La bibliografia de Horacio Bocco registraba entonces más de mil trabajos sobre Borges entre ensayos oceánicos y exégesis minúsculas en un amplísimo espectro de posibilidades condensadas en los títulos, no exentos de algunas dosis de chabacanería ("A Blind Writer with Insight") o incluso de horror ("Borges, pobre ciego balbuceante"). La competencia más temida, sin embargo, reconocía Rossi, era el mismo Borges, incansable exégeta de su obra en sus propias ficciones, ensayos y en una interminable lista de entrevistas en toda suerte de publicaciones.
Preví siblemente, la cifra de ensayos críticos se ha duplicado veinte años más tarde, quintuplicado quizá después del
centenario, provocando un efecto de saturación y hartazgo que más que convocar nuevas lecturas invita a promover el olvido. Pero a Pauls no lo intimida la nutrida competencia, ni la sombra tutelar de Borges, ni la amenaza del hastío. Asistido en la aventura por el erudito Nicolás Helft, revisa los expedientes del caso, rescata entre tanta hojarasca los archivos perdurables, se sumerge en la Colección Borges de la Fundación San Telmo en busca de nuevas pistas, relee la obra y se dispone a---ircon Borges tan lejos como podamos".
En muchos de los ensayos, capitaliza los hallazgos de cuatro o cinco lecturas canónicas pero se arriesga siempre a ir más allá, hasta descubrir una combinación singular -un principio de economía, un factor del producto una molécula- que libere la lectura. Así, por ejemplo, en "Un
clásico precoz" y Libros en armas", recupera, extiende o reformula dos clásicos argumentos de Ricardo Piglia (Borges como último escritor del siglo XIX; los dos linajes borgeanos como ficción de origen de su literatura), a partir de nuevas claves: en la mentira tenue con la que Borges se saca un año para nacer con el siglo, Pauls revisa su paradójica doble vocación de modernidad y clasicismo. En la pasión por la discordia y la injuria que practican sus ensayos y ficcionalizan los duelos de sus relatos, lee la mezcla de linajes que articula el culto de los libros y las armas. Se trata de un "ensayo ilustrado"; la mentira se documenta con la reproducción de una carta a Alfredo Bianchi donde Borges asegura haber haber nacido en 1900 y la mezcla de origen se corporiza en una galería de retratos familiares entreverados a doble
página. En "Letra chica", el culto de las orillas que definieron Sylvia Molloy y Beatriz Sarlo se despliega en una sutil interrelación entre el arte de caminar y el de leer, hasta encontrar un factor que los engloba y los potencia: el arte de pormenorizar.
En otros ensayos, en cambio, Pauls se ocupa de desenmascarar falsos espías. Liquida con argumentos implacables los lugares comunes de la crítica más necia (el plagiarismo borgeano, su "handicap vital", su erudición elitista, su hermetismo), apropiándose de las armas del enemigo para reconvertirlas en nuevas definiciones críticas: el parasitismo borgeano (ligado a la divulgación y la traducción), su vitalismo pendenciero, su humor, su loca erudición". En los mejores ensayos, por fin, ("Política del pudor", "Peligro: biblioteca", "Loca erudición") sorprende como clave para entender su teoría de la nacionalidad, sus criterios de valor y su estrategia literaria; el gusto por la enciclopedia como amparo en el confort del orden; el humor como punto de partida de un programa capaz de arrancarlo del museo. "Hilarizar a Borges -propone Pauls en el final-, restituirle toda la carga de risa que sus páginas hacen detonar en nosotros idiotizar a Borges de una vez por todas, del mismo modo en que Borges idiotizó a Flaubert y Flaubert a Bouvard y a Pécuchet. Tal vez esa sea nuestra manera de ir con Borges tan lejos como podamos."
Las destrezas críticas de Pauls -lo sabíamos desde su lectura de Manuel Puig múltiples. Como buen amante del cine y las vanguardias, cree en la elocuencia del montaje y la eficacia estética del artefacto. Con ecos de Josefina Ludiner es capaz de percibir y describir operaciones complejas con argumentos precisos, aguzando el ingenio en la nominación. Ha asimilado las teorías más pregnantes del siglo pero, a diferencia de muchas crítica vacilante, no necesita alardear: puede hablar de repetición y diferencia, por ejemplo sin invocar a Deleuze Cita con gracia y sentido de la oportunidad. Pero sobre todo, como su maestro
Piglia, confía en la continuidad entre pensar y narrar. Y si bien es cierto que a veces, llevado por el impulso de su argumento, da algún paso en falso y pierde rigor, se ataja antes de derrapar. Con imaginación, convierte las áridas notas al pie en
micro ensayos y las listas bibliográficas en mapas personales de lectura; avanza con entusiasmo contagioso, se interroga, festeja, se divierte, comparte el arrebato frente al hallazgo.
volver
|