MARLENE DIETRICH


     a los 5 años en 1906

 con gary cooper y maurice chevalier  dos de sus amantes A mediados de los años 40. Ya ciudadana norteamericana, afirmó que en Europa hacían el amor sin importar el sexo de la persona.    en 1940 con la imagen de l angel perverso que interpreto en la vida real como en el cine


Ya en la década del 30 usaba pantalones, fumaba, besó en la boca a otra mujer en una escena de Moroco y tuvo amantes de ambos sexos.

Marlene Dietrich, actriz y cantante, nació el 27 de diciembre de 1901 en Berlín, Alemania, bajo el nombre de Maria Magdalene Dietrich. Existe sólo un puñado de actores en la historia cinematográfica cuyas personalidades se extendieron más allá del formación de películas, y Marlene es uno de ellos. Más que una simple actriz, Dietrich se ha convertido en una de las figuras más reconocidas de nuestro siglo.
Después de haber estudiado actuación con el renombrado Max Reinhardt, la carrera cinematográfica de Marlene comienza en 1923 con "The little Napoleon". Hizo más de una docena de películas alemanas incluyendo "Tragodie Der Liebe"(1923), "A Modern Du Barry" (1926) y "Madame wants no children" (1926) de Alexander Korda, y "The ship of lost men" (1929) de Maurice Tourneur, antes de ser descubierta por el director americano Josef von Sternberg, quien estaba en Alemania buscando la protagonista para "The blue angel" (1930). El personaje de Lola era perfecto para Dietrich. Con su sofocante versión de "Falling in love again" el mundo entero se enamoró, por primera vez, de Marlene Dietrich. 
Durante los siguientes cinco años en Paramount Pictures, Dietrich y von Sternberg dieron a luz seis filmes ("Morocco", 1930, "Dishonored", 1931, "Shangai Express", 1932, "Blonde Venus", 1932, "The scarlet empress", 1934, y "The devil is a women", 1935), todos considerados más abstractos y menos exitosos comercialmente que "The blue angel". 
Después del fracaso de "The devil is a women", Dietrich y von Sternberg se separaron. 
En las décadas siguientes, Marlene actuó para algunos de los mejores directores -Ernst Lubitsch, René Clair, Alfred Hitchcock, Orson Welles- y compartió escenas con algunos de los más grandes actores- Charles Boyer, James Stewart, John Wayne, Charles Laughton, Burt Lancaster. Durante el principio de la década del '40, sus logros en la pantalla eran a menudo despreciados por sus contribuciones a la guerra. Después de rechazar una oferta lucrativa de Hitler para hacer películas para su patria nazi, la anti-fascista Dietrich demostró su inclinación por la Alianza.
A principios de los años 60 Dietrich decidió despedirse de la pantalla, pensando que su avanzada edad iba a ser menos notada como cantante que como actriz. Su última aparición en cine, en "Just a gigolo" (1979) con David Bowie, fue breve. Años después, se aisló por completo, rechazando ser fotografiada, y aunque fue el tema del documental "Marlene" (1984), dirigida por Maximilian Schell, no quiso aparecer en cámara. 
Murió el 6 de mayo de 1992 en París, Francia.

A CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE MARLENE DIETRICH
LA ultiMA VAMPIRESA
Saltó a la fama con el protagónico de El Angel Azul en 1930. Como su personaje, ella fue una diva: bella, perversa y ambiciosa. Cultivó con desparpajo amantes de ambos sexos, logró el cachet más alto de la época y luchó contra el nazismo. Perfil de un mito que cumple 100 años.
Un humeante club nocturno en la Alemania de finales de los años 20. Una pierna hamacándose sugesti vamente desde un taburete de bar. Un par de ojos azules sugiriendo vení, papi, que te enseño. Y una sonri sa sensual y desdeñosa, de quien está convencida deque, con esas lar guísimas piernas, nadie podrá lle garle ni a los tobillos. Así, con su pierna elegantemente cabalgada, la mujer se recorta entre la multitud del cabaret de mala muerte. Enton ces, él sabe que ha encontrado a su Lola para El Angel Azul.
No es un hombre cualquiera: es el director austríaco Josef Von Sternberg, que le ofrece una prueba para su nueva película, basada en la no vela de Heinrich Mann, que nana el progresivo deterioro moral del res petable profesor Unrath —un cua rentón encarnado por Emil Jan nings— a manos de Lola Lola, una perversa cantante de cabaret, en el Berlín de los años 20. Ella, Marlene Dietrich, le concede entonces la gra cia de su arte, y canta, como va a can tar Lola Lola después, en la película, entrecerrando los ojos y con la mis ma voz de almohada, medio ronca, medio musical: De la cabeza a los pies, yo estoy hecha para el amor.
Marie Madeleine Dietrich, nacida bajo el signo de Capricornio el 27 de diciembre de 1901, en un hogar de clase media de Berlín, iba a morir esa noche para que naciera su mito. Tenía 28 años, manejaba el inglés y el francés a la perfección, había es tudiado piano y violín en la infancia y, de no haberse fracturado una mu ñeca, hubiera sido concertista. Esa noche, en que la descubrió el direc tor austríaco, llevaba siete años pro bando suerte en el cine. Después de tomar clases con el prestigioso Max Reinhardt, había debutado en 1923 en Der Kleine Napoleón (Los hombres son as a la que siguieron pequeños papeles en películas intrascendentes yen teatro. Para poder sostener se agregaba a sus magros ingresos de actriz de reparto lo cosechado cantando suspiros en los cabarets. Hay quienes dicen que nunca ha bría pasado de ser una actriz discre ta de no haber sido transformada por su Pigmalión enamorado. Lo cierto es que, a la manera del profe sor Higgins de My Fair Lady, aun que bastante más ardiente, el direc tor Von Sternberg alternó su tarea de modelador del personaje con sus oficios de amante. Con buen ojo supo explotar la imagen andrógina de Dietrich. Como él decía: “La ha bía visto vestida de hombre, de punta en blanco, con sombrero de copa y todo, en un baile en Berlín, y así la vestí en Morocco. La ropa de etique ta masculina le daba un gran en canto. No sólo quise darle un pe queño toque lesbiano, sino también demostrar que su atractivo no se de bía exclusivamente a sus piernas (las que siempre fueron admiradas y se aseguraron en un millón de dó lares). Así fue como ella debutó de esmoquin en Fi Angel Azul, y el éxi to fue tan apabullante que la pareja terminó en el estudio Paramount, en Hollywood.
En el camino la hizo adelgazar 15 ki los, le cambió el maquillaje, y explo tó las luces y sombras del cine en blanco y negro para darle ese mag netismo inconfundible. Así, alo largo e la década del 30, la estrellaysu ha :edor hicieron seis películas más:
vforocco, Fatalidad (donde reforzó el erfil de “rompecorazones” al inter retar a una espía capaz de seducir a alen fuera por amor a la patria), El preso de Shangai, La Venus rubía, prícho imperial, y Eldiabloes mujer.Ya en las últimas dos películas se había acabado la magia entre ellos, como si Von Sternberg hubiera sido aplastado por el monstruo que él mismo había contribuido a gerrni nar. El peso de la tremenda ilusión de convertir a Marlene en una belle za absoluta y definitiva, casi metafi sica, terminó con ellos para siem pre. Parece que Marlene no sufrió mucho por la pérdida: no sólo estaba casada con otro desde siete años an tes de haber conocido a Von Stern berg un asistente de dirección que terminó criando po llos en California, del cual nunca se divorció y con el que tuvo a su única hija— sino que además del manager austríaco, en toda esa década de fama, habían pasado por su cuerpo incontables amantes.
Andrógina, como los ángeles. De niña Marlene se llamaba así misma Paul, a los 16 años se vistió de varón para debutar como violinista en una orquesta de la capital alemana, y consumó por primera vez su amor homosexual con una compañera de teatro, en sus tiempos de cabaret. La leyenda que ella supo cultivar con esmero afirma, incluso, que fue esa mujer la que le enseñó el arte de cantar una canción hasta el final mientras hacía el amor.
No tenía níngún problema en es candalizar. Al contrario, era parte de su mito. Ya en la década del 30 usa ba pantalones, fumaba, besó en la boca a otra mujer en una escena de Morocco, y exhibió enamoradas como Claudette Colbert, la diseña dora Ginette Spanier, la guionista de Hollywood, Mercedes D’Acosta
—quien también mantuvo una rela ción con Greta Garbo—, y la cantan te Edith Piaf, a la que cuidó en su le cho de enferma al punto de que solía espantarle a los visitantes molestos, diciendo: “Soy la criada de la señora Piaf. Váyase”.
Frente a las críticas de la puritana so ciedad norteamericana, se limitó a responder con tono de quien habla con provincianos: “En Europa no importa si eres hombre o mujer.
Hacemos el amor con quien nos atrae”. Ella, que había sido la única mujer autorizada a asistir al baile anual de los travestis en el Berlín an terior a Hitler, sigue siendo hoy un icono en las comunidades homose xuales de todo el mundo, y dicen que hasta Madonna dijo que le hu biera gustado tener un afaire con la joven Dietrich.
En cuanto a hombres, no dejó títere con cabeza. La lista de sus amantes induye, entre otros, a Gary Cooper, James Stewart, Erik María Remar que, Maurice Chevalier, John Gil bert (el gran amor de Greta Garbo), Orson Welles, Fritz Lang, George Raft, Jean Gabin, John Wayne, Jean Cocteau, Emest Hemingway y Burt Bacharach, quien en 1964 la acom pañó durante una gira que la trajo al Teatro Opera de Buenos Aires.
Según asegura el crítico teatral Ken neth Tynan, en 1962 la diva mantu vo una relación sexual con el enton ces presidente John F. Kennedy. Habría sido la propia Dietrich quien le contó el encuentro en la suite privada del presidente en la Casa Blan ca. Sólo tenían 45 minutos entre un compromiso presidencial y otro:
“Kennedy se desvistió rápidamente. Fue dulce y rápido”. Después, vesti do con una toalla, el presidente la acompañó hasta el ascensor: “ Lo hizo alguna vez con mi padre?”, pre guntó Kennedy al despedirse. Ella contestó con una sonrisa: “No, Jack, nunca”. Entonces él finalizó el en cuentro diciendo: “Entonces, al me nos, fui yo el primero”.
Dueña de un envase privilegiado que desafiaba el tiempo en épocas donde no existían l ni lipoes culturas, Marlene Dietrich encar naba fuera de los estudios el papel defemmefatale con el que brillaba en sus películas. Su éxito la convirtió en la actriz mejor pagada de su tiempo, en especial en la primera mitad de la década del 30, cuando logró batir el récord de cachet de todas las es trellas hasta ese momento, con un contrato de 200 mil dólares por su papel en la película de David Selz nich, El jardín de Alá, de 1936.

Le dijo que no a Hitler.

El 6 de marzo de 1937, a los 35 años, Marle ne Dietrich se convirtió en ciudada na norteamericana. Esto, sumado a la negativa dada a Hitler a regresar al cine alemán alimentó un rechazo creciente entre la población germa na (Se dice que ella insistió en que sólo volvería si autorizaban a Von Stemberg, que era judío, a seguir di rigiéndola en películas rodadas allí). Aún más, cuando tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ella apoyó con proflisión al ejército alia do en Francia, Italia y Estados Uni dos, hizo programas de radio anti nazi en alemán y giras para alentar a las tropas aliadas. Por su militan cia el gobiemo francés le concedió la Legión de Honor y el norteameri cano la nombró Coronel Honorario del Ejército de los Estados Unidos. En 1965 fue la primera mujer que recibió la Medalla Israelita de Ho nor por su amistad con los israelíes. Hacia 1950, a pesar de que su pre sencia ya no impresionaba como antes, Marlene seguía luciéndose para directores de la talla de Alfred Hitchcock (Pánico en la escena); Fritz Lang (La encubridora), Billy Wilder (Testigo de cargo) y Orson Welies (Sed de mal). Cuando su carisma ci nematográfico comenzó a flaquear, a principios de los 60, volvió a los es cenarios de todo el mundo, vocean do con su tono único Liii Marlene, Enajnorándose otra vez, ¿ Qué queda de nuestros amores?, o La vie en rose. Se convirtió en una diseuse (una de cidora) que conseguía matices in creíbles con su voz cálida y ronca, y alcanzó a cobrar 4.000 dólares por canción durante sus actuaciones en un hotel de Las Vegas. Todavía a ios 73 años, se hacía acompañaren sus giras por una joven canadiense, Gi nette Vachon.
A los 75 años y dueña de una salud de hierro, decidió reduirse en su de partamento de la avenida Montaig ne número 12, en París, para que el mundo no viera cómo envejecía. (Greta Garbo —con quien también habría tenido un affaire cuando am bas eran dos desconocidas rodando La calle sin alegría—, también eligió ocultar el ocaso en un departamen toen Nueva York, pero se consideró vieja mucho antes, a los 39.)
En esos últimos 12 años en su de partamento de París, Marlene se de dicó a cocinar tortas exquisitas, a fre gar pisos con disciplina prusiana hasta hacerlos brillar, y a abonar el culto a su mito a través de una auto biograflayla filmación de su propia película biográfica, protagonizada por Maximilian Schell, en 1984.
El ángel exterminador. Dietrich encarnó como nadie el mito dásico de la vampiresa, el último ícono del Romanticismo, la hembra amoro samente activa, una mujer perversa que destruye a los hombres —les chupa la vida, la sustancia, como los vampiros succionan la sangre de sus víctimas—, como después lo se ria la también andrógina Sharon Stone de Bajos Instintos, que alum braba los jadeos con el resplandor del picahielos.
Profesional impecable, amada por sus técnicos porque sabía cómo te nían que hacerse las cosas, fueron también famosas sus veleidades y caprichos, su mal carácter, los mie dos y hasta una supuesta manía por la limpieza. Su única hija, Marie Eli zabeth Sieber de Riva —nacida en 1924, criada en Hollywood, casada con un diseñador de juguetes y ma dre de cuatro varones— mostró la otra cara del mito en una biografla publicada por Plaza y Janés: allí ase guró que Marlene Dietrich odiaba el sexo pero lo utilizaba para mantener su corte de amantes. Que durante los 50 años que había estado casada con su padre, lo había mantenido al comente de todos sus líos amorosos con otros hombres y mujeres. Que Marlene era la más hábil en humi llar, hundir a las personas, pisotear las y contar mentiras que nadie po nía en duda por ser ella la diva que era. Y que hasta su muerte practicó su papel de dama aristocrática y pi soteó sin piedad a quien más le qui so, ella, su hija, su víctima favorita. Jean Cocteau creyó ver cifrado ya en el nombre artístico de la diva este signo tierno y agobiante al mismo tiempo que caracterizó todas sus re laciones: “El nombre de Marlene co mienza con un movimiento de cari cia y termina con un latigazo”, es cribió. La mordaz Cocó Chanel fue más allá: “El ángel es egoísta, ego céntrico... todas las argucias se diri gen a su propio beneficio. No cono ce el valor del tiempo. Sabe que no lo pueden matar porque es inmor tal, sabe que no lo pueden encerrar porque tiene alas».
Inmortal, eterna, Marlene murió en Paris mientras dormía, el 6 de mayo de 1992. Tenía 90 años pero estaba convencida de que todavía nadie po día negársele. En una anotación en contrada en una revista con fotos, en su departamento de Paris, confesa ba que Robert Redford, casi medio siglo menor que ella, era “el hombre de sus sueños”.
Su sombrero de copa, la pajarita blanca y el frac, el vestido de perlas con transparencias y el sacón con cola de plumas de cisne del diseña dor Jean Louis; el pantalón de cuero que vistió Douglas Fairbanks Jr. du rante las vacaciones que pasaron juntos en Austria, en 1937; el collar que le colocó Vittono de Sica en 1956 en la película Sucedió en Mon tecarlo, y una carta de Billy Wilder durante el rodaje de La mundana, en 1948, entre otros 150 objetos, fotos y recuerdos, estarán expuestos en estos días en el Museo del Cine de Berlín, una ciudad que se dispone a tirar la casa por la ventana para fes tejar los cien años de su diva


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