Mario
Benedetti nació en Paso de los Toros, Uruguay, en 1920.Se
educó en un colegio alemán y se ganó la vida como taquígrafo,
cajero, vendedor, contable, funcionario público,
periodista, traductor.De 1945 a 1975 hizo periodismo en el
semanario Marcha, clausurado en esa fecha por la
dictadura.Es autor de novelas, cuentos, poesía, teatro,
ensayos, crítica literaria, crónicas humorísticas,
guiones cinematográficos, letras de canciones.
Ha publicado más de 40 libros y ha sido traducido a 18
idiomas. Sus
novelas y cuentos fueron adadptados a la radio, la televisión
y el cine. Su
teatro ha sido representado en más de diez países.
Fue director del Centro de Investigaciones Literarias de la
Casa de las Américas, en La Habana, y del Departamento de
Literatura Latinoamericana, en la Facultad de Humanidades de
Montevideo.
Tras el golpe militar de 1973, renunció a su cargo en la
Universidad y tuvo que exiliarse, primero en Argentina, y
luego en Perú, Cuba y España.
LO NUEVO DEL 2002
Ya cruzó la barrera de
los 80 años y de los 80
títulos, pero el autor
uruguayo siempre es' dispuesto
a batir sus propios récords. Esta semana estará en las
librerías Insomnios y duermevelas
(Seix
Barral), su nuevo
libro de poemas que incluye
además un cuento b« Aquí, un
anticipo:
Aquel
túnel que había sido del ferrocarril y que llevaba ya varios
años de clausura, siempre había tenido para los niños (y no
tan niños) de San Jorge un aura de misterio, alucinación y
embrujo, que ninguna explicación de los mayores era capaz de
convertir en realidad monda y lironda. Siempre aparecía
alguno que había visto salir del túnel un caballo blanco y
sin jinete, o, en algún empujón de viento, una sábana pálida
y sin arrugas que planeaba un rato como un techo móvil y se
desmoronaba luego sobre los pastizales. En ambas bocas de la
tenebrosa galería, unos sólidos cercos de hierros y maderas
casi podridas impedían el acceso de curiosos y hasta de
eventuales fantasmas.
Pasó el tiempo y aquellos niños
fantaseosos se fueron
convirtiendo en padres razonables que a su vez engendraron
hijos fantaseosos. Un día llegó el rumor de que las líneas
del ferrocarril serían restauradas y la gente empezó a mirar
el túnel como a un familiar recuperable. Seis meses después
del primer rumor fueron retirados los cercos de hierro y
madera, pero todavía nadie apareció para revisar los rieles
y ponerlos a punto. ¿Recuerdan ustedes a Marquitos, el hijo
de don Marcos, y a Lucas Júnior,
el hijo de don Lucas? El túnel había sido para ambos un
trajinado tema de conversación y especulaciones, y aunque
ahora ya habían pasado la veintena, continuaban (medio en
serio, medio en broma) enganchados a la mística del túnel.
-¿Viste
que aún ahora, que está abierto, nadie se ha atrevido a
meterse en ese gran hueco?
-Yo voy a atreverme -anunció
Marquitos, con un gesto más heroico del que había
proyectado. A partir de ese momento, se sintió esclavo de su
propio anuncio.
Menos intrépido, Lucas Júnior
lo acompañó hasta el comienzo (o el final, vaya uno a saber
cuál era la correcta viceversa) del insinuante boquete. Mar-quitos
se despidió con una sonrisa preocupada. A los quince o
veinte metros de haber iniciado su marcha, se vio obligado a
encender su potente linterna. Entre los rieles y la maleza
inva-sora se deslizaban las
ratas, algunas de las cuales se detenían un instante a
examinarlo y luego seguían su ruta.
Por fin apareció una figura humana,
que parecía venir a su encuentro con un farol a querosén.
-Hola -dijo Marquitos.
-Mi nombre es Servando -dijo el del
farol.- Di-
cen que soy un delincuente y que por
eso escapo. Me acusan de haber castigado a una anciana
cuando en realidad fue la vieja la que me pegó. Y con un
palo. Mira como me dejó este
brazo. El tipo no esperó ni redamó respuesta y siguió
caminando. Dentro de un rato, pensó Marquitos, le dará la
sorpresa a Lucas Júnior. El
siguiente encuentro fue con una mujer abrigada con un poncho
marrón.
-Soy Marisa. Mucho gusto. Mi marido, o
mejor dicho mi macho, se fue
con una amante y mis dos hijos. Sé que lo hizo para que yo
me suicide. Pero está muy equivocado. Yo seguiré hasta el
final. ¿Usted querría suicidarse? ¿O no?
-No, señora. Yo también soy de los que
sigo. Ella lo saludó con un ¡hurra!
Un poco artificial y se alejó cantando.
Durante un largo trayecto, como no
aparecía nadie, Marquitos se limitó a seguir la línea de los
rieles. Luego llegó el perro con ojos fulgurantes, que más
bien parecían de gato. Pasó a su lado, muerto de miedo, sin
ladrar ni mover la cola. El amo era sin duda el personaje
que lo seguía, a unos veinte metros.
-No tenga miedo del perro. Esta
compacta oscuridad lo acobarda. A la luz del día sí es
temible. Su nómina de mordidos llega a quince, entre ellos
un niño de tres años.
-¿Y por
qué no lo pone a buen seguro?
-Lo preciso como defensa. En dos
ocasiones me salvó la vida.
El recién llegado miró detenidamente a
Marquitos y luego se atrevió a preguntar:
-Usted ¿vive en el túnel?
-No. Por ahora, no.
-A usted que anda sin perro, muy
campante, sólo le digo: tenga cuidado.
-¿Ladrones?
-También ladrones.
-¿Ratas?
-También ratas.
No dijo nada más, y sin siquiera
despedirse, se alejó. El perro había retrocedido como para
rescatarlo. Y lo rescató.
Marquitos permaneció un buen rato,
quieto y silencioso. La muchacha casi tropezó con él. Su
gri-tito acabó en suspiro.
-¿Qué
hace aquí? -Preguntó ella, no bien salida del primer
asombro.
-Estoy
nomás. ¿Y usted?
-Me metí aquí para pensar, pero no
puedo. Las
goteras y las ratas me distraen. Tengo
miedo de quedarme dormida. Prefiero esta duermevela.
-¿Y por
qué no retrocede?
-Sería darme por vencida.
-¿Quiere
que la acompañe?
-No.
-¿Necesita
algo?
-Nada.
-Me sentiré culpable si la dejo aquí,
sola, y sigo caminando.
-No se preocupe.
Alos solos
vocacionales, como usted y yo,
nunca nos pasa nada.
-¿Puedo
darle un beso de adiós?
-No, no puede.
Caminó casi una hora más sin encontrar
a nadie. Se sentía agotado. Le dolían todas las bisagras y
el pescuezo. También las articulaciones, como si fuera
artrítico.
Cuando llegó al final, había empezado
a lloviznar. Se refugió bajo un cobertizo, medio
destartalado. De pronto una moto se detuvo allí y cierto
conocido rostro veterano asomó por debajo de un impermeable.
Era Fernández, claro, viejo amigo de
su padre. El de la moto le hizo una seña con el brazo y le
gritó:
-¡Don
Marcos! ¿Qué haces ahí, tan
solitario?
-Eh,
Fernández. No confunda. No soy don Marcos, soy Marquitos.
-No te hagas el infante, che.
Nunca vi un Mar-quitos con tantas canas. ¿O te olvidaste que
fuimos compañeros de aula y de parranda?
-No soy don Marcos. Soy Marquitos.
-En todo caso, Marquitos con
Alzheimer.
-Por favor Fernández, no se burle.
Acabo de salir del túnel. Lo recorrí de cabo a rabo.
-Ese túnel vuelve locos a todos.
Deberían clausurarlo para siempre.
-No soy don Marcos. Soy Marquitos.
Justamente voy ahora en busca de mi viejo.
-Sos incorregible. Desde chico fuiste
un payaso. Toma, te dejo mi
paraguas. La moto arrancó y pronto se perdió tras la loma.
Mientras tanto, en el cobertizo, sólo se oía una voz
repetida, cada vez más cavernosa:
-¡Soy
Marquitos! ¡Soy Marquitos! Por fin,
cuando emergió del túnel un caballo blanco, sin jinete, y se
paró de manos frente al cobertizo, Marquitos se llamó a
silencio y no tuvo más remedio que mirarse las manos. A esa
altura, le fue imposible negarlo: eran manos de viejo.
OTOÑO
Aprovechemos
el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franca del sol
y admiremos a los pájaros que emigran
ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos
queda
aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se
congele
y no hay a sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha
Adioses
Siempre me entristecen los
adioses
así fueran de santos o
de crápulas
alguna vez yo los abandonaba
otras veces me abandonaban ellos
en pleno corazón tengo un catálogo
de los que allí pasaron una noche
de los que hicieron cola de aburridos
de los que en el amor se conmovieron
las despedidas saben a burbujas
que apenas duran / solólas
usamos
como una desazón efervescente
que emigra con los pájaros que emigran
qué pena /
de las manos que he adiestrado
sólo una sabe decir adiós
y me presta su ayuda si me alejo
de tus ojos tus pechos y tus labios
Palabras
En cada libro que leo
siempre encuentro una palabra
que sobrevive al olvido
y me acompaña
son palabras que a menudo
me defienden de la pálida
unas parecen de cuarzo
otras de lata
yo las prefiero milongas
y hasta un poquito canallas
pues si se vuelven decentes
quién las aguanta
Maniquí
Se enamoraba de los maniquíes
su desnudez indemne / tan
carnal
tan mulata / tan hembra
/ tan posible
era tan noble que no le importaba
que no tuviera corazón ni ombligo
especialmente el maniquí más bello
lo contemplaba con angustia lisa
y él buscaba piedad en las arrugas
de sus propios remansos y deseos
el maniquí más bello
/ arrinconado
es un escaparate de babel
todavía lo mira imperturbable
y él no puede olvidarse de esos ojos
RABIA PORTATIL
De todos mis agobios el peor
es la rabia portátil esa loca
que suele desplegarse ante indefensos
para probar el ser de su soberbia
a esta altura del trompo giratorio
nadie quiere morir de certidumbre
para eso están los diestros de la pálida
o los profesionales del suicidio
ya no sé quién es quién ni dónde
es dónde pero los fundadores de la inquina
promueven tanta quiebra que he encargado
un brebaje de amor en la farmacia
Poemas a la intemperie
Los poemas de uso a cielo abierto
usan vocales como mariposas
diptongos como caracoles
interjecciones como trinos
el aire que absorbieron noche a noche
y a sus anchas respiran en sus coplas
limpian el tedio de los estribillos
y flamean como buscando el mar
poemas al aire libre son de nube
llevan su pedacito de universo
y si un pájaro vuela en sus palabras
es porque el corazón abrió la jaula
ORIGEN DE DATOS :revista viva de
clarin
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