Jhon le carre

 

LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA EN UNA NOVELA DE JOHN LE CARRE, RECETAS DE UN  ESPIA SIN REMEDIO
DOS ASESINATOS Y UNA DROGA CON PELIGROSOS EFECTOS SECUNDARIOS DISPARAN "EL JARDINERO FIEL-, EDITADO POR PLAZA & JANES. AQUI, EL AUTOR DE "EL TOPO- CUENTA COMO NACIÓ ESTA HISTORIA DE CRÍMENES, DOLORES E INTERESES MULTIMILLONARIOS.

lecarre.

JOHN LE CARRE

e apresuro a salir en defensa de la embajada británica de Nairobi. No es el lugar que he descrito, ya que nunca he estado en ella. El personal allí destinado no es la gente que describí, ya que no conozco a sus miembros ni he hablado con ellos. Conocí al embajador hace un par de años, y tomamos juntos una cerveza de jengibre en la terraza del hotel Norfolk, y eso fue todo. No tiene el menor parecido, ni externo ni de ninguna otra clase, con mi Porter Coleridge. En cuanto al pobre Sandy Woodrow.... en fin, si realmente hubiera en la actualidad un jefe de cancillería en la embajada británica de Nairobi, pueden estar seguros de que sería un hombre o una mujer íntegro y diligente que jamás codiciaría a la esposa o el marido de un colega, ni destruiría documentos poco convenientes. Pero no lo hay. En Nairobi, como en muchas otros sitios, los jefes de cancillería han perecido bajo el hacha del tiempo.
En estos tiempos que corren, en que los abogados rigen el universo, he de insistir en estos descargos de responsabilidad, que además se ajustan a la verdad. Salvo por una excepción, gracias a Dios, ninguna de las personas, organizaciones o empresas aquí mencionadas se basa en gente o entidades del inundo real, ya sea que nos refiramos a Woodrow, a Pellegrin, a Landsbury, a Crick, a Curtiss y su temida casa de las Tres Abejas, o a la firma Karel Vita Hudson, también conocida corno KVH. La excepción es el gran y buen Wolfgang, del hotel Oasis, un personaje tan grabado en el recuerdo de cuantos lo visitan que sería absurdo tratar de crear un equivalente en la ficción. En su soberanía, Wolfgang no presentó reparo alguno a mi difamación de su nombre.
La Dypraxa no existe, ni ha existido ni existirá jamás. No conozco ninguna cura milagrosa para la tuberculosis que se haya introducido recientemente en el mercado, así que, con suerte, no pasaré el resto de mis días en los juzgados o algún sitio peor, aunque hoy por hoy uno nunca tiene la total certeza. Pero sí puedo afirmar algo. Al adentrarme en la jungla farmacéutica, llegué a la conclusión de que mi relato, comparado con la realidad, era tan inocuo como una postal de vacaciones.
En un tono ya más desenfadado, deseo expresar mi cordial agradecimiento a quienes me han ayudado y desean que se mencionen sus nombres, así como a quienes me han ayudado y, por alguna buena razón, no lo desean.
Ted Younie, veterano y compasivo observador de la vida africana, fue quien primero susurró a mi oído el asunto farmacéutico y más tarde expurgó el texto, enmendando varias incorrecciones.
El doctor David Miller, un médico con experiencia en Africa y el tercer mundo, fue el primero en sugerir la tuberculosis como cauce central, y quien me abrió los ojos a la costosa y sutil campaña de seducción librada por las compañías farmacéuticas contra la clase médica.
El doctor Peter Godfrey-Faussett, profesor adjunto de la London School of Hygiene and Tropical Medicine, me dio valiosos consejos, tanto al principio como una vez completado el manuscrito.
Arthur, hombre polifacético e hijo de Jack Geoghegan, mi difunto editor en los EE.UU., me contó horrendas anécdotas de su etapa como representante farmacéutico en Moscú y la Europa del Este. El benévolo espíritu de Jack estuvo- presente en nuestras conversaciones.
Daniel Berman, de Médicins Sans Frontiéres de Ginebra, me concedió una reunión informativa de extraordinario valor, que por sí sola justificaba sobradamente el viaje.
Buko Pharma-Kampagne de Bielefeld, Alemania -que no debe confundirse con la organización Hipo de mi novela- es un grupo de personas muy sensatas y altamente cualificadas, con financiación independiente y menos personal del necesario, que lucha por sacar a la luz las fechorías de la industria farmacéutica, especialmente en sus relaciones con el tercer mundo. Si se sienten ustedes predispuestos a la generosidad, mándenles un poco de dínero para ayudarlos a continuar con su labor. Dado que la opinión médica sigue viéndose insidiosa y metódicamente tergiversada por los gigantes del sector farmacéutico, la supervivencia de Buko adquiere, si cabe, mayor importancia. Y Buko no sólo me proporcionó una inestimable ayuda. De hecho, me instó a encomiar las virtudes de las compañías farmacéuticas con actitud responsable. Por consideración a ellos, he intentado hacer lo que me decían, pero no era ése el tema. de la novela.
Tanto el doctor Paul Haycock, un veterano de la industria farmacéutica, como Tony Allen, un especialista en farmacología de buen corazón y mejor vista, me asesoraron, haciéndome partícipe de sus conocimientos y su buen humor, y soportaron dignamente mis ataques contra su profesión; como también hizo el hospitalario Peter, que en su humildad prefiere permanecer en el anonimato.
Recibí ayuda de varios inapreciables elementos al servicio de las Naciones Unidas. Ninguno de ellos sabía ni remotamente qué me proponía; aún así, sospecho que lo más acertado es no nombrarlos.
Muy a mi pesar, he decidido no mencionar tampoco por sus nombres a las personas de Kenia que me proporciona desinteresadamente su colaboración tras escribo estas líneas, llega la noticia de la muerte de John Kaiser, un sacerdote estadounidense natural de Minnesota que llevaba treinta y seis años trabajando en Kenia. Su cuerpo fue hallado en Naivasha, a 80 kilómetros al noroeste de Nairobi. Presentaba una herida de bala en la cabe- m za. Cerca apareció una escopeta. El señor Kaiser era desde hacía mucho tiempo una de las voces críticas en relación con las medidas políticas del gobierno de Kenia respecto a los derechos humanos, o la ausencia de éstos. Accidentes como éste pueden volver a ocurrir.
En mi descripción de las tribulaciones de Lara en el capítulo dieciocho, me inspiré en varios casos, sobre todo en el continente norteamericano, donde investigadores médicos de alto nivel han osado discrepar con las empresas farmacéuticas que les pagan y han sido víctimas por ello de vilipendios y persecuciones. A este respecto, la cuestión no es si sus hallazgos inconvenientes eran o no correctos; es el conflicto entre la conciencia individual y la codicia corporativa. Es el elemental derecho de los médicos a expresar opiniones imparciales sobre temas médicos, y su deber de informar a los pacientes acerca de los riesgos que consideran inherentes a los tratamientos que prescriben.
Y finalmente, si por casualidad visitan alguna vez la isla de Elba, no dejen de visitar la antigua y preciosa finca que me apropié para Tessa y sus antepasados italianos. Se llama La Chiusa di Magazzini y es propiedad de la familia Foresi. Los Fores  producen vinos tintos, blancos y rosados y licores a partir de sus propios viñedos, así como un inmaculado aceite procedente de sus olivares. Tienen algunas casas que se pueden alquilar. Hay incluso un lagar donde pueden confinarse temporalmente aquellos que buscan respuesta a los grandes enigmas de la vida. El Esta "Nota del autor" cierra a modo de epílogo El jardinero fiel".

De la Guerra Fria a hoy 

De El espía que llegó del frío Graham Greene dijo alguna vez, que se trataba de la rnejor novela de espionaje jamás escrita. Gracias a este libro -el tercero de John Le Cerré, pero el primero exitoso a nivel de ventas-, el autor pudo dar un portazo en el Foreign Office, dejar la función pública y dedicarse a su verdadera vocación: la literatura. Corría la década del 60 y el mundo de entonces -jaqueado por las sórdidas intrigas de la Guerra Fría- estaba ávido de buenas historias. Y Le Carré levantó el guante.
Animado por un eterno pesimismo respecto de las verdades más simples, a la hora de imaginar historias Le Carré se alimentó de las miserias políticas y los claroscuros de la época y rescató la novela de espionaje de las garras de lan Fleming, creando un anti-james Bond: George Smiley. Bajo, rechoncho,apacible y de poca suerte con las mujeres (categoría que incluía a su propia esposa, proclive a los deslices extramatrimoniales), Smiley protagonizó algunas de las mejores historias de Le Carré: Llamada para el muerto (1961), Asesinato de calidad (1962), El espía que llegó del frío (1963) y la formidable trilogía que integraron en los 70 El Topo, El honorable colegial y La gente de Smiley.
Para este Le Carré, el mundo era un lugar sombrío y las distinciones entre el bien y el mal quedaban empequeñecidas por los sistemas ideológicos y burocráticos, que arrastraban a sus personajes a largos e insolubles cuestionamientos morales.
Los 80 cambiaron las reglas de juego de la política internacional. La caída del Muro de Berlín y el fin del socialismo en los países del este trajeron cambios que Le Carré trasladó a sus tramas. El conflicto árabe-israelí, el submundo del narcotráfico y el nuevo mapa del espionaje, ya sin su agente favorito -Smiley fije pasado a retiro cuando se jubiló la Guerra Fría- se colaron en Un espía perfecto (1986), La casa Rusia (1989), Nuestro juego (1995) y El sastre de Panamá (1997). Pero esta transición hacia otros temas, dejó sus huellas.
Para algunos, el Le Carré del mundo globalizado, que en El jardinero fiel -su novela número 18- toma partido por los buenos y emprende ardientes debates éticos sobre los protocolos de investigación médica en los países en desarrollo, ha perdido ambigüedad y con ella, la riqueza narrativa de otros tiempos. Otros, en cambio, envidian sus reflejos para adaptarse a nuevas realidades y contarlas en historias ágiles donde los secretos a guardar celosamente ya no son propiedad de los Estados ni de las ideologías, sino de las grandes corporaciones y sus cuentas bancarias. Los lectores, como siempre, tendrán la última palabra.

MICHIKO KAKUTANI

La última novela de John Le Carré arranca con un comienzo agitado y horripilante: Tessa Quayle, la bella y joven esposa de un enviado británico, es hallada brutalmente asesinada en los bosques de Kenya junto con su chófer africano, decapitado; su amigo y compañero de viaje, un médico negro llamado Arnold Bluhm, no aparece por ninguna parte.
Este crimen sórdido no sólo es la chispa que enciende una investigación detectivesca; también resulta un catalizador emocional para el marido de Tessa, justin quien se ve lanzado a una revisión de su matrimonio y su vida. Como muchos héroes de Le Carré anteriores a él, justin se verá forzado a reconocer sus lealtades conflictivas hacia su profesión y los seres que ama, y el papel que pueden desempeñar en su vocación el engaño y la traición.
De todas maneras, si bien la primera mitad de El jardinero fiel combina la velocidad y el ritmo de un misterio de primer orden con el interés del autor centrado en los detalles emocionales, la novela se despliega lentamente hasta convertirse en un thriller convencional, sin el tipo de matiz psicológico y las ambigüedades morales que han distinguido los mejores trabajos de Le Carré. En las ultimas partes de la novela, los buenos son muy buenos y los malos muy malos, y ya no hay ninguna duda acerca de las simpatías del héroe.
La primera vez que tomamos contacto con justin parece el modelo más acabado de caballero inglés. Como dice uno de sus colegas, es la quintaesencia del que pasó Po Eton -cortés hasta la exageración en su trato- el tipo de amigo con el cual se puede contar para que baile con las que planchan en la fiesta anual del Alto Comisionado" y "¡m diplomático profesional de primer nivel preparado para todo: montones de experiencia de campo, dos o tres idiomas, un par de manos seguras, totalmente leal a la conducción de Londres."
Según se nos dice, justin fue criado para sumarse a la "empresa familiar", como su padre llamaba al Ministerio de Relaciones Exteriores y ha cultivado la imagen de un "buen tipo que no se interesa apasionadamente por nada excepto las variedades de flox, margaritas, fresias y gardenias." Su verdadera visión del mundo es considerablemente más sombría, nihilista incluso. " El hombre era vil y lo sería cada vez más. El mundo contenía un número reducido de almas razonables, una de las cuales era justamente justin Su trabajo, según su visión simple, era apartar a la raza humana de sus peores excesos -con la salvedad de que cuando dos bandos se decidían a hacerse pedazos mutuamente, era muy poco lo valioso que una persona razonable podía hacer al respecto."
La mujer de justin Tessa, aparece descrita como su polo opuesto: emotiva; una defensora franca de los desprotegidos contrariamente a él que es un defensor consumado del statu quo. Desde el momento en que llega a Kenya, Tessa participa en distintas campanas por los derechos humanos, actuando a favor de los derechos de las mujeres, la atención médica y la ayuda internacional; localmente, la llaman la Princesa Diana de los Pobres Africanos" y "La Madre Teresa de las Villas Miseria de Nairobi".

Le Carré nunca ha sido adepto a describir idealistas -lo prueba su retrato rígido y estudiado del científico soviético en La Casa Rusia- y Tessa apenas sobrepasa el nivel de una víctima que es como una muñeca de cartón, una figura de santa cuya muerte horrible impulsa al marido a emprender un viaje espiritual propio.

Después de ahuyentar las sospechas de que él mato a Tessa (presuntamente por los celos que generó su relación con el Dr. Bluhm), justin se embarca en una investigación personal de su muerte. Descubre que Tessa y el Dr. Bluhm andaban detrás de una nueva droga contra la tuberculosis que se les administraba a los pobres; que estaban convencidos de que el distribuidor de la droga, una multinacional conocida como Tres abejas, había ignorado aviesamente datos relativos a los efectos secundarios peligrosos de la droga; que los pobladores pobres de Kenia efectivamente estaban siendo usados como conejitos de Indias en una carrera para cosechar ganancias rápidas.
¿La muerte de Tessa era un "asesinato corporativo" como sugerían dos investigadores? ¿Por qué el Ministerio de Relaciones Exteriores estaba tan preocupado por la "historia detrás dela historia" demuerte de Tessa, y tan ansioso por describirla como una loca de remate? ¿Tessa estaba teniendo un romance con el Dr. Bluhin o con uno de los colegas de justin? ¿Y exactamente qué clase de relación existía entre el Ministerio de Relaciones Exteriores y el presidente de Tres abejas ?
Le Carré no llega a urdir suficientes distracciones convincentes corno para evitar que en la mitad de la novela ya imaginemos las respuestas sino que tampoco logra que esas respuestas resulten plausibles para nadie, salvo para el más ardiente teórico de la conspiración, Oliver Stoniano. Como en su novela de 1996 El sastre, de Panamá, la geopolítica más amplia de la historia resulta peculiarmente simplista, sin las sutilezas políticas y el conocimiento del oficio que distinguieron las novelas de la Guerra Fría del autor.
Si bien los diplomáticos intercambian un vocabulario lleno de encanto, seducción e hipocresía con los espías -en una novela anterior, el autor describía a los diplomáticos como caballeros que mienten por su país-, da la sensación de que Le Carré no está familiarizado con su trabajo como con el de sus camaradas encubiertos, y por consiguiente, en su libro todos los personajes del Ministerio de Relaciones Exteriores están al borde del estereotipo. Y todos dicen banalidades afectadas, como el que describe a Tessa como tina "chica maravillosa, maravillosa, niaravilloso.»
Aunque en un primer momento justin aparece delineado en términos de alguna manera más complejos, sus conflictos internos enseguida dan lugar, en esta novela, a una determinación obsesiva de asumir la misión humanitaria de Tessa, y se convierte así en un estereotipo de otra clase: un cínico transformado mágicamente por el trauma en un mártir ardiente, un pilar del stablishment fanatizado por el amor y la pérdida. 
Copyright the New York Times y Clarín, 2001. Traducción de Cristina Sardoy.

volver