JUAN GELMAN

l sábado 26 de noviembre, en la Feria del Libro de Guadalajara, el poeta Juan Gelman recibió el Premio Juan Rulfo, el más importante de América latina. Muy cerca, en el escenario, aplaudía un entusiasta Gabriel García Márquez: parecía el reconocimiento del ya legendario boom a la poesía, un género que las novelas de MarioVargas Llosa, Alejo Carpentier, Guillenno Cabrera Infante y otros relegaron a un segundo plano. Pablo Neruda fue el último de los poetas míticos, íconos cuyas vidas y cuyas palabras son parte de una tradición que se escapa de las librerías y de las bibliotecas para andar por la calle, por la vida. Después, los narradores dominaron la escena. La presencia de García Márquez también era un reconocimiento a un par en términos absolutos: los dos se alejaron muy tempranamente de las vetustas reglas del realismo socialista, esa suma de clisés que pretendía mostrar la esperanza donde sólo había desolación, y que quena reducir la vida del hombre a sus problemas sociales y políticos, ubicando la subjetividad, la sensibilidad y los sentimientos en la categoría de reaccionarios. Pero eso es sólo una parte. Los dos cada uno a su manera nunca dejaron de militar, de creer en lo que creían, de llevar a cuestas decepciones y escepticismos. Nunca dijeron que las utopías habían cesado, nunca olvidaron que la injusticia y la violencia contra los más desamparados no paran de crecer. En pocas palabras: no se sumaron al rebaño de los resignados, de aquellos que aprovecharon la caída del Muro de Berlín para hacer sus vidas más fáciles. Con menos preguntas, con escasas inquietudes. Gelman y García Márquez, también, nunca se rindieron a la palabra, a la inercia de las formas. Buscaron ‑buscan‑ permanentemente. Los diversos modos de la militancia no los distraen. Siguen teniendo su cuarto propio, el estudio del escritor, que se aleja, en un vaivén incesante, de las realidades del mundo. Gelman comenzó esa parábola con Violín y otras cuestiones, publicado en 1956. Había nacido en 1930, en Villa Crespo, y a los doce años tenía un sueño recurrente: era el paje de una corte e improvisaba versos que le parecían deslumbrantes y que olvidaba al despertar. Esas perplejidades no lo desalentaron .Al más argentino de los poetas del país, la poesía le vino por primera vez siguiendo la cálida tradición oral, pero en ruso. Juan Gelman es el único argentino de una familia de ucranianos de origen judío. Su hermano llegó al país cuando tenía diecisiete años y trajo bajo sus hombros la sonora presencia de la poesía: resulta extraño imaginar a un Gelman de cinco años escuchando los versos de Pushkin; hace unos años evocó esos momentos mágicos, mientras escuchaba esos poe mas que no entendía para nada, pero que lo fascinaban por su música, su ritmo, de cadencias misteriosamente graves. "Creo que, sin saberlo él ni yo, esto fue una marca para mí. Después empecé a escribir poesía. Y más tarde, a los nueve años, me enamoré de una vecina de once y quise conquistarla con poemas de Almafuerte. Como su indiferencia era total, tuve que empezar a escribir yo los poemas. Debo decir que esto no mejoró en nada la situación: la indiferencia se mantuvo, pero yo seguí escribiendo. Sigo escribiendo", recordó Gelman en una entrevista. El origen de la escritura en el intento de una conquista amorosa es similar a la de Adolfo Bioy Casares, un escritor al que Gelman admira. No está de más agregar que Bíoy también fracasó con esa incontinencia de la escritura. El amor huyó; la escritura, no. ples, sin ese laboratorio del lenguaje que luego sería fundamental en la obra de Gelman, pero donde están perfilados buena parte de sus temas. Luego de ese ciclo, el silencio. Un pequeño libro aparecido en 1965 en La Habana, plagado de erratas y de hallazgos, ya daba las pistas del Gelman que se estaba gestando en soledad, dolor e incertidumbres. Son los tiempos de las primeras decepciones políticas, de sostener la llama de la revolución soñada sin candores y con muchas preguntas. Su escritura se libera como un viento, como un golpe de mar y a la arena llegan esos prodigios verbales, esas frases rotas, la falta de puntuación y esos ritmos quebrados que se encadenan, superponen, cortantes, dejando el poema en un signo de interrogación que es un signo de vida, la señal helada de la duda. No la duda retórica, que prepara en forma alambicada una vaga respuesta. No: se trata de la duda que busca una certeza. En 1971 apareció en Buenos Aires la versión definitiva de Cólera buey y Gelman entró con su paciente cólera en el primer plano de la poesía Argentina. Desde entonces, Gelman fue lo opuesto a una figura consagrada. Su vida era el periodismo, la poesía, las mujeres, pasadas o futuras, y también presentes, la fugacidad del alcohol, la lectura apasionada y la incesante militancia. Nunca entró en el juego de la carrera literaria, y verlo en la presentación de un libro era casi un imposible. Buscaba los bares anónimos, de maderas gastadas, mal iluminados y algo apartados. Sus libros se fueron sucediendo, armando ese tapiz de diferentes texturas que hacen a una obra. Los poemas de Sydney West, Fábulas, Hechos y relaciones, Si dulcemente, Citas y comentarios, Hacia el sur, Exilio (en colaboración con Osvaldo Bayer), La junta luz, Composiciones, Interrupciones I e Interrupciones II, Carta a El juego en que  andamos, velorio del solo, y gotan son los siguientes libros de Gelman, que cierran un ciclo finalizado en 1962. Son versos simples, sin ese laboratorio del lenguaje que luego sería fundamental en la obra de Gelman, pero donde están perfilados buena parte de sus temas. Luego de ese ciclo, el silencio. Un pequeño libro aparecido en 1965 en La Habana, plagado de erratas y de hallazgos, ya daba las pistas del Gelman que se estaba gestando en soledad, dolor e incertidumbres. Son los tiempos de las primeras decepciones políticas, de sostener la llama de la revolución soñada sin candores y con muchas preguntas. Su escritura se libera como un viento, como un golpe de mar y a la arena llegan esos prodigios verbales, esas frases rotas, la falta de puntuación y esos ritmos quebrados que se encadenan, superponen, cortantes, dejando el poema en un signo de interrogación que es un signo de vida, la señal helada de la duda. No la duda retórica, que prepara en forma alambicada una vaga respuesta. No: se trata de la duda que busca una certeza. En 1971 apareció en Buenos Aires la versión definitiva de Cólera buey y Gelman entró con su paciente cólera en el primer plano de la poesía Argentina. Desde entonces, Gelman fue lo opuesto a una figura consagrada. Su vida era el periodismo, la poesía, las mujeres, pasadas o futuras, y también presentes, la fugacidad del alcohol, la lectura apasionada y la incesante militancia. Nunca entró en el juego de la carrera literaria, y verlo en la presentación de un libro era casi un imposible. Buscaba los bares anónimos, de maderas gastadas, mal iluminados y algo apartados. Sus libros se fueron sucediendo, armando ese tapiz de diferentes texturas que hacen a una obra. Los poemas de Sydney West, Fábulas, Hechos y relaciones, Si dulcemente, Citas y comentarios, Hacia el sur, Exilio (en colaboración con Osvaldo Bayer), La junta luz, Composiciones, Interrupciones I e Interrupciones II, Carta a Mi padre, Salarios del impío, Díbaxu e Incompletamente. "Creo que el único tema verdadero de la poesía es la poesía misma. En realidad, la proporción de los poemas sociales o políticos, en el conjunto de todo lo que escribí, no es significativa, aunque, en efecto, escribí poemas con ese tema como con tantos otros. En generaI, son los valores poéticos propiamente dichos los que permiten la persistencia de una voz", señaló en una entrevista. Y en unas breves líneas que escribió para su Antología personal (1993), agrega: "He reunido aquí en orden cronológico poemas pertenecientes a libros que aparecieron entre 1962 y 1988. la voz seguramente cambia, pero las obsesiones no: el amor, la niñez, la revolución, el otoño, la muerte, la poesía, siguen sumiéndome en la abierta oscuridad de su sentido, obligándome a buscar respuestas que nunca encontraré". Pero Gelman no es alguien que se rinda fácilmente. Desde su largo exilio en la década del 70, luego de militar en la agrupación más combativa del peronismo, Montoneros, lejanos ya sus tiempos de miembro del Partido Comunista, vivió el desgarro de perder a su hijo Marcelo, uno de los tantos desaparecidos que asoló a una generación, y a su nuera, que estaba embarazada. Luego de incesantes investigaciones, de una búsqueda incansable de más de dos décadas, en marzo de este año se encontró con su nieta nacida en cautiverio y que hoy vive en Uruguay. Dos premios en un año es más que probable que le alcancen. Pero el poeta también conoce la cólera y otras cuestiones, y va a seguir buscando esas respuestas que nunca encontrará, con el fervor de la vejez, que a veces se parece al de la juventud. Porque es incesante y nunca duerme la siesta, bajo el sol deslumbrante de la vida.

origen de datos :nota de revista viva del 10/12/2000

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recibe el premio Juan Rulfo

 

 

Juan Gelman recibe el Premio Juan Rulfo. A su lado, Raúl Padilla, anfitrión de la Feria de¡ libro de Guadalajara, México, y Gabriel García Márquez.