GENERAL BOR

 

 

El general Komorowski, verdadero nombre del que se hizo llamar general Bor, se distinguió muy singularmente en la defensa de Varsovia contra los alemanes. Es un hombre de facciones salientes y agudas, como esculpidas en dura roca, que las preocupaciones y las noches de insomnio y de trabajo afilaron todavía más. En su mirada brillaba una intensa luz patriótica, y todo su ser vibraba en deseos de dificultades y peligros, en los que él gustaba hallarse. Dirigió los trabajos con energía y valor, y no cesó por ningún motivo en la tarea, hasta conseguir su empeño. Toda su vida está regida por ese afán de moverse y actuar y, sobre todo, por un hondo patriotismo, que le impulso de continuo a las operaciones más difíciles. Nació en Polonia en el año 1895 y pasó los primeros, años de su vida estudiando, siempre con la idea de guerrear fija en su mente. A los veintiún años de edad ingresó en la P. O. W. (Organización Militar Polaca) que se ocupaba en reunir fuerzas patrióticas para instruirlas en las artes de la guerra, en espera de la ocasión propicia que les permitiera intervenir con todas sus fuerzas en la lucha contra los alemanes. Dos años más tarde, en 1918, Komorowski tuvo su bautismo de fuego, interviniendo en el desarme de las divisiones alemanes y en la ocupación inmediata del Cuartel General alemán del Este.Sus primeras hazañas le llenaron de entusiasmo y encendieron más aún sus ansias de servir a su patria. Por los méritos alcanzados en estas luchas, se le destinó a un regimiento de Caballería, considerada en Polonia como el arma de más rancio abolengo, y, ya en él, ascendió paulatinamente hasta el grado de Mayor. Estando al frente del Gobierno el general Sikorski, había cumplido ya con su deber en la restauración de la nueva Polonia, después de la lucha contra los soviets, pensó retirarse del ejército para dedicarse por completo a la dirección y cuidado de su granja, sin tener en cuenta que su genio de excelente patriota pedía desbaratar por completo todos sus planes, y así fue en realidad. El general Sikorski, profundo conocedor del espíritu militar del general Bor, no se sintió dispuesto a perder tan buen elemento, y, seguro de su victoria, celebró con él una entrevista, en la que, con frases elocuentes y llenas de entusiasmo, le pintó con vivos colores la necesidad que tenía Polonia de buenos generales y de abnegados patriotas. Pocas palabras bastaron para convencer al general Bor y hacerlo desistir de su empeño de retirarse. Cambió, pues, el rumbo de su proyectado viaje, y, en lugar de ir a su granja a disfrutar de la vida campesina que siempre le había gustado, marchó a París, en donde estuvo hasta 1926. En la capital de Francia siguió los cursos de la Escuela Superior de Guerra, en la que fue durante toda su estancia el alumno más aplicado y mejor dispuesto para el estudio. Regresó a Varsovia con sus diplomas y, adquiriendo rápidamente merecida fama de jefe inteligente y culto, fue ascendido a teniente coronel. Se dedicó entonces a estudiar las posibilidades que ofrecía la motorización militar y a repasar todos los estudios y ensayos efectuados sobre este particular a partir de la Gran Guerra. No obstante, seguía en él latente el deseo de pasar una temporada en su querida casa de campo, de modo que, tras muchos esfuerzos, logró, en el año 1938, un permiso de descanso. Pero, desgraciadamente, fue bien corto. A principios del siguiente año, era llamado con urgencia Komorowski, debido a que el Gobierno polaco se veía obligado a tomar medidas severas a causa del giro que iban tomando los acontecimientos políticos de Europa. A fines del mismo año, entró en lucha el general Komorowski al frente de una brigada de caballería. En aquella ocasión, dio muestras sobradas de su valor y pericia, dirigiendo, como nadie sabía hacerlo, la famosa guerra de guerrillas, que tantos trastornos causó al ejército alemán. Siguió luchando en la retaguardia alemana, preparando emboscadas y saboteando las líneas de comunicación, al mismo tiempo que ocupaba puestos enemigos y asaltaba, con indecible arrojo, parques y depósitos, lo que le permitía equipar a sus hombres a costa de sus propios enemigos. Pasó algún tiempo, y las noticias del general Bor eran poquísimas, hasta anularse por completo. Parece entonces que se hallaba apartado definitivamente de la lucha y hasta del ejército. Pero no fue así. Los alemanes capturaron al general Grot, jefe del ejército interior, y Sikorski confirmó el nombramiento de un sustituto: Komorowski. Empezó entonces una eficaz lucha clandestina, intensificándola tanto, que logró constituir para los alemanes un serio y grave peligro. Al mismo tiempo apareció con profusión órdenes y proclamas firmadas con un breve nombre de tres letras: Bor, sobrenombre de un general de prestigio y gran inteligencia, que empezaba a llevar casi solo el peso de aquella heroica lucha. Alemania llegó a ofrecer crecida recompensa por su cabeza, pues comprendía claramente que todo el peligro que pudiera amenazarles en Polonia estaba concentrado en ese hombre. Pero todo fue inútil.

Comienzo del levantamiento de Varsovia. Los alemanes antes de comenzar la lucha dejan salir de la capital a mujeres, niños y personas que no deseen combatir. Las pintadas de propaganda incitan a enfrentarse contra los invasores.

El 1 de agosto de 1944 empezó el levantamiento de Varsovia. Lo llevó a cabo el general Bor para conseguir base territorial para su gobierno, y lo hizo con una consigna en el corazón y en los labios: Tempestad. A su conjuro se levantaron unos puñados de valientes que deseaban, a toda costa, librar la patria de la invasión enemiga. Sabían que contaban con fuerzas insuficientes, que casi no poseían armamento y que tenían muchas probabilidades de ser aniquilados por los alemanes; pero, a pesar de todas estas consideraciones, siguieron luchando con tesón, con la idea fija de la patria asaltada y con los ojos puestos en el ejemplo firme de su general.  Llegaban voluntarios de todas partes, hombres adiestrados en las antiguas guerras de guerrillas; el problema perentorio para el mando polaco estaba en la forma de aunarlos y equiparlos convenientemente, ya que carecían incluso de lo más indispensable. Las mujeres cooperaban en tan ardua tarea, haciendo trabajos de retaguardia y prestando servicios auxiliares. Ante el valor de los polacos, opuso el ejército alemán un buen equipo de armamentos, aviación y carros blindados, que no dejaban de  intervenir en la lucha ni un solo momento.Por su parte, los defensores de Varsovia esperaban resistir el tiempo suficiente hasta la llegada del ejército de Rokosowski, que constituiría para ellos un verdadero refuerzo y quizá la salvación. Pero la ayuda esperada tardó demasiado. Al principio, parecía acompañarles la suerte, y bajo su benigna protección lograron apoderarse de los barrios más importantes de la ciudad, donde se hallaban los edificios oficiales además de tres o cuatro barrios extremos.  Los actos de heroísmo se sucedieron uno tras otro. Después de unas horas de lucha intensa, veintitrés de los hombres del general Bor lograron apoderarse de la central eléctrica, enérgicamente defendida por ciento cincuenta hombres. Diariamente los altavoces de la capital daban cuenta a los ciudadanos del giro que tomaban los acontecimientos, y, aún en los momentos de mayor decaimiento, siguieron informando a los que ansiosamente esperaban aquellas noticias. Al empezar el levantamiento, la ciudad apareció repleta de banderas polacas, que se veían ondear al viento desde todos los edificios; pero la suerte de los insurrectos sufrió un grave cambio, y vieron cómo todas aquellas conquistas, llevadas a cabo a costa de tanta sangre y de tantos sacrificios, desaparecían nuevamente en manos del enemigo, que hacía valer por fin su superioridad. Entre tanto, los alemanes seguían en su empeño de descubrir la verdadera personalidad del general Bor, y los espías de la Gestapo le perseguían incansablemente, sin saber a ciencia cierta de quién se trataba. Durante mucho tiempo hubo más de 300 agentes secretos que pugnaban por conseguir alguna información que les llevase a una pista segura. Pero en medio de todos ellos, el general Komorowski seguía firmando con su famoso sobrenombre y seguía trabajando en la sombra. Hasta que en septiembre de 1944 los alemanes retomaron el control, ni un solo momento dejaron de funcionar la radio ni los altavoces de Varsovia y, hasta el final, como un postrero soplo de vida, lanzaron al espacio el siguiente mensaje: «Todos los días igual. Se lucha entre fuego y ruinas. No tenerlos ni agua ni luz. Hay hambre». El general Komorowski se portó como siempre, como un valiente, luchando con más tesón que nunca en su última empresa y, aun sabiéndolo, con el corazón lleno de felicidad, porque para él constituía su vida el peligro y la dificultad, y porque sabía que luchaba por la liberación de su pueblo.