“Mi padre se proponía hacer-de mí un i geniero.
El lo era. Mis hermanos también. Pero yo quería ser pintor,
o más bien lo quiso algo que hablaba muy hondo e nmi alma”, recordaba
el artista en 1924.
Femando Fader sólo quería pintaç pero la vieJa lo puso a prueba. Ni la pobreza extrema ni la tuberculosis lograron desanimarlo, y pese a las dificultades de a ser un artista inigualabie. Desde su refugio en las sierras cordobesas, alejado de mundo, revolucionó el arte argentino.
_
La primera luz que Femando Fader vio en su vida fue deuna primitiva bombilla
eléctrica. Justo le tuvo que pasar a él, que terminaría
siendo un maestro a la hora de pintar los mil tonos del reflejo de la luz
del Sol. Claro, cuando se le ocurrió asomarse al mundo eran las once
dela noche del l1 de abril de 1882.Pedro Bonneval, un condeque vivía
en el número 10 de la calle Nauville Nauville? Sucede que, por accide
te,Fader nació en Burdeos,Francia mientras su padre y su madre para
ban en la casa del conde, abuelo materno del recién nacido. La ruta
de los negocios había llevadoa su padre Carlos un ingeniero alemán
afincado enla Argentina-a Europa por un par de meses Asi las cosas Femando
ll ró por primera vez en una habitación llena de gente, y en
el extranjero. Una rareza en la vida de quien sería la quintaesencia
del artista solitario, y uno de los pintores que mejor supo interpretar el
arte argentino.
A Fernando se le dio por nace ren una época de vacas gordas para la
familia. A su padre no le podía ir mejor.Ya estaba lejos 1868, el año
en el que había atracado en Buenos Aires como tripulante de un barco
de vapor. Para 1890, cuando el menor de sus seis hijos cumplía ocho
años y empezaba a dibujar con mano maestra, el ingeniero que seguía
enamorado de su mujer Celia Bonneval una vizcondesa francesa-, ya se había
hecho la América. Primero había sido dueño de un astillero
en la Boca, para luego dedicarse a una profesión que, según algunos
visionarios, parecia tener füturo: la búsqueda de petróleo.
Buscando el oro negro, en 1886, los Fader se habían instalado en Mendoza.
Fernando llegó allí a los cuatro años, y siempre se asumió
mendocino. la infancia bucólica en la provincia no duró demasiado.
Siguiendo una tradición familiar, se educó
en Europa: parte de la primaria la hizo en Francia, y el secundario lo trajinó
en el liceo del Palatinado del Rhin,en Alemania. Mientras, tocaba el piano,
dibujaba y añoraba a la Argentina, a la que regresó cuando consiguió
el título de bachiller.
Mi padre se proponía hacerde mi un ingeniero. El lo era. Mis hermanos
también. Pero yo quería ser pintor, o más bien lo quiso
algo que hablaba muy hondo en mi alma”, recordaba el artista en 1924. Carlos
Fader, un hombre de cierto espíritu abierto para los cánones
de la época, quemó las naves en su afán de cambiar el
destino y le propuso a su hijo una prueba. Le sacó otro pasaje a Europa,
mientras le prometía que podría viajar un año sin restricciones,
cosa que pensara dos veces su vocación. Durante meses, Femando envió
cartas con destino a su Mendoza desde distintas ciudades europeas. En ellas,
contaba que viajaba solo, y, como al pasar, admitía que se empachaba
visitando pinacótecas y museos. La decisión estaba tomada cuando terminó
el plazo fija dado. ‘Le escribí a mi padre: Persisto. El, observador
sagaz, me contestó: Lo sabía, gustaba repetir el pintor.
Alemania, donde vivía la parentela paterna, fue el destino elegido,y
hacia allí Fernando salió apenas apuntaba el siglo XX. En Munich,
no anduvo detrás de aquello que todo muchacho con las hormonas en ebullición
busca. Nada de diversión; nada de mujeres con el sí fácil.
Su único interés era convertirse en un gran pintor, por lo que
fue a visitar a una eminencia del oficio. El profesor Heinrich Von Zügel,
miembro de la Academia de Artes de Munich y propagandista de la pintura al
aire libre, lo recibió en su despacho. Según cuenta Ignacio
Gutiérrez Zaldívar en su libro Fader que se editará en
noviembre, Fernando cargaba algunos dibujos; el maestro, una fama de cascarrabias.
Usted no sabe hacer nada—, refunfuño Von Zügel al ver los trabajos.
—Por eso he venido a que me enseñe. Usted no habrá sido siempre
lo que es ahora. Seguramente sus primeros cuadros no valían más
que estos—, respondió Fader sin amilanarse.
-Además, tengo, por ahora, exceso de discípulos—, siguió
el veterano pintor.
-Muy bien retrucó Fader, recogiendo de mal humor sus estudios. Veo
que no quiere recibirme, y me retiro.
—Pase a inscribirse en secretaría le dijo, sonriendo, el viejo maestro.
Así, en noviembre de 1901 la academia artística más reputada
de Alemania redutaba un nuevo alumno. Fader pasó allí tres años;
cada tanto, viajaba por el interior de aquel país o se daba una vuelta
por Holanda, siempre con sus pinceles en la valija. Recién en 1904
volvería a Mendoza, decidido a dedicarse exclusivamente al arte. Siguiendo
los pasos de Von Zügel, puso todo su empeño en de centrar los
secretos de la naturaleza para llevarlos a los cuadros. Ya pintaba maravillosamente
bien —su obra La comida de los cerdos había ganado una Medalla de Plata
en Munich—, pero se sintió abrumado. “El día que me encontré
solo ante las montañas gigantescas de la Cordillera, terminó
toda mi ciencia pictórica”, decía. Los premios pesan, y Fader
se encontró conque tenía una módica fama en su patria
chica provinciana. Le empezaron a llegar pedidos —muchos “ha ga el retrato
del fulano,y tomó el en cargo de don Emiliano Guiñazú
como uno más. Fue a pintar un mural en su casona, pero se distrajo
del trabajo un momento y se enamoró para siempre. Adela Guifiazú,
la hija del dueño de casa, fue su alumna por un tiempito, su modelo
por unos meses y su mujer desde agosto de 1906. Poco antes de que el artista
pisara el altar, apareció por primera vez en su vida un signo ominoso.
El 5 de abril de l905 fue un mal día para los Fader, pero sobre todo
para Fernando. Carlos, el patriarca, murió de repente, dejando en sus
hijos la ciclópea responsabilidad de seguir sus pasos. A Fernando le
tocó bailar con la más fea: la tarea que tuvo en suerte fue
reiniciar la construcción de una usina hidroeléctrica en Cacheuta
—Mendoza—, un proyecto que había arrancado su padre. Allá fue,
dejando de lado sus enseres de pintor y una carrera ascendente.
Contra sus deseos, entre 1909 y 1914 tuvo que dedicarse a los negocios a tiempo
completo.
En un lugar casi inaccesible, peleando contra Naturaleza y los envidiosos,
Fader hipotecó su vida y sus posesiones. Un millón de pesos
de ese entonces
—toda la fortuna familiar, nada menos-había invertido en la usina cuando
llegó el principio del fin. El 4 de febrero de 1913, un aluvión
que bajó de la Cordillera que tanto le gustaba pintar destruyó
por completo las obras de la usina. La bancarrota de los Fader fue total.
La Rueda dela Fortuna, que lo había hecho nacer en una casa en la que
nada faltaba, giró, y Femando sintió por primera vez el sabor
amargo de la pobreza. Para saldar las deudas, decía el pintor en una
carta a un amigo, “me despojaron de toda mi fortuna, la de mi señora,
de mi madre y de mis hermanos... No nos ha quedado sino
lo que llevamos puesto”. L pobreza pronto orilló la miseria. Para peor,
Fader y Adela ya tenían dos hijos que alimentar (Raúl y César; en 1922 se sumaría Adelita). Instalado en Belgrano, en la soledad
de su taller, el artista seguía pintan do, y hasta ganaba algún
premio. ¿Podían empeorar las cosas? Pare cía que no,
pero sucedió. Una simple operación de apendicitis, en 1915,
lo puso cara a cara con la muerte: resultó que tenía tuberculosis.
Según el primer diagnóstico, sólo le quedaban seis meses
de vida. Gra cias a una cirugía, tuvo una luz de esperanza, pero sólo
si se trasladaba a las sierras de Córdoba. El doctor Francisco llobet,
su salvador, le juró que el aire pur6 podía hacer mila gros
con su echos pulmones. Allá fue, y allá se fue.quedando. Al comienzo
se instaló en Ojo de Agua de San Clemente, un paraje que aún
hoy sólo es accesible a pie o a caballo. Su amigo Federico Múller
—el galerista que impulsó su carrera— le mandaba 190 pesos por mes
para que viviera, con la única condición de que siguiera pintando.
Eran tiempos duros: “En el patio de la casa ju gan Raúl y César;
no saben que la vida es dura como el pan que cada 8 días nos traen,
porque estamos lejos del pueblo, muy lejos», escribía Fader
por esos días., En Buenos Aires, poro obra y gracia de
Müller, sus cuadros se vendían como nunca. No había mansión
paqueta que no quisiera “su Fader”. El artista, lejos del mundo, se interesaba
por otras cosas: “Mi principal preocupación de este año de
labor ha sido una persecución aún más intensa de la naturaleza de los
efectos lumínicos”, escribía en 1918, desde su nueva casa del paraje Loza
Corral. Sólo le moles taba el clima, y no por su enfermedad:
maldecía si el frío le hacía perder una jornada de pintura al aire libre;
sobre todo si ocurría en otoño, su estación preferida.
Carlos Aréchaga, un médico de Dean Funes que lo visitaba en su retiro,
recordaba que “cuando pintaba, se olvidaba de todo. Hasta de comer. Hacia cura
de sol. De medio cuerpo desnudo, con sus telas y trípodes de fabricción
casera, lo he visto pintar horas, con una vigorosidad febril”. Aquella fue la
etapa más prolífica de su carrera: llegó a firmar 50 cuadros por año. Cada
tanto, pasaba unos días en Buenos Aires. Pero esas salidas eran la excepción;
prefería subirse a su Ford ara pasar el día pintando al aire libre.
Extrañaba a su hija, a quien veía en cuentagotas, no fuera cosa que le
contagiara la maldita enfermedad. De a poco, año tras año, su salud se iba
resintiendo. En 1932, cuando llegó al medio siglo de vida y ya era un artista
consagrado, no pudo viajar a la primera gran retrospectiva de su producción.,
Recluido en Loza Corral, sentado frente al brasero, hizo lo que nunca antes:
comenzó a pintar escenas de interiores. Mientras pudo.
Suspiró por última vez el 28 de febrero de 1935, en su casa de la sierra. No
llegó a ver otro sol de otoño, pero para qué, si ya no podía sostener el
pincel. Acaso lo último que pudo vislumbrar fue un rayo de luz, el elemento
que supo domar sobre las telas. Después, sólo la oscuridad y un telegrama que
partía desde las entrañas de Córdoba hacia el mundo. Lacónico, como todos los
de su estilo, el papel economizaba letras. “Hoy a las 15 y treinta falleció
Fader”, anunciaba, atento sólo al certificado médico. Para bien del arte, sus
900 obras se encargaron de mantenerlo vivo •
ORIGEN DE DATOS: la Redacción de Clarln-
por Ana María Battistozzi*
El ermitaño que buscaba la luz
REFINADO Y CULTO, FADER VIVIO (Y PINTO) LEJOS DE LOS SALONES ARTISTICOS, PERO
IGUAL FUE EXITOSO.
Femando Fader fue un hombre de una importante cultura y
un gran refinamiento para su época. Se había formado en Europa
pero su vida transcurrió mayormente en las provincias de Córdoba
y Mendoza. Es bien conocido aquel accidente que lo llevó a dedicarse
por entero a la pintura cuando un aluvión se llevó la usina
de propiedad familiar, con la que soñaba iluminar buena parte de la
ciudad de Mendoza. Paradójicamente, fue la luz del día la que
sustituyó aquel sueño perdido de generar la luz eléctrica.
A ella le de dicó toda la paciencia necesaria para observar las modificaciones
que producía en el paisaje con el correr de las horas.
Es notable que un liberal, que tenía una profunda fe en la idea de pr greso, haya optado por esa suerte de reclusión que muchos de sus
contemporáneos tildaron de conse vadora. No fueron pocos los críticos
—Jorge Romero Brest, entre ellos— que entendieron su obra como una fractura
en el curso innovador que había introducido Martín Malharro
a su regreso de Europa. Sin embargo, el de Faderes uno de los raros casos
de artistas que siempre contaron con la aceptación del mercado. En
1926, la venta de La Reja (para él, su obra más lograda) a precio
récord, inició un camino de éxitos eco nómicos
que se mantendrían hasta el presente. Curiosamente, habría de
lo con el arte lo que no pudo con sus sueños empresarios.
Cuando pintaba se olvidaba de todo .
Hasta de comer, De medio cuerpo desnudo, con sus trípodes de fabricación casera, lo he visto pintar
durante horas, con una vigorosidad febril’, contó un amigo que visitaba
a Fader Cuando pintaba, se en su retiro cordobés.
Fader público y privado
LA MAYOR RETROSPEC11VA DEL AR11STA LLEGO A BUENOS AIRES. SE EXPONEN 136
CUADROS Y OBJETOS DEL PINTOR.
Debieron pasar casi 70 años para que el Paiais de G!ace
(Fosadas 1725) volviera a ser el escenario de una retrospectiva del gran
maestro del paisaje argentino. En 1932, cuando Fader cumplió 50 años, esta
sala de exposiciones había sido el’ lugar elegido para hacer la primera gran
muestra de las obras del artista. Aquella vez, la cantidad de lienzos en
exposición orillaba la centena; en esta ocasión los visitantes podrán observar
136 obras. Las telas que ocupan las paredes del Palais de Glace están en manos
de museos argentinos o pertenecen a coleccionistas privados que rara vez
las dejan salir’ sus pinacotecas. Pero no sólo se exhiben cuadros: también es
posible ver por primera vez los objetos personales que el artista tenía en su
casa de Loza Corral (Córdoba), donde pasó sus últimas dos déca das. Sus
muebles, su cama, el caballete que usaba para pintar y hasta un ford T como el
que manéjaba el artista son expuestos. Organizada por el marchand Ignacio
Gutiérrez Zaldívar con el asesoramiento de Rosa Fader de Guiñazú —nieta del
artista—, la muestra atrajo a 360 mil personasen Córdoba, Rosario y La Plata.
En Buenos Aires, puede vlsitarse de martes a domingo de 14 a 21, con entrada
libre y gratuita, hasta los primeros días de diciembre.