partir de ahí, amigo mío,
tendrás el césped completamente, ava s alladoram ente cubierto de diente
de león. Entonces lo veréis como lo que son, malas hierbas, pero entonces
, ¡ay!, entonces será demasiado tarde".
Tampoco se preocupa por tener cordiales relaciones con sus colegas, y con
el mismo énfasis con que elogia a Truman Capote, a John Cheever o a John
Grisham, estigmatiza a Danielle Steel o a Anthony Trollope Para uno y otra
caso, brinda ejemplos, demuestra la razón de su disgusto y a la hora de
señalar niveles de calidad tiene muy claro cuál es su sitio en el mundo.
Cuando habla de los escritores buenos de verdad", dice: "Encima (de ellos,
de casi todos nosotros) están los Shakespeare, Faulkner, Yeats, Shaw y
Eudora Welty: genios, accidentes divinos, personajes con un don que no
podemos entender, y ya no digamos alcanzar". Cuando era un chico de 9 años
Stephen Kíng escribía cuentos. Cuatro de ellos le brindaron el primer
dinero ganado en literatura: un dolar. Quien se lo pagó fue su madre, a
razón de 25 centavos por cuento. Hoy es el escritor que más plata ha
obtenido en toda la historia de la literatura: Barney & Noble acaba de
anticiparle 44 millones de dólares por sus tres próximos títulos. Sin
embargo, asegura que no escribe por dinero: "N`i ahora ni nunca". Habrá
que creerle, ya es multimilloriarío y no necesita seguir escribiendo para
aumentar sus arcas. Y si hubiera alguna duda, la mejor prueba es este
libro. Se nota que fue compuesto con la alegría que comporta el acto de
crear, aunque Stephen King lo concibiera en los peores momentos de su
convalecencia.
origen de datos:clarin cultura del 12/08/2001
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