MARIO VARGAS LLOSA
por: SUSANA CELLA La elección de las columnas que Vargas Llosa publicó entre 1992 y 2000, bajo el título de Piedra de Toque en El País de Madrid, El lenguaje de la pasión difiere de la recopilación que realizó en 1994, Los desafíos de la libertad, no sólo, y quizá no tanto, por presentar aquí mayor variedad de temas, sino más bien por la diferencia en cuanto a la moda- lidad de escritura. Frente a la fuerza argumentativa de Los desafíos -una especie de apología ferviente y optimista del neoliberalismo, cuando celebraba el gobierno de Thatcher o la caída del Muro de Berlín; y refutaba de antemano, poniendo en juego toda su habilidad de escritor, cualquier objeción que pudiera hacérsele a sus contun- dentes afirmaciones, sobre todo desde el denostado campo de la izquierda- en El lenguaje de la pasión, en disonancia con el título, tal impulso se debilita. Y no porque, como dice Vargas Llosa, prefiera la meditada cavilación a la vehemencia. Una década después, resulta mucho más difícil seguir sosteniendo con igual énfasis ciertas ideas: "Este no es un optimismo ingenuo, sino la simple comprobación de que hay suficientes ejemplos en la realidad contemporánea (se refiere al Sudeste asiático y a Chile) de que el sistema de la libre empresa y de mercado, si se lo adopta con todo lo que él implica -e implica muchos sacrificios y esfuerzos desde luego- puede sacar a un país de la pobreza, e, incluso, en un plazo relativamente corto". Frases de este tipo le permiten volver a la carga sobre socialdemócratas y socialcristianos aunque también critique la ortodoxia del mercado, al indicar que la publicidad y el marketing estarían "desnaturalizando un supuesto central de la teoría del mercado: la elección responsable del consumidor" y al recordar a clásicos liberales quienes "hicieron siempre hincapié en que una vida cultural y religiosa intensas eran el complemento indispensable del mercado libre para cimentar la civilización". En la diversidad de asuntos, siempre algo que decir sobre lo que sea, anécdotas de sus viajes (mezcla de observaciones turísticas con apreciaciones acerca de la situación político-social), comentarios de libros o autores, exposiciones, museos, espectáculos, homenajes (como el que dedica a Octavio Paz, "El lenguaje de la pasión") y notas coyunturales "sobre hechos de actualidad»; se ven, con creciente tedio, repeticiones y definiciones que abarrotan la remanida profesión de fe en el credo neoliberal. Si bien las alusiones a todos los demonios tan vivamente atacados anteriormente no dejan de aparecer aquí (y de entre los cuales, por lo menos, todavía hay algún indicio de pasión en las invectivas contra Fidel Castro); otros temas prevalecen, entre ellos, lo que atañe a la religión. Las iglesias y sectas varias (actuando dentro de los confines de una legalidad que no dicta ni controla" gracias al proceso iniciado y valorado por Vargas Llosa de la Reforma) pueden ser una guía espiritual y moral contra los peligros de una cultura "excesivamente laica" para la mayoría de los seres humanos. No para él, es decir, un intelectual agnóstico, que por su superior capacidad de entendimiento no lo necesitaría, sino para la gente simple. Y si Vargas Llosa señala lo erróneo de haber creído que la ciencia y la cultura eliminarían las supersticiones" religiosas; por otro lado, parece no dejar de asombrarse cuando ve que personajes como Drieu La Rochelle conjugaron una refinada cultura con la defensa del nazismo. Por las dudas, aclara que no concibe a la religión como "el opio de los pueblos", en cambio, por lo que dice, se trataría de un pastoreo de almas escindidas del cuerpo, el cual quedaría en manos de la llamada sociedad civil, exenta, desde luego, de verdades absolutas, fanatismos e irracionalidad. Las discusiones acerca del control de la natalidad, del divorcio, de la sumisión de las mujeres o de prácticas de infibulación resultan un argumento muy efectista para sostener esa concepción, tal vez no tanto la defensa de la eutanasia y del "Doctor Muerte" ("Una muerte tan dulce"). En cuanto a eventos culturales, son varias y de distinto tono las objeciones que Vargas Llosa hace a Enzensberger, Steiner o Soros y las apreciaciones sobre exposiciones plásticas o representaciones teatrales, y se destaca un artículo titulado nada menos que "La hora de los charlatanes" referido a un conjunto de intelectuales franceses a los que culpa de la demolición de lo existente y su sustición por la verbosa realidad". Con un inaudito poder de síntesis para liquidar en pocas líneas las complejas y diversas teorías que sobrevuela, y una, por lo menos, ignorante simplificación, ubica en la misma "trayectoria fatídica" a Foucault, Barthes, Derrida, Deleuze, Guattari y Baudrillard. La ocasión de una conferencia de este último, a la que él asistió, le permite todo ese despliegue de necedades más algunos comentanos personales, como contar cuándo conoció a Baudrillard y que no lo saludó, ofendido, al retirarse. En fin, resulta ocioso detenerse en los previsibles dictámenes en contra del subcomandante Marcos o acerca del aciago destino venezolano con Chávez, de la parcial crítica a Fujimori, de la alegría de ver florecer en el Perú a los Mac Donalds, etcétera. Más importante es constatar que toda esta retahíla variopinta, lejos de provocar el impulso de discutir los dogmas vargallosianos presentados de forma inconmovible en Los desafíos más bien produce el efecto contrario' un cada vez mayor desinterés por escritos que, lejos de algún tipo de argumentación sólida, parecen una esforzada muestra de apelaciones al "sentido común para dejar, finalmente en pie una imagen: la de un viejo actor que sigue repitiendo cada vez con menos fuerza, el mismo monólogo, mientras el escenario se va trastocando visiblemente y desmintiendo lo que la cansada voz se empeña en afirmar. Por otro lado, es inevitable contrastar esa endeble imagen con la de un autor que fue capaz de logros novelísticos inolvidables como U casa verde o más recientemente, con el que implica lograr que la verdad de la ficción se imponga -cosa que no siempre ha ocurrido en sus novelas-, en La fiesta del chivo, donde más allá de una tardía novela de dictadores, prevalece el relato del ascenso de un personaje escurridizo, astuto y mediocre, capaz de reptar, impasible, en la nueva organización del poder del mundo administrado. |