Autor: Tamara KAMENSZAIN
Enfermo de
cirrosis y urgido del dinero para afrontar los largos e infructuosos
tratamientos médicos, Darío cede, en 1914, al pedido de sus editores
de antologar su propia obra. El resultado es un adelanto de 2.000
francos franceses contra la entrega de tres volúmenes que la editorial
Biblioteca Corona de Madrid terminó de publicar en 1916, poco después
de la muerte del poeta. Los tres volúmenes se agotaron rápido y nadie
hasta ahora, cuando por fin se reeditan juntos en este único tomo ,
pareció reparar en la diferencia. Porque lo que podía haber quedado en
una burocrática recomposición se transformó, por la nada burocrática
intervención del autor, en una obra inédita. Es decir, que no estamos
ante otra de las más de 200 antologías que soportó la poesía de Darío
y que abultan las bibliotecas. Por eso, Y una sed de ilusiones infinita
pide
ser leído hoy como un libro nuevo.
¿Cómo
se enfrentó Darío a su monumental producción para seleccionar 150
poemas e insertarlos en un contexto diferente? Tomando la metáfora del
mazo de cartas podríamos decir que mezcló y dio de nuevo. Esta
operación de estudiado azar implicó desechar de plano la selección
lineal o cronológica. Porque en los tres tomos (transformados ahora en
tres secciones del libro) conviven intercalados poemas de distintas
épocas. Y la clave para agruparlos la encuentra Darío en cuatro versos
de "Preludio", el poema de Cantos de vida y ‑esperanza,
que a su vez abre esta recopilación: "y muy siglo dieciocho y muy antiguo y muy moderno; audaz, cosmopolita;1
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, y una sed de ilusiones
infinita"
"Muy siglo XVIIl», «Muy antiguo y muy moderno", y por
último "Y una sed de ilusiones infinita" son los fragmentos
que caen desmembrados del cuerpo del poema para volver a aparecer
armando, como títulos, el cuerpo de los tres tomos. Tomos, o en este
caso capítulos, de una historia personal y literaria, de una vida
poética. que remite, en forma circular, siempre a la modalidad
dieciochesca, siempre a la ambigüedad entre lo antiguo y lo moderno y
siempre a la utopía que no encuentra su objeto de adecuación pero que
lo ilusiona al infinito. Esas tres coordenadas arman el estilo Darío,
pero son, también, una radiografía del modernismo, ese movimiento
entre dos siglos que se apropió ,de lo dado, lo acarreó hacia una
modernidad que no se había terminado de constituir y lo proyectó a un
universo cuya idealidad
se manifestaba como ilusión.
Para
hacer de este proyecto antológico un nuevo libro con principio y final,
Darlo tuvo que dejar afuera los escritos de su primera etapa: Abrojos, de 1987,‑y,
sobre todo, Azul, su best‑seller de 1889. Las razones están declaradas: el "verso azul" quedó en el
ayer. Un ayer preparatorio del modernismo pero que todavía no da cuenta
de él. Seguramente los poemas de Azul, deudores todavía del
romanticismo, podrían encontrar un lugar en la sección "Muy siglo
XVIII pero todavía no en "Muy antiguo y muy moderno" y
mucho menos en "Y una sed de ilusiones infinita", sección que
abre con el verso «yo persigo una forma que no encuentro mi estilo" como señalando de entrada la escisión a
la que despierta el sujeto moderno después de años de ensoñación
romántica.
Darlo
mismo, en su Historia de mis libros, se encargará de explicar que cuando
escribe Azul todavía se encuentra en esa etapa que él mismo define como
imitativa. "¿Qué puedo imitar para ser original?", se
preguntaba el adolescente de 19 años,
ese que mientras ejercitaba copiando a los maestros, salía a flote con
una pregunta nueva: "¿Cuál debe ser la poesía futura?". Y lo
que a Darío le interesa antologar de sí mismo es, sin duda, el encuentro
con esa poesía futura, una poesía cuyo móvil es la libertad. Sacudirse
no sólo los "clisés verbales" sino también los
"mentales", porque "juntos perpetúan la anquilosis, la
inmovilidad» es la impronta del movimiento que le tocó iniciar y que
renovó desde adentro las grises normas a las que se encontraba sometido
el idioma español a fi
nes del siglo XVIII.
Después
vendrían, como sucede con todo gran movimiento, los detractores. El
clásico soneto postmodemista del uruguayo Enrique González Martínez les
pide a los poetas nuevos que le tuerzan el cuello, al cisne de engañoso
plumaje "que da su nota blanca al azul de la fuente" y que
"pasea su gracia nomás, pero no siente/ el alma de las cosas ni la
voz del paisaje". Sin embargo, y a pesar de que el cisne ya parece
haberse ahogado varias veces en los ríos de tinta que corrieron después,
la poesía de Darío sigue viva. Porque él fue el primero en matar al
cisne. "No saber a dónde vamos ni de dónde venimos?, dice el verso
que cierra este libro dejándolo abierto. Con este gesto el poeta,
antólogo de sí mismo, permite que su obra vuelva a ser leída a nuevo. Y
eso es como decir que vuelva a ser imitada. Aun por aquellos poetas que
hoy ya están intentando ser .Muy siglo
XXI,'.
origen de datos: clarín cultura del 5 de
noviembre del 2000
articulo sobre
Dario |
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