LEOPOLDO MARECHAL


LEOPOLDO MARECHAL LEOPOLDO MARECHAL el banquete de la gloria y el olvido con su esposa Elba


          

            

E128 y el 29 de abril de 20 recorrí los lugares del barrio de Villa Crespo en los cuales,

transcurre, durante el 28 y 29 de abril. de 192.... parte de la odisea porteña de Adán Buenos aires y Mas que hacer antología literaria, quería saber sí era posible recu­perar la ciudad que respiraban los perso­najes, las calles en las que se incubó y se derramó «esa 1luvía de 700 espejo?, como llamó julio Cortázar al Adán Buenos ayres, la novela Argentina que, partiendo de po­co la vida de un muchacho poeta y maes­tro de escuela, en un barrio cualquiera de la ciudad, intentó un desafío inaudito: la alegoría total de una ciudad, el viaje a la vi­da de un hombre.
Los lectores que en
1948 abrieron un grueso libro recién publicado por la Editorial Sudamericana, cuyo autor había empleado dieciocho años en escribirlo se encontraron con un comienza cinematográfico. Como un largo travelling , la mirada del autor abarca el escenario bullente de la ciudad que despierta y lentamente el ojo se acerca a una calle de Villa Crespo. Es Monte Egmont (hoy Tres Arroyos). En un cuarto de la pensión situada en el N* 303 abre sus ojos Adán. En la vereda, con la escoba en la mano, la sirvienta Irma canta El pañuelito mientras barre. Adán, en el entresueño, escucha los versos ("El pahuelito blancol que te ofrecí/ bordado con mi pelo), que se funden con(la canción de los inmigrantes italianos, el martilleo del garage La joven Cataluña, el cacarear de las gordas mujeres que discutían con el verdulero Alí ... ». Samuel Tesler, compañero de pensión, de Adán, filósofo de barrio, divisa este panorama por el balcón: « ... techos de zinc, las terrazas de color ladrillo, los campanarios distantes y las chimeneas que humeaban al viento".
 Inicié mi recorrido en Monte Egniont
N* 280, donde una placa colocada en 1995 y apenas visible bajo el gran cartel de una fábrica de plástico, recuerda que allí, entre 1910 y 1934, vivió Leopoldo Marechal. Una casa modesta, donde el poeta habitaba con su padre Alberto Marechal, mecánico uruguayo, hijo a su vez de un francés exiliado de la Comuna, y su madre Lorenza BeloÍqui, con sus hermanos y su abuela materna, de origen vasco. Interludio de crítica municipal: en 1935, los ediles porteños rebautizaron a Monte Egmont, que pasó a ser Tres Arroyos. Para esa fecha, el Adán Buenos ayres sólo estaba en la cabeza, y en algunos borradores, del poeta Marechal. En 1990, ya célebre e libro, otros ediles quisieron incorporar a escritor a la nomenclatura municipal bautizaron con su nombre un tramo de 1a calle Campichuelo. ¿No hubiera sido mejor restituir a Tres Arroyos el nombre d Monte Egmont, esa calle hoy fantasmal que sin embargo ha quedado incorporada para siempre a la literatura, facilitando a los lectores la identificación con el escenario del libro?
Pero en fin, se llame Tres Arroyos o Monte Egmont (como seguiré nombrándola), la calle cambia de nombre al atravesar Warnes, y pasa a ser Gurruchaga. Sigamos las huellas de Adán. En Gurruchaga, entre Muñecas y Murillo, en la ferretería y bazar La Hormiga de Oro, mira y desea a la dependiente Ruth, a quien halla "tentadora como Circe". "Cajas de cigarrillos, muñecos de veinte centavos, jabones de afeitar, novelas policiales y tarros de caramelos parecían vivir en la más estrecha de las hermandades.» Ruth, que imita a la recitadota Berta Singerman, entona unas estrofas dela Melpómene de;.. Arturo Capdevila, justamente una de las bestias negras de los jóvenes de la revista de vanguardia Martín Fíerro, que había integrado Marechal. Adán llega al N* 280 de Gurruchaga, punto neurálgico de la travesía que estamos reconstruyendo: es la iglesia de San Bernardo. En la vereda, pide limosna, mientras templa la guitarra, el ciego Polifemo, un ciego que ve con los, oídos.
En el frontispicio de San Bemardo, «el la Mano Rota contempla la calle y paloma de buche tornasol me sobre su cabeza... Un corazón o.un.pan, Día y noche lo está ofreciendo a los hombres de la calle, Pero los hombres de la calle no miran a lo. alto:  o al suelo como un buey
Los casi dos metros de ese cristo siguen presidiendo el frontispicio de la iglesia  Erigida a fines del  SígIÓ XIX y llamada así  porque bernardo era el nombre del padre de Sal
vador Benedit, pionero del barrio. Y los hombres siguen pasando por la calle sin levantar la vista, sin mirar ese Cristo que, según los historiadores del barrio, como Diego del Pino, fue construido con «materiales poco nobles", por lo que se le desprendieron varias partes del cuerpo, como las manos. Para Marechal, fue una pedrada. Lo cierto es que los muñones del Cristo actualmente restaurado impresionaban a los feligreses, y quedaron grabados en la imaginación del niño Leopoldo. En algún momento de la noche del viernes 29, Adán, en plena crisis existencial, monologa ante las verjas de San Bernardo. La escena puede leerse, grabada en bronce, en una placa, a un costado de la puerta de la iglesia. San Bernardo "yergue su torre única en la noche: cerrada está la verja, desierto el atrio y sin más vida que la de sus palmeras desmelenadas al viento. Adán Buenos ayres se ha detenido allí, con el resuello agitado y el corazón batiente. Prendido a la reja, mira en tomo suyo y escucha: nadie y nada: se han callado las voces y desvanecido las imágenes. Entonces, la espesa nube de sus terrores, angustias y remordimientos estalla en un sollozo que lo sacude y ahoga, como la náusea de la curtiembre". Esa náusea, sostuvo Cortázar en la admirativa reseña que le dedicó a la novela (una de las pocas que atravesaron el plúmbeo silencio hecho, en torno al Adán en 1949), tiene una genealogía sartreana, "mal que le pese,» a Marechal, notorio católico
La iglesia de hoy es un activo referente de la vida no solo espiritual sino social del barrio y en sus alrededores pueden verse , como en casi todas las parroquias de la ciudad, gentes sin techo que buscan algún cobijo ¿que piden? ¿un corazón o un pan? ¿elevaran sus

miradas al Cristo de la Mano Rota? En la novela de Marechal son linyeras. A uno de ellos Adán ofrece hospitalidad pero cuando baja ,a abrirle la puerta, encuentra que ha desaparecido porque, cree Adán, fue más fuerte el anhelo de libertad que la necesidad de reparo.

En materia de alturas, mucho ha cambiado el barrio, que en los comienzos del siglo XX tenía por cumbre a la torre de San Bernardo; hoy está presidido por las moles de los tres rascacielos (veinticinco pisos) que bajo el nombre de Torres jardín y construidos por IRSA (tú también, Soros) ocupan la manzana comprendida por Gurruchaga, Murillo, Camirgo y Serrano. Las generosas pelouses que separan los bloques por la noche se iluminan como los patios de una cárcel lujosa, cercada por verjas y vigilada por los guardias desde las garitas de Gurruchaga.
Estas nuevas torres, avanzada dé un –posible  boom  inmobiliario villacrespense, barrieron con los vestigios de la ominosa curtiembre su olor pestilente constituía la náusea de Adán La Universal, desde la cual "un agua verdosa y corrompida se deslizaba entre los adoquines".
Villa Crespo fue un barrio de inmigrantes judíos, italianos, turcos, españoles, todos los cuales comparecen en la novela, pero también fue barrio de malevos y taitas. A la vuelta de la curtiembre, en el inmueble que hoy es Padilla 752, se alzaba la Fábrica Nacional de Calzado, propiedad del nombrado Benedit, quien para alojar a los obreros había habilitado en la finca lindera uno de los primeros conventillos que tuvo la ciudad, llamado de la paloma ,el  que inspiro se dice el sainete de Alberto Vacarezza.
Recorrí estas veredas pero no pude encontrar muchos de los seres pequeños que pueblan la novela: ni a obreros que duermen en la vereda esperando que comience su turno, ni a la vieja Cloto, inmigrante que conservaba agridulces memorias de su particular odisea. Tampoco a las niñas que jugaban al Ángel y el Demonio. "Tam, tam, ¿quién es? El Angel. ¿Qué busca? Una flor
... » Adán se cruza con un colocador de carteles que pega en la pared el anuncio de una conferencia (seguramente de algún anarquista) mientras la vieja Cloto piensa: «Santa Madonna, ¿por qué gritan esos locos ... ? ¿No comprenden que este mundo es un bochinche desde que Adán y Eva le hicieron a Dios aquella porquería en el Paraíso?".
En la peluquería del andaluz don Jaime, Adán mira Ias paredes grasientas y el techo cagado de moscas: dos sillones frente a un largo espejo enceguecido, cuatro sillas de Viena y una mesita con viejos números de El Hogar, El Gráfico y Mundo Argentino". Podría ser, poco más o menos, la nueva  coqueta peluquería de hombres del 444 de Gurruchaga. Pero. no; es, en cambio, el establecimiento unisex  de Valeria
Vazquez, en Gurruchaga  y Padilla, que anuncia. brushing y profesional hair cosme­tics. En Gurruchaga, entre Padilla.y Ca­margo, Adán encuentra el café Izmir, un recinto "sobresaturado de anises y tabacos.
No hay señales visibles del café Iznir, pero en el 432 de Gurruchága, una fonda sin nombre exhibe unas mesas tan polvorientas que bien pudieron beber ginebra en ellas, mientras desgranaban sus disquiciones filosóficas, Samuel y Adán. En e1 somnoliento bar, a falta de aurigas tenebrosos, languidecen algunos taxistas de Buenos Aires. que dan rienda suelta a su mufa y despotrican sobre «la situación “horacio Spinetto" memorioso historiador de los bares porteños, me confirma días después que se trata del café Iznir, de inminente cierre.
No hay ya  verdulerías en , Gurruchaga, pero está el Mercado de San Bernardo, una feria internada con puestos de fruta y
verdura y otros de carne kosher. Me han recomendado que busque, cerca de la feria, a uno de los vecinos más antiguos del barrio. Pregunto por él y tras larga espera comparece un anciano que apenas puede tenerse en pie. Cuando le pregunto por Marechal, sus pupilas se cubren de lágrimas. AI rato reaparece con un libro de hojas amarillentas, sin tapas y al que le falta una cincuentena de sus casi 800 páginas' No entiendo el tartajeo del viejo el Parkinson, la emoción, salvo que fue alumno de don Leopoldo en .una escuela de la calle Trelles, y que la inundación ¿de 1985?- le arruinó 'el libro, que tenia firmado por el autor. LE  regalo mi Adán buenos aires. El abuelo llora, a moco tendido. Los parientes  de pronto obsequiosos sopesan el ejemplar mientras me preguntan en que canal trabajo. uno de ellos confiesa que nunca, hasta hoy, habían prestado atención cosas de viejo, ¿vio? a las monsergas del abuelo.
Bien: hasta ahora he buscado infructuo­samente a Adán en Monte Egmont y en Gurruchaga, hasta llegar a Triunvirato(hoy Corrientes), donde terminaba su pe­riplo, y sólo he encontrado algunas astillas        arqueológicas, un barrio que 1 s igue tenien­do la agradable paz de la novela los te­chos bajos y, aún, tanques de agua. redondos pero, cuyo auténtico espíritu, se me escapa como arena en las manos. Una, nueva etapa de mí travesía la reco­rro la mañana de un 29 de abril, lluviosa COMO corresponde a este otoño imperdo­nable. En la mañana del viernes 29,de abril de 192..., Adán, que la noche anterior ha estado en la tertulia de los Amundsen, en Saavedra, se despierta a las diez y me dia de la mañana. Garúa. Adán mira por la ventana: "Una luz brumosa, la misma que llena su cuarto, gravita sobre la ciudad, moja los techos, aceita las calles y esfuma los horizontes".
CuImino mil experiencia la noche del 29 al 30 de abril. Adán, en la esquina de Gurruchaga y Triunvirato, baja del tranvía que lo trae de Saavedra. "Desde allí, todavía indeciso, contempla el ámbito fantasmal de la calle Gurruchaga, un túnel abierto en la misma pulpa de la noche y alargado entre dos filas de paraísos tiritantes que, con sus argollas de metal a los pies, fingen dos hileras de galeotes."
Entro yo también,. como Adán, en el túnel de la noche. Remonto Gurruchaga, cruzo de vereda en vereda, tratando de ingresar en esa pulpa. Me siento en el cordón, escucho. Un auto se detiene junto a mí. Es un patrullero de la comisaría 27. No puedo menos que recordar el párrafo del Adán en el que, tras una batahola entre vecinos, "el sargento Pérez, de la comisaría 21, acude a la refriega montado en su tordillo». Los jinetes metálicos  de, la 27 me piden razón detallada.. de mis  movimientos, pero cuando les explico mis propósitos literarios, no les alcanza el tiempo para desaparecer.
La luz metálica que ilumina las torres jardín hace lunar el paraje. Sigo caminando por Gurruchaga, cruzo el bulevar de la muerte y, ya en Monte Egmont, me apoyo. en uno de los paraísos cuyo tronco sostiene mi desánimo. ¿Vive Adán?
Entonces, algo sucede. Han sonado las campanas de San Ber­nardo, puras, iguales a si mismas y en la noche íntima, en la calle abstracta, bajo la lluvia sin  principio ni término que esmal­ta los adoquines, recupero la experiencia que Adán hizo por nosotros una vez y para siempre, y la comprendo: no importa cómo se llame nuestra calle Monte Eg­mont, el viaje se reinicia cada jornada y ca­da vez la epopeya es diferente, única y ma­ravillosa. Y antes de dejar el barrio, escribo en un muro, mirando por encima del hombro, no vaya a ser que vuelvan los ji­netes metálicos: "Adán vive”

 nota de Alvaro Abás ,es escritor. Ha publicado recienternente El libro de Buenos Aires (Mondadori).clarin 11/06/2000

 

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