Leopoldo Lugones
(Villa María de Río Seco, 1874 - isla del Tigre, 1938)



Escritor. Ocupó diversos cargos públicos. En política evolucionó desde el socialismo hasta el militarismo, que le creó numerosas enemistades, pasando por el anarquismo. Amigo de Rubén Darío, pertenece al momento de plenitud del modernismo: Las montañas del oro, Los crepúsculos del Jardín, Lunario sentimental, Odas seculares, El libro fiel, El libro de los paisajes, Las horas doradas, Romancero, Poemas solariegos, y Romances del Río Seco, póstuma.
Niño aún, pasó con sus padres a la ciudad de Córdoba, en cuya prensa comenzó a colaborar desde muy joven, con su nombre o con el seudónimo "Gil Paz". En 1893 publicó "Los mundos", cuadernillo de versos románticos. En 1896 se trasladó a Buenos Aires, donde imperaba en los cenáculos literarios Rubén Darío y donde el modernismo se imponía entre las nuevas generaciones de escritores. Darío conoció a Lugones oyéndole recitar unos versos y lo saludó en un artículo memorable : "Leopoldo Lugones, un poeta socialista" (El tiempo, mayo de 1896). Lugones, que siempre reconoció la supremacía de Darío, fue, sin embargo, quien enlazó el modernismo con las nuevas generaciones poéticas.



En 1897 publicó "Las montañas del oro", que, si bien conten[x1]ía ciertas audacias formales, era aún romántica y revelaba la influencia de Hugo. Entre 1898 y 1900 publicó una secuencia de sonetos, según la gran tradición italiana, titulada "Los doce gozos", que provocaron una epidemia continental de sonetos parecidos : la primera víctima, y la más ilustre, fue Julio Herrera y Reissig. "Los doce gozos" iniciaron la trascendencia hispanoamericana de Lugones. En 1905 apareció "Los crepúsculos del jardín", donde el autor alcanza, con plenitud, expresión propia : de ese libro de poemas y del siguiente (el irónico y audaz "Lunario sentimental", de 1907) procede prácticamente toda la poesía argentina moderna. Lugones publicó en total diez libros de poemas ; a los tres mencionados siguieron Odas seculares (1910) : celebra el centenario de la independencia de su país ; El libro fiel, que dice de su amor de esposo (París, 1912) ; El libro de los paisajes (1917) ; Las horas doradas (1922), contiene las últimas expresiones modernistas del autor, vuelto ya hacia el romance tradicional y a los temas de su país ; El romancero (1924) ; Poemas solariegos (1927) ; Romances del Río Seco (póstumo, 1938). En los tres últimos desestima casi completamente su anterior opulencia verbal para ceñirse a las formas sencillas y de habla llana, como conviene a los temas que trata. En Madrid aparecieron, en 1948, las Obras Poéticas Completas ; incluye a los diez libros anteriores, y unos doscientos poemas inéditos o no corregidos en libros, además de traducciones de fragmentos de La Ilíada y la Odisea, que Lugones había incluido en otras obras suyas, así como traducciones de poesías de Pascoli, Camoens, Samain, Dante, etc.
La prosa de Lugones , lo mismo que el verso, fue evolucionando desde lo opulento y barroco hacia la sencillez. Publicó, sucesivamente : La reforma educacional (1903) ; El imperio jesuítico (1904), de sobrecargada prosa ; La guerra gaucha (1905), rememora la lucha de los gauchos salteños a las órdenes de Güemes, contra los españoles durante la guerra de la independencia : es prosa abrumada de arcaísmos, neologismos y vocablos poco usados ; Las fuerzas extrañas (1905), extraordinaria serie de cuentos ; Las limaduras de Hephaestos (1908) ; Piedras liminares (1910) ; Prometo (1910) ; Didáctica (1911) ; Historia de Sarmiento (1911) ; Elogio de Ameghino (1913) ; El ejército de la Iliada (1915), que incluye traducciones de fragmentos homéricos ; El payador (1916), donde hace la defensa de Martín Fierro ; Cuentos (1916) ; Mi beligerancia (1917) ; La torre de Casandra (1919) ; Rubén Darío (1919) ; El tamaño del espacio (1921) ; Acción (1923) ; Filosofícula (1924) ; Cuentos fatales (1924) ; Estudios helénicos (1924) ; La organización de la paz (1925) ; Elogio de Leonardo (1925) ; El ángel de la sombra (1926) ; Nuevos estudios helénicos (1928) ; La patria fuerte (1930) ; La grande Argentina (1930) ; Política revolucionaria (1931) ; El Estado equitativo (1932), en estos últimos elogiaba el régimen dictatorial de Uriburu que había derrocado a Yrigoyen ; Roca (inconcluso, 1938) ; Diccionario etimológico del castellano usual (inconcluso).
La lista de las obras de Lugones sorprende por la diversidad de temas, asuntos y curiosidad que revela. Lugones, como la mayoría de los grandes escritores hispanoamericanos de su tiempo, fue autodidacta ; pero, sustentado por su inteligencia, su capacidad de asimilación y su tenacidad poco comunes, logró formarse una vasta cultura, aunque poco sistematizada. Fue además incansable lector de temas científicos, y uno de los primeros en la América hispánica que supieron enterarse de las teorías de Einstein, que expuso. Su admiración por la antigüedad helénica se manifestó en numerosos trabajos y estudios que contienen algunas de las mejores traducciones de Homero al español.

El singular derrotero de sus ideas políticas, sucesivamente anarquista, socialista, conservador y fascista, lo llevaron a enrostrar la animosidad general. Su inconmovible defensa de las reglas de la poesía tradicional (especialmente de la rima, a la que permaneció fiel aunque lo llevase a la imagen pobre o repetida) le ganaron la enemistad de los grupos vanguardistas que, hacia 1921, se reunieron en Buenos Aires en torno de las revistas Prisma, Proa y Martín Fierro.
El 19 de febrero de 1938, Leopoldo Lugones se quitó la vida en un hospedaje del Delta del Paraná.

Gris de. ausencia

Detrás de cada poema se esconde una historia y un enigma. La pasión de los poetas, el libro que publica Jorge Boccanera, de editorial Alfaguara, devela las historias de amor de autores latinoamericanos -Neruda, Agustini, Vallejo, Molina, Mistral, entre otros- que se expresaron como poesía entre el furor y el arrebato. VIVA adelanta fragmentos de la pasión oculta de Leopoldo Lugones.

El esposo perfecto, el hombre de discursos enfáticos ypaiabras altisonantes, está echado a los pies de una pasión secreta practicando el miniaturismo. En sus cartas la preserva bajo ei nombre de la diosa griega "Aglaura".Corre 1930. Lugones escribe la proclama del golpe militar de! general Uriburu contra e! presidente ' Yrigoyen. Luego intenta formar una nueva agrupación política, la Guardia argentina, y finalmente, desencantado de la política, se refugia en su trabajo rutinario. Pero no está desguarnecido. Le quedan dos mujeres: su Aglaura y una pistola niquelada a la que llama "La Nena" y que guarda detrás de la guía telefónica.

Lo vigilan. Sabe que en la misma bóveda celeste donde se revuelven los astros, los símbolos ocultos déla quiromancia y las dfras cabalísticas, hay mil ojos ávidos que lo buscan. Justo cuando preferiría estar solo, mejor dicho a solas con su doncella, lo espían. Sea como sea, en ese año de 1930 posee lo que más anhela en la vida: una novia imposible, porque ilusorio es el amor verdadero, dice, el más puro. Todos los monumentos están en las plazas y en lugares públicos ocupando espacios libres a la luz del día; todos menos Leopoldo Lugones, monumento en vida, poeta nacional que debe andarse por las sombras ocultando en los pliegues de su porte severo y solemne los zarándeos de un amor clandestino. Para el mundo sigue siendo el marido de Juana González Lujan, la hermana de Nicolás, su amigo de juventud, con la que contrajo matrimonio en Córdoba en 1896. Quién diría que el escritor de ademán adusto y paso marcial que entre sus muchas obras publicó ese himno a la monogamia, El libro'fiel, haya perdido la compostura por una joven que le arranca un collar de diminutivos, la misma con quien suele encontrarse en un anónimo departamento luego de sus ejercicios de esgrima. El esposo perfecto, el hombre de discursos enfáticos y palabras altisonantes, está echado a los pies de una pasión secreta practicando el miniaturismo. En sus cartas la llama: "Garcita de plata", "panterita de oro", y la preserva bajo la falsa denominación que él ha designado para ella: "Aglaura", diosa griega, ninfa del rodo. Pero en el cuadro familiar, el poeta cincuentón enamorado de una vein-teañera no tiene espacio. Su hijo, "Polo" Lugones, no está dispuesto a permitirlo, el oficio de comisario le procura las artes para la vigilancia: lo ronda, revuelve sus papeles, observa cada uno de sus movimientos. No admite que su padre, ante la estocada de un perfume, se rinda sin ofrecer combate, rebajándose hasta clamar:"Déjame que como en esas tardes me muera de amor entre tus labios queridos". Le resulta intolerable que llame "mi amada inmortal" a una colegiala de barrio. El poeta camina hada su ofidna de la Biblioteca del Maestro en la calle Rodríguez Peña, sin saber que en un extremo de su sombra hay un policía que le pisa los pasos y ese polida es su sangre. Fue en esa misma biblioteca que conodó un día de junio de 1926 a la joven alumna del Instituto del Profesorado. Ella había llegado buscando el libro Lunario sentimental y a punto de retirarse, luego de revisar infructuosamente los anaqueles, se topó con el autor. Lugones la atendió en labiblioteca para Niños; creyó que era una muchacha en busca de un autógrafo. Desde el primer momento quedó demudado. Siempre locuaz, expansivo, no encontraba las palabras adecuadas frente a esa "joven suave". El orador de arengas en el Ateneo, discursos en plazas, prodamas en el Círculo Militar, se había quedado mudo. Días después, la citó a su oficina para entregarle un ejemplar del Lunario y sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, estampó su firma junto a la dedicatoria: "AAglaura, mi dulzura". El cambio era revelador. Dejaba atrás un ramo de días marchitos. Dos años antes, en 1924, había festejado su cumpleaños número 50 en soledad, abandonado por amigos e intelectuales cercanos que le reprochaban posiciones extremas que lo habían llevado a abjurar de la democracia y el sufragio universal. Ese mismo año, en Lima, durante las celebraciones del Centenario de Ayacucho, había pronunciado una frase desafortunada: "Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada". Pero ya no estaba solo. Aglaura es un parteaguas: "Nunca supe lo que era el amor hasta que te quise y aprendí en el tuyo lo que es la eternidad", "nunca he querido más", dice en las cartas que le envía, firmadas con su anagrama UgopoleóndelSol. Se había pasado 50 años con la vista al délo, como si dialogara con dioses y proceres, y cuando por fin bajó los ojos vio el rastro de unos pasos pequeños que agitaron su sangre. Está a los pies de su dama: "¡Me contentaría con tan poquito! Con verme indinado de rodillas besándote los pies". El gendarme no le pierde pisada. Mientras tanto, un verano de 1927, Lugones, desde el hotel marplatense Bristol, le envía a Aglaura algunas cartas firmadas con otro anagrama, Oso-lón de Plogud, mientras estampa bajo un poema esta línea "a Aglaura, mi único amor". En la esquela Lugones sueña con un tiempo distendido para los dos en el cual podría contarle de su infanda, cuando su madre, Custodia, le enseñaba las estrofas del Himno Nacional, o hablarle del joven impetuoso que llegó a Buenos Aires desde su Córdoba natal con el borrador de Las montañas de oro. A "Polo" Lugones lo tranquiliza ver a su padre saliendo de la redacción del periódico La Fronda o entrando en dependencias del Círculo Militar para practicar esgrima con el profesor Lu-chetti, bajo una inmensa rosa de los vientos hecha con espadines. Ambos lugares son de tendencia pro germana. La consigna es disdplina y orden. Lo aprendió de su padre, quien a los 19 había sido redutado como subteniente, luego ascendido a capitán de guardias. Además, una estirpe de comandantes y coroneles hada resonar sus botas en el pasado familiar. El mismo año en que conoce a Aglaura, Lugones escribe su única novela, El ángel de la sombra: libro donde traslada su pasión en forma solapada. La historia de amor entre un profesor de francés y una joven de la alta sociedad, está condimentada con los elementos del universo lugo-niano: lo premonitorio, los poemas en dave, la reencamadón, el mensajero de una hermandad secreta que anuncia el momento crucial en la vida de los personajes, el desencuentro y la fatalidad. En 1928 un nuevo medio de transporte, el colectivo, recorre las calles de la dudad. Qué placer -piensa el poeta- sería poder caminar libremente del brazo de su doncella que es, dice, "mi único amor, mi eterno amor". Cómo le hubiera gustado llevarle personalmente el obsequio que le compró, un gato de peluche que finalmente ella pudo recibir gracias a una "mensajera" de confianza. Llena la ausenda con numerosas cartas y 150 poemas que enhebran una larga agonía. La fugacidad de los encuentros no alcanza a alumbrar el desierto que se abre con cada separadón. Lugones no se resigna: "Quiero verte... Yo no quiero seguir callando". Nada menos que su propio vastago lo vigila, un "esbirro". Así se lo ha dicho a una persona amiga que le preguntó como estaba su mío: No me hable usted de ese esbirro", respondió utilizando un término que el dicdonario define como "oficial menor de justi-da con la tarea de prender a las personas"; vale decir "botón", según un lunfardo que el escritor despreda profundamente. No se equivoca, ya que el Jefe de Orden Político de la Polida de Capital, a quien se responsabiliza de apremios ilegales, gusta infiltrarse personalmente en actos estudiantiles y políticos para proceder a informar sobre aquello que, según sus ideas, perturba el orden.El hijo es la persona que escarba en los bolsillos del poeta cuando duerme y olfatea las voces del teléfono. Aglau-ra lo advierte y él le pide que en caso de llamarlo al trabaj o lo haga de parte de una falsa señora Smith. Las cartas que ella le envía a la Biblioteca deben tener doble sobre y estar dirigidas a un tal Señor Enrique Moras. Los recaudos del poeta llegan al extremo de escribir con letra minúscula, a fin de no enviar cartas abultadas que llamen la atención. Pero el comisario "Polo" Lugones está al tanto de todo. Tiene "fichada" a esa joven de poco más de 20 años, llamada Emilia Santiago Ca-delago, estudiante del Profesorado de Letras que vive con sus padres en Villa del Parque.El poeta encuentra un alivio, cuando, flotando sobre el campo minado de la sospecha, le llega una palabra de Aglaura: "Tu carta descriptiva de tu blusita de linón y del sombrerito á la golondrina, me ha hecho mucho bien". Cuando ella se evapora, vuelve a rugir:" Si no he de verte, mejor es que no me escribas así". Todo sería ideal si pudiera juntar doncella y gesta heroica en ese mismo territorio para fundar "la Patria del Perfecto Amor". De un lado está Aglaura y del otro, el resto del mundo. También quedan atrás los otros Lugones: el ácrata, el orientalista, el promotor de huelgas estudiantiles, el socialista que fundó con José Ingenieros el diario La Montaña, el viajero. Años atrás, en 1911 en París, el poeta Rubén Darío le había presentado al Dr. Gérard Encausse, "Papus", el hombre que predijo hechos posteriores a su muerte que se cumplieron inexorablemente (entre otros, la muerte trágica de la bailarina Mata Hari). Tal vez ese jefe ocultista haya develado el mapa del desdichado con apenas una mirada. Una constelación de signos que revelaban que el argentino que tenía delante había naddo un día 13, un sábado a la sombra de Saturno (el planeta cuyo color místico es el negro); con dos planetas maléficos en su carta natal (Marte y Saturno) y un nombre cifrado (Leo: león y Lugones: luna); era geminiano (lo que representa la dualidad), con una estructura emocional regida por la Luna (el día de su nacimiento está en caída) y un temperamento que buscaba los grandes sistemas de la ciencia. La intervención de fuerzas extrañas atraviesa toda la existencia de Lugones: la quiromancia, la nigromancia, la alquimia. Integró la sociedad teo-sófica, siguió de cerca las hermandades secretas, la comunidad délos dru-sos, los del clavel rojo, los de la adormidera blanca, en cuya sustentación filosófica busca siempre la comunión entre heroísmo y sacrificio. Aprende la lengua árabe, le atrae el esoterismo, las tradiciones metasicas. La correspondencia subterránea entre los seres y las cosas. Sus relatos, por otra parte, se adelantan al género fantástico. Lee todo lo que encuentra relativo a Isis, diosa lunar egipcia, y Osiris, dios solar. Insiste en la idea del karma; la mudanza de las almas. Los amantes se saben perseguidos; deben cuidarse incluso en las comunicaciones telefónicas; se pasan horas prendidos al auricular sin emitir palabra, con el corazón hecho una ligadura. El hombre que hacía acrobacia sobre el lomo de las palabras, ahora debe morderlas hasta hacerlas sangrar. "Yo me puse del lado de los astros", dijo el poeta. Habría que ver de qué lado se pusieron los astros. Un día comienza a notar que Aglaura, su "asesina adorada", ese amor que le arranca gritos y cartas que rubrica con semen y sangre, lo elude; no le escribe ni asiste a los lugares donde se encontraban furtivamente. Su silencio grita: "Te adoro a morir", "nunca soy más tuyo que cuando me amas", "mira cómo estoy mi amor, toma lo que es tuyo". Corre 1930. Contradictorio y extremista siempre,da conferencias en la Liga Patriótica 1930 y escribe la proclama del golpe militar del general José Félix Uríburu contra el presidente Hipólito Yrigo-yen. Luego, intenta formar una nueva agrupación política, la Guardia Argentina, y finalmente, desencantado de la política, se refugia en su trabajo rutinario. Pero no está desguarnecido, le quedan dos mujeres: su Aglaura y una pistola niquelada a la que llama "La Nena" y que guarda detrás de la guía telefónica. Ignora que su hijo ya lo sabe todo y que se ha presentado ante los padres de Emilia para exhortarlos con recomendaciones que suenan a advertencias. El comisario dice escándalo, dice no voy a permitir, dice un hombre casado, dice caprichos, dice una muchacha joven. Antes del portazo, los amenaza: O se interrumpe la relación o iniciará los trámites para declarar a su padre perturbado mental y encerrarlo. El día 18 de febrero de 1938, el poeta va al trabajo de la Biblioteca. Tiene el labio cortado producto de la afeitada. A la salida se dirige al desembarcadero del Tigre y aborda la lancha La Egea que lo lleva al recreo El Tropezón, ubicado en una de las islas. Toma la habitación 19, se quita el sombrero de paja y se sienta a leer un libro de Paúl Groussac, Los que pasaban. Sale a dar un breve paseo por los alrededores del lugar y de regreso le solicita un whisky al dueño del local. Lo acompaña con una dosis de cianuro.Había quedado encerrado en esa noche que describió alguna vez "como ungrancadávernegro". Desde esa oscuridad clamaba por su mujer amada: "Uno contigo hasta la muerte", "te mando la sangre de mis entrañas y ya no me interesa nada... me dejo morir". En ese mismo instante, Emilia, que está en Montevideo arreglándose frente a un espejo que se hace añicos misteriosamente, piensa: "Hoy cambia el curso de mi vida"