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El escritor ha confesado que teme dormir solo en una casa a oscuras. Ese
miedo desaparece, según ha dicho, si sabe que alguien más está en el lugar.
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Para septiembre de 2001saldra la subasta de 180 paginas con mas de mil
correcciones de puño y letra de Gabo sobre pruebas de Cien años de soledad
CIEN AÑOS DE SOLEDAD Entre las múltiples sorpresas que depara la lectura de Cien años de
soledad, una de las más sugerentes es el tratamiento que se le confiere
a lo mágico y lo maravilloso. El Renacimiento europeo opuso la razón y el
antropocentrismo al mundo medieval . Cervantes, en Don Quijote (I, 47)
pronostica que "hanse de casar las fábulas mentirosas con el intendimiento
de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los
imposibles... admiren, suspendan, alborocen y entretengan". El mundo mágico
pervive en numerosos elementos del folclore popular, sobretodo del mundo
rural, que han sido transmitidos y conservados hasta nuestros días. Los
embrujos, las hechicerías, los sortilegios forman parte de una cultura
popular que hunde sus raíces en el medievo y que es fuertemente combatida,
con excaso éxito, por la Inquisición, la Ilustración del dieciocho y
finalmente el positivismo científico. Pero la atención hacia el oscuro mundo
de la magia aparece aquí y allí, en la tradición literaria hispánica y en la
que, entroncada con los mitos indígenas, apareció en la cultura mestiza
americana. La nueva novela utiliza un sistema de referencias en las que no
se halla ausente el mundo mágico. Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias,
el propio Jorge Luis Borges, entre otros, lo extraen de sus tradiciones o
lecturas. Cortázar muestra también una atención preferente hacia lo mágico
desde una conciencia urbana. Pero García Márquez lo refunde y obtiene nuevos
y vibrantes resultados. Desde las primeras páginas alude a "los sabios
alquimistas de Macedonia" y a la alquimia y sus mitos. A través de ella, por
ejemplo, Melquíades recobra la juventud. Esta fáustica operación tiene mucho
de burla. Melquíades aparece con una dentadura postiza que se extrae y
muestra a sus sorprendidos espectadores: La magia, en ocasiones, no es sino
engaño. En este contexto no puede extrañarnos la mención de Nostradamus.
Úrsula, figura capital del relato, mujer que manifiesta su vinculación a la
realidad, ante las pretendidas y fracasadas invenciones de su marido, parece
advertir la opsición entre las actividades alquimistas y la verdadera
ciencia que es el soporte del progreso: "Aquí nos hemos de pudrir en vida
sin recibir los beneficios de la ciencia", advierte desde el principio. Los
muertos aparecen como seres vivos : así, Prudencio Aguilar, que murió de una
lanzada de José Arcadio Buendía. No son sus espectros , sino figuras con las
que puede dialogarse y que deambulan durante la noche y a plena luz. El
matrimonio descubre a Prudencio hasta en su propio cuarto y se ve obligado a
tomar la determinación de marcharse del pueblo. Aureliano posee una "rara
intuición alquímica". Por ello no parece extraño que los muertos convivan
con los vivos y
hasta reaparezcan de nuevo, como Melquíades. Cuando los
personajes deliran acusan también en el reino del inconsciente los efectos
mágicos del ambiente. José Arcadio Buendía habla en latín, con un don de
lenguas que sitúa lo maravilloso en un contexto religioso (los apóstoles) y
el padre Nicanor muestra su capacidad de levitación. Pero la realidad no es
menos mágica. Aureliano Triste descubre que el fantasma que parecía morar en
"una casa de nadie" era Rebeca, olvidada ya de todos. El Judío Errante
aparece en forma de monstruo y los pergaminos son también mágicos. Es la
novela misma que el lector tiene en su manos.
García Márquez defiende en Cien años de soledad que lo
maravilloso puede convivir con lo cotidiano y, a través de un lenguaje
evocador y preciso, hace revivir lo inverosímil y lo reconvierte en verídico
y poético. La posibilidad de hacer compatibles lo cotidiano y lo poético es
función de la poesía, cuando ésta brota como creación a través del lenguaje.
REMEDIOS LA BELLALa suposición de que Remedios, la bella, poseía
poderes de muerte, estaba entonces sustentada por cuatro hechos
irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se complacían en
decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan
conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por
conseguirlo. Tal vez, no sólo para rendirla sino también para conjurar
sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan primitivo, y simple
como el amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a nadie. Úrsula
no volvió a ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no
renunciaba al propósito de salvarla para el mundo, procuró que se
interesara por los asuntos elementales de la casa. "Los hombres piden
más de lo que tú crees", le decía enigmáticamente. "Hay mucho que
cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo
que crees." En el fondo se engañaba a sí misma tratando de adiestrarla
para la felicidad doméstica,, porque estaba convencida de que, una vez
satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la tierra capaz de
soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más allá de
toda comprensión. El nacimiento del último José Arcadio, y su
inquebrantable voluntad de educarlo para Papa, terminaron por hacerla
desistir de sus preocupaciones por la bisnieta. La abandonó a su suerte,
confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo
donde había de todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza
para cargar con ella. Ya desde mucho antes, Amaranta había renunciado a
toda tentativa de convertirla en una mujer útil. Desde las tardes
olvidadas del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por
darle vuelta a la manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión
simple de que era boba. "Vamos a tener que rifarte", le decía, perpleja
ante su impermeabilidad a la palabra de los hombres. Más tarde, cuando
Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara
cubierta con una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso
resultaría tan provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante
intrigado como para buscar con paciencia el punto débil de su corazón.
Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente
que por muchos motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a
toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la tentativa de comprenderla.
Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval
sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la
vio comiendo con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un
prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de
familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel Aureliano
Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en
realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba
a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la
abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por
el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus
sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin
horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una
tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de
bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado,
cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada
por una palidez intensa.
-¿Te sientes mal? -le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro
extremo, hizo una sonrisa de lástima.
-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de
luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su
amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus
pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el
instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi
ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de
aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo
a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el
deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban
con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a
través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron
con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni
los más altos pájaros de la memoria.
Biografía
Gabriel José García
Márquez nació en Aracataca (Colombia) en 1928. Cursó estudios
secundarios en San José a partir de 1940 y finalizó su bachillerato en
el Colegio Liceo de Zipaquirá, el 12 de diciembre de 1946. Se matriculó
en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cartagena el 25
de febrero de 1947, aunque sin mostrar excesivo interés por los
estudios. Su amistad con el médico y escritor Manuel Zapata Olivella le
permitió acceder al periodismo. Inmediatamente después del "Bogotazo"
(el asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá, las
posteriores manifestaciones y la brutal represión de las mismas),
comenzaron sus colaboraciones en el periódico liberal El Universal,
que había sido fundado el mes de marzo de ese mismo año por Domingo
López Escauriaza. Había comenzado su
carrera profesional trabajando desde joven para periódicos locales; más
tarde residiría en Francia, México y España. En Italia fue alumno del
Centro experimental de cinematografía. Durante su estancia en Sucre
(donde había acudido por motivos de salud), entró en contacto con el
grupo de intelectuales de Barranquilla, entre los que se contaba Ramón
Vinyes, ex propietario de una librería que habría de tener una notable
influencia en la vida intelectual de los años 1910-20, y a quien se le
conocía con el apodo de "el Catalán" -el mismo que aparecerá en las
últimas páginas de la obra más célebre del escritor, Cien años de
soledad (1967). Desde 1953 colabora en el periódico de Barranquilla
El nacional: sus columnas revelan una constante preocupación
expresiva y una acendrada vocación de estilo que refleja, como él mismo
confesará, la influencia de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna.
Su carrera de escritor comenzará con una novela breve, que evidencia la
fuerte influencia del escritor norteamericano William Faulkner: La
hojarasca (1955). La acción transcurre entre 1903 y 1928 (fecha del
nacimiento del autor) en Macondo, mítico y legendario pueblo creado por
García Márquez. Tres personajes, representantes de tres generaciones
distintas, desatan -cada uno por su cuenta- un monólogo interior
centrado en la muerte de un médico que acaba de suicidarse. En el relato
aparece la premonitoria figura de un viejo coronel, y "la hojarasca" es
el símbolo de la compañía bananera, elementos ambos que serían retomados
por el autor en obras sucesivas.
En 1961 publicó El coronel no tiene quien le escriba,
relato en que aparecen ya los temas recurrentes de la lluvia incesante,
el coronel abandonado a una soledad devastadora, a penas si compartida
por su mujer, un gallo, el recuerdo de un hijo muerto, la añoranza de
batallas pasadas y... la miseria. El estilo lacónico, áspero y breve,
produce unos resultados sumamente eficaces. En 1962 reúne algunos de sus
cuentos -ocho en total- bajo el título de Los funerales de Mamá
Grande, y publica su novela La mala hora.
Pero toda la obra anterior a Cien años de soledad es
sólo un acercamiento al proyecto global y mucho más ambicioso que
constituirá justamente esa gran novela. En efecto, muchos de los
elementos de sus relatos cobran un interés inusitado al ser integrados
en Cien años de soledad. En ella, Márquez edifica y da vida al
pueblo mítico de Macondo (y la legendaria estirpe de los Buendía): un
territorio imaginario donde lo inverosímil y mágico no es menos real que
lo cotidiano y lógico; este es el postulado básico de lo que después
sería conocido como realismo mágico. Se ha dicho muchas veces
que, en el fondo, se trata de una gran saga americana. Macondo podría
representar cualquier pueblo, o mejor, toda Hispanoamérica: a través de
la narración, asistimos a su fundación, a su desarrollo, a la
explotación bananera norteamericana, a las revoluciones, a las
contrarrevoluciones... En suma, una síntesis novelada de la historia de
las tierras latinoamericanas. En un plano aún más amplio puede verse
como una parábola de cualquier civilización, de su nacimiento a su
ocaso.
Tras este libro, el autor publicó la que, en sus propias
palabras, constituiría su novela preferida: El otoño del patriarca
(1975), una historia turbia y cargada de tintes visionarios acerca del
absurdo periplo de un dictador solitario y grotesco. Albo más tarde,
publicaría los cuentos La increíble historia de la cándida Eréndira y
de su abuela desalmada (1977), y Crónica de una muerte anunciada
(1981), novela breve basada en un suceso real de amor y venganza que
adquiere dimensiones de leyenda, gracias a un desarrollo narrativo de
una precisión y una intensidad insuperables. Su siguiente gran obra,
El amor en los tiempos del cólera, se publicó en 1987: se trata de
una historia de amor que atraviesa los tiempos y las edades, retomando
el estilo mítico y maravilloso. Una originalísima y gran novela de amor,
que revela un profundo conocimiento del corazón humano. Pero es mucho
más que eso, debido a la multitud de episodios que se entretejen con la
historia central, y en los que brilla hasta lo increíble la imaginación
del autor.
En 1982 le había sido concedido, no menos que merecidamente, el
Premio Nobel de Literatura. Una vez concluida su anterior novela vuelve
al reportaje con Miguel Littin, clandestino en Chile (1986),
escribe un texto teatral, Diatriba de amor para un hombre sentado
(1987), y recupera el tema del dictador latinoamericano en El general
en su laberinto (1989), e incluso agrupa algunos relatos
desperdigados bajo el título Doce cuentos peregrinos (1992).
Nuevamente, en sus últimas obras, podemos apreciar la conjunción de la
novela amorosa y sentimental con el reportaje: así en Del amor y
otros demonios (1994) y Noticia de un secuestro (1997). Ha
publicado también libros de crónicas, guiones cinematográficos y varios
volúmenes de recopilación de sus artículos periodísticos: Textos
costeños, Entre cachacos, Europa y América y Notas
de prensa.
Recientemente, la editorial Alfaguara ha
publicado una completa biografía de Gabriel García Márquez, Viaje a
la semilla, de Dasso Saldívar. Finalmente, a quien le interese la
voz directa de García Márquez, podrá consultar el libro de entrevistas
El olor de la papaya (1982). O, mejor aún, los sucesivos tomos
que constituirían la extensa autobiografía del autor, Vivir para
contarlo, cuyo ejercicio, según el propio García Márquez constituye,
básicamente, una garantía para mantener "el brazo caliente" entre dos
novelas.
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