MANUEL PUIG

En ocasiones, la constatación de un fraaso puede dar buenos resultadosc La impresión de que por mucho que se diga sobre las novelas de Manuel Puig, el núcleo de su atracción permanece sin ser dicho corre pareja con el regocijo que su relectura continúa prodigando. Sobre esa constatación melancólica en un sentido, pero feliz en otro, Graciela Speranza elabora los argumentos centrales de Manuel Puig. Después del fin de la literatura. El prólogo expone bastante más que un programa ya de por sí interesante. Tiene las cualidades de una epifanía, la capacidad de iluminar en un instante todo un proceso en el que la historia cobra un valor crucial. Pues "treinta años de desvelos críticos" por nombrar la singularidad que define la obra de Puig no son un material que deba ser desechado por anacrónico, antes bien, ponen en evidencia un recorrido a través del cual la crítica literaria argentina puede leer su propia historia y los recursos teóricos de'los cuales. se ha valido. Sin embargo, a la enumeración de ese conglomerado de ideas y propuestas desarrollado en el primer ca:pítulo, Speranza antepone la experiencia de una visión, el momento casi mágico en el, que una pintura de Guillermo Kuitca le revela "la síntesis visual de las relaciones abstractas que trabajosamente había estado tratando de describir". La obra de Kuitca es también una hija de la historia y, aunque el conocimiento de su filiación no representa una condición excluyente para su goce estético, sin lugar a dudas lo enriquece. La virtud del enfoque de este libro consiste en desbrozar las condiciones para que la epifanía tenga lugar, sin opacar, por ello, la maravilla de su acontecimiento. Muchos y variados son los hallazgos que se pueden encontrar a lo largo de este trabajo. Al mencionado más arriba, se suma una asociación en la que nuevamente la historia vuelve a intervenir, esta vez para hacer pesar sus condicionamientos sobre las operaciones de lectura. Porque no se supo interpretar un recurso inédito en la novela hasta ese momento ‑la utilización del discurso indirecto libre, cuya ambigüedad borra las marcas que distinguen la voz de los personajes de la del narrador‑, Flaubert fue víctima de un juicio. Algo más de un siglo después, a manos de un linotipista escandalizado por el habla de sus personajes, Puig fue víctima de la censura. La analogía planteada indica las dificultades de recepción que enfrentan quienes se atreven a los cambios. Un aporte notable radica en el establecimiento de un paralelismo asimétrico, o mejor dicho, en el descubrimiento del punto de reunión de dos series paralelas.. Porque, si para entender las transformaciones del retrato de Marilyn de Kuitca es preciso remontarse a su antecedente, las Marilyn de Warhol y, a partir de allí señalar las innovaciones con las que el surgimiento del pop desarticulé la tradición de las artes visuales, es inútil recurrir a la tradición literaria para comprender mejor la narrativa de Manuel Puig.'Menos que con la literatura, sus libros se emparientan con las artes visuales, el cine y los géneros provenientes de la cultura de masas celebrados por el pop art. «Rapsodia pop", el segundo y más brillante capítulo del libro, deslumbra por el modo en el que Speranza analiza las rupturas irreversibles que inauguran una nueva manera de concebir el arte, ajena a las improvisaciones y los límites, pero también porque ubica en el centro de la escena algunas cuestiones indispensables para repensar la evolución de la estética moderna, desde los sesenta hasta el fin de siglo. El estudio de las fuentes y la capacidad para relacionar acontecimientos emergentes obedecer, en su caso, menos al deseo de demostrar erudición que al planteamiento en términos asequibles de problemas relativos a la noción de gusto, consumo, alienación, arte y cultura de masas. Problemas que‑generaron polémicas aún vigentes y cuyo desarrollo se vuelve tan apasionante que por momentos el lector puede olvidar que la argumentación está destinada a explicar «el objeto y el efecto Puig". Porque el pop -afirma­"no es apenas un contexto de referencia que legitima y posibilita las innovaciones de‑Puig, sino una matriz estética que, acompañada o no de una conciencia programática, inspira la conversión líteraria». El análisis de sus tres primeras novelas, La traición de Rita Hayworth, Boquitas pintadas y The Buenos Aires Affaire, co-­ rrobora la hipótesis inicial, al demostrar cómo realiza literariamente, una serie de transfiguraciones lingüísticas destinadas aborrar la marca personal del autor, pero advirtiendo que esa transfiguración, al igual que en el pop, es engañosa, pues oculta, detrás de la aparente "copia" del habla, de los estereotipos y de la utiliza­ción de los géneros populares, una sutil e imperceptible reelaboración. Esta perspec­tiva viene a zanjar la polémica en tomo al estilo que caracteriza buena parte de los estudios dedicados a Puig y que se divide entre quienes señalan en el escritor la ausencia deliberada de estilo y quienes consagran en esa desaparición del narra­dor el estilo absoluto. otra vez a propósito de una asociación con las artes visuales, seda en el epílogo una última y definitiva vuelta de tuerca sobre el tema. , Menos atrapantes que los capítulos anteriores, los últimos tres describen puntualmente las deudas de Puig con el cine,en especial a partir de su cuarta novela. Yendo más allá de la repetida enunciación de una relación por demás evidente, Speranza se tomó el trabajo de ver en detalle cada uno de los filmes a los cuales Puig hizo referencia para postular desde allí el origen de sus innovaciones técnicas. Tarea compleja si se tiene en cuenta que es casi imposible establecer una correlación di­recta entre dos artes cuya realización y so­portes materiales son radicalmente hete­rogéneos. Así postula hasta qué punto el esteticismo extravagante" de Joseph von del psicoanálisis a manos de Alfred Hitch­cock resultaron para Puig fuentes de una enorme riqueza para desbordar los mode­ los de la literatura Argentina que, después de Borges y Cortázar, parecía agotada. A partir de esa instancia que decreta el fin de la literatura en nuestro país, la autora encuentra en Puig la expresión de una nueva sensibilidad, inédita antes del arte de los sesenta y que deja tras de sí «un legado etéreo, intrascendente, que es a la vez una prenda de esperanza y libertad". libertad de la que este trabajo se apropia para introducir una mirada renovadora que expande de manera original los horizontes de la crítica.                           

ORIGEN DE DATOS:.CLARIN CULTURA 22 DE OCTUBRE DEL 2000 POR JORGELINA NUÑEZ

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MANUEL PUIG

 

DESPUES DEL FIN DE LA LITERATURA