MANUEL PUIG
LA SONRISA DE UN ENIGMA
POPULISTA O POSTMODERNO,PARODICO O
INGENUO,PUIG SEÑALO EL FIN DE UNA LITERATURA BASADA EN EL ESTILI PERSONAL
Y DEMOSTRO COMO LOS ARTISTAS POPS QUE LA FALTA DE ESTILOS TAMBIEN ES UN GESTO
INNOVADOR
Encantador de serpientes ,novela a novela Puig perfeccionó esa
magia que subyugaba a su público
1La galería fotográfica de la literatura argentina
no es demasiado
prOdiga
en sonrisas .Abundan si gestos reconocentrados, rostros ceñudos, miradas aviesas,
y hasta algún rictus trágico. De ahí que entre tanta pose severa o incómoda
ante la cámara resalte sin proponérselo la sonrisa desembozada de Manuel Puig.
La fotografía
no lleva créditos y a juzgar por el pelo al viento, la tez bronceada y
la playa desenfocada
al fondo, bien podría ser una instantánea de verano. Puig tendrá unos treinta
años en la foto pero la imagen se reproduce en muchas contratapas de sus
libros, como si desde el éxito fulgurarte de Boquitas pintadas, él mismo
hubiese decidido perdurar en el recuerdo sonriendo así.
En el intento de responder esas preguntas, la crítica ha recurrido en todos estos anos a una amplísima gama
de definiciones estéticas, muchas veces antagónicas, al punto de convertir
su obra en un registro involuntario de las teorías que desde los 60 se han
sucedido en el discurso críti co con la misma fugacidad
de las modas. Alternativamente populista
o vanguardista, neocostumbrista o polifoinica, moderna o posmoderna,
kitsch o camp, paródica o naif, la literatura de Puig parece ofrecerse d6cilmente a las veleidades de los críticos pero deja siempre un resto que no encaja, resistente a la
calma silenciosa de los objetos clasificados. Vengando a sus personajes,
acusados de estar "alienados por los discursos sociales", las novelas
devuelven como un boomerang los parentescos forzados y las etiquetas rígidas.
De
su literatura, así, podría decirse eso que lean Baudrillard dice de Andy
Warhol. De tan engañosamente próxima a aquello que pretende copiar, la obra
resulta inaprehensible; de tan luminosa en su transparencia, se vuelve opaca.
Por mucho que se ilumine el «efecto Warhol» o el "efecto Puig", hay
algo enigmático que permanece y los arrebata del arte y de la historia del
arte.
La referencia a Warhol no es casual. Como los artistas pop, Puig hizo de la
copia un arte, confundió su propia voz con la de sus personajes, y concibió un
nuevo arte .popular» con restos de la cultura de masas mediante una sutil
transformación que los convierte en arte, sin perder la propiedad objetiva que
los vincula al entorno cotidiano y sin producir por eso efectos paródicos o críticos.
Como los pop, se resistió al mandato moderno de invención de una marca
personal inconfundible, con voluntad democrática de destruir el mito
individualista del estilo. Y si el pop liberó al arte de todo imperativo
estilístico como criterio esencial con el cual reconocer, definir y legitimar
una estética, reemplazando el arte de manifiestos por un arte en que todos los
estilos son posibles, también Puig decretó a su modo modesto y decidido a la
vez el fin de la literatura. Un final auspicioso, es evidente, de una literatura
sujeta a los ideales de pureza del canon moderno, la jerarquía inflexible del
gusto y la tiranía del estilo personal, hacia otra abierta a las mezclas
irreverentes, el ‑diálogo con otras artes, otras formas y otra
sensibilidad.
El impacto liberador de Puig se verifica, precisamente, en la inmaterialidad de
su herencia. Porque aunque su obra se resíta
a la monumentalidad de los modelos ejemplares, ha dejado una marca inaprensible
pero certera en la literatura argentina contemporánea. Basta comparar la
levedad de su legado con la contundencia de la herencia borgeana. La figura
tutelar de Borges en la literatura argentina es pura presencia: él mismo
convirtió su obra en "un libro cuya materia puede ser todo para
todos", una biblia y su mejor exégesis, dogmática a pesar de sus mayores
libertades, la biblioteca excéntrica, las atribuciones falsas; la prosa
perfecta en sus imperfecciones, la economía, el pudor, el estilo borgeano. La
marca de Puig, por el contrarío, se reconoce en una pura ausencia. Se
sustenta, curiosamente, en el ocultamiento de la voz personal que se
refuerza en la falta de un programa explícito. En las innumerables
entrevistas concedidas por Puig no se encontrará un solo comentario o una
referencia ajena a su biografía real o ficticia, a la trastienda concreta de
sus propias ficciones y al tramado indiscernible de ambas que hacen de su
discurso sobre la literatura un saber
inalienable e inútil. La presencia de Puig se niega a sí misma como modelo su
escritura es inimitable, su saber intransferible y en esa falta, se ofrece como
puro ímpetu impersonal, liberalizador y plural. Esa negación, que es a la vez
un salvoconducto para escapar del imperio borgeano, es su herencia más
perdurable: un legado etéreo, intrascendente, banal, una prenda de libertad y
esperanza.
Modesta superioridad, desaparición espectacular, transparencia opaca, legado
inmaterial. No he hecho más que enumerar las paradojas que desde la primera
lectura me obligaron a .volver a Puig tratando de responder una pregunta
persistente: ¿cómo era posible su literatura? ¿cómo explicar su gracia, su
originalidad y al mismo tiempo su ausencia deliberada? Más que acorralarlo con
una nueva etiqueta crítica, pensé, más que forzarlo a encajar en algún nuevo
modelo teórico o alguna improbable filiación literaria, había que imitarlo,
intentando hacer propia su lec
Como sus personajes que cuentan películas para hablar de otra cosa, volví
entonces a las novelas de Puig para hablar de las nuevas relaciones abiertas por
el arte de los 60 entre alta cultura y cultura masiva, entre experimentación y
formas populares, entre culturas centrales y culturas periféricas, para revisar
las condiciones de posibilidad de un arte liberador y plural que el filósofo
norteamericano 'Arthur Danto llamó, provocativamente,."arte después del
fin del arte".
En el camino, Puig me ofrecía otra lección que quizás podía salvar mi
insatisfacción con la crítica que se distancia demasiado de la ficción: una
especie de voluntad folletinesca que lleva ,a develar enigmas conectando pistas
en un relato. "El inconsciente está poblado por el folletín", dijo
Puig alguna vez, en un rapto dé lucidez formal que lo acerca a Freud y,
extremando la metáfora, el juicio podría extenderse a la crítica y a la
cultura. Pensé que podía iluminar algunas paradojas de su literatura
reconstruyendo algunas tramas: La traición de Rita Hayworth como retrato del
artista adolescente pop; la censura de la novela como versión oscura y
paródica de la censura de Madame Bovary; las películas de Molina en El beso de
la Mujer Araña como compendio de la cinefilia de Puig, The Buenos Aires Affair como encuentro cifrado entre
Freud, Wittgenstein> Hitchcock y Puig; Pubis angelical
como homenaje privado al maestro del camp, Josef von Stemberg, y su diva
Marlene Dietrich.
Releyendo a Puig, sin embargo, compruebo que el folletín debería continuar. En
la foto de la contratapa, Puig sonríe todavía
y es mejor que sea así. Si la crítica consiguiera develar todos los trucos de
la literatura, traicionaría a la crítica y a la literatura.