
por:ALVARO ABOS
A1 morir, Cioran dejó treinta y cuatro 'cuadernos
manuscritos con letra grande y nervios A, cada uno de lea
cuales
llevaba la fecha escrita en. la tapa: comenzaban en 1957 y concluían en
1972. Algunos tenían la inscripción "A destruir". Pero a todos
los guardó celosamente Cioran durante largos años, por lo que su compañera
Timoneé Boué los transcribió y los entregó a la editorial Gallimard.
Estos Cuadernos no son estrictamente un diario. Son anotaciones,
observaciones, escenas vividas y perfiles de personas que Cioran conoció;
algunos de los fragmentos tienen la forma de aforisimos y otros de pequeños
ensayos y también reseñas de los libros que Cioran )eía o releía.
Incluyen estremecedoras páginas autobiográficas que iluminan con nueva
luz lo que se sabía de su vida. Son él laboratorio de un escritor que
fue parco en los
libros
que publicó pero torrencíal en su dedicación ‑obsesiva,
total‑ a la escritura, y feroz en su rigor, y que al cabo de la
larga jornada de su
vida depara a sus lectores una sorpresa inaudita. Los
Cuadernos son el mismo libro que Goran ya ha escrito, porque muchos de sus
temas, ideas, tratamientos, han pasado a sus libros (y el lector
consecuente de Cioran observará fascinado cómo el alquimista depuró,
expandió, combinó sus prosas), pero al
mismo
tiempo son un libro nuevo, complementario y herético en relación al
resto. De manera que, después de muerto, y cuando se pensaba que su obra
estaba concluida y lista para sentencia, el viejo «empresario de
dernoliciones, corno se lo ha llamado recordando a León Bloy, ha
consumado una voltereta que lleva su marca en el orillo: ahora, el Cioran
anterior debe ser revisado, porque este libro explica los anteriores, pero
también los contradice, es el mismo libro de Cioran y es otro. Emile
Cioran nació en 1911 en una aldea de Rumania. Su padre era pope de la
Iglesia Ortodoxa y la familia vivía en plena
montaña,
en los Cárpatos, cerca' de Transilvana, zona poblada por agricultores
pobres, a menudo tiranizados por los invasores austro‑húngaros. La
infancia de Cioran fue muy. feliz; jugaba libremente en el campo y la montáña,
entre campesinos que se deslomaban durante la semana para ir luego a
gastarse la paga emborrachándose como cubas. La mayor ambición de aquel
muchacho era ganarles a los bolos, lo que con frecuencia acontecía, no
porque fuese más fuerte sino porque se pasaba la semana practicando.
Aquel paraíso concluyó cuando al joven Emile lo pusieron en un coche
rumbo a Bucarest para que cursara el liceo. "Fue el final de mis sueños,
la ruina de mi mundo." En la ciudad se doctoró en Historia, escribió
varios libros y comenzó a padecer el flagelo del insomnio, que se
convertiría en un tema central de sus libros. Un día, desesperado, fue a
la casa de su madre y se desplomó ante ella clamando por su ayuda.
"Ojalá hubiera abortado", le dijo su madre, y esa frase, extrañamente,
lo calmó. El viaje de Cioran de Bucarest a París, y su viaje lingüístico
entre el rumano y el francés, recuerda a tantos 'otros ejemplos de este
siglo de literatura nómada y extraterritorial. Es Conrad, es Beckett, es
Nabokov, es nuestro Wilcock. Como si fuera necesario a ciertos escritores
arrancarse del cobijo de su lengua para afrontar la intemperie y forjarse
en el combate por una lengua nueva. Cioran llegó a París en 1934,
pero
estuvo diez años sin ‑escribir. Intentó hacerlo en rumano,
infructuosa' mente, hasta que se olvidé de su lengua natal. Su primer
libro en francés,
el Breviario
de podredumbre, lo escribió de un saque, pero lo rescribió muchas veces.
Ese esfuerzo de depuración, esa necesidad de afirmar el instrumento por
el cual se siente desconfianza porque es ajeno, está ' en la raíz de la
forma de escribir de Cioran: en. él la concisión es siempre condensación. Cioran
inició en París vagos estudios de posgrado. Tenía una beca de un
instituto de Estudios para Rumanos en el Extranjero, a cambio de ,la cual debía escribir una tesis
sobre Nietzsche, que nunca completo. Hasta los cuarenta años estuvo
inscripto en la Sorbona como alumno, lo que le permitía comer barato en
los comedores universitarios. Entonces, un nuevo reglamento estableció
que sólo podían gozar de los beneficios universitarios los menores de
veintisiete. Su salvación fue acomodarse en una chambre
de bonne con baño en el pasillo común, esas habitaciones de servicio
que coronan los edificios del centro parisino. Así sobrevivió, haciendo
pequeños trabajos o cobrando magros honorarios por sus artículos. En los
Cuadernos apunta que es el único francés que declara más renta que la
percibida, tan escueto era su presupuesto. En París, Cioran integró un
grupo de importantes escritores rumanos exiliados: Eugéne lonesco,
creador del teatro del absurd6, el dramaturgo Arthur Ñdamov
("hombre encantador, profundo y sin talento»), el filósofo,
historiador de las religiones y narrador Mircea Eliade, y el poeta Paul
Celan, rumano de expresión alemana. En anteriores libros se había
referido Cioran a algunos de estos hombres. Aquí vuelve al
tema ofreciendo retratos en movimiento sobre ellos. Su visión es cruda,
a veces dura, porque Cioran conocia fondo a esos hombres, los sigue con la
mirada atenta y curiosa de quien hace de la observación un tema de
escritura pero también de aprendizaje: para Cioran, los amigos sirven
para mirarlos y aprender de ellos, de sus errores. De Elrade
por ejemplo,
destaca la contradicción entre el sentimiento
religioso y la profesionalidad de su dedicación al tema. De Celan, bajo
cuya fascinación cayó, revela algunos de los tormentos que concluyeron
con el suicidio del poeta. Sobre lonesco, Cioran trata sin ,tapujos ese
pecado de los rumanos: en su juventud ambos fueron adictos al movimiento
fascista Guardia de Hierro. Cioran confiesa su "vergüenza
intelectual".Los libros que publicaba Cioran, cortos de páginas,
densos de contenidos, brillantes en su escritura, no pasaron inadvertidos
para los paladares finos, y el exigente comité de selección de Gallimard
los avaló, pero lo mantuvieron cómodamente instalado en una nebulosa que
se parecía al anonimato. Por eso sus Cuadernos, que comenzó a escribir a
los 46 años y dejó a los 61, en las vísperas de su admisión como uno
de los grandes escritores del ' siglo
por
pares como Samuel Beckett, Susan Sontag, Octavio Paz o Saint‑John
Perse, es una larga letanía de un escritor que se sabe talentoso, pero*
al que el mundo no presta atención. Frente a esta situación, Cioran usa
la ironía, el escalpelo, desmenuza la situación , mira a su alrededor, se escruta
sin piedad. Cioran tiene claro el letal veneno que el narcisismo inyecta
en el creador. Sólo la modestia habilita a ser libre porque las cadenas
del yo minan las fuentes del vigor de un artista: la conexión profunda
con sí mismo y la curiosidad insaciable de su mirada hacia los demás
seres y hacia el mundo. Pero Cioran no deja de advertir la paradoja: sólo
el yo permite edificar una obra de arte, el mismo yo que,, a la menor señal
de hipertrofia, aplastará al artista. Escribiendo sobre Borges, Cioran
había dicho en Ejercicios de admiración que la desgracia del
reconocimiento había caído sobre él. Merecía más". Mientras
tanto, ese peatón incansable que siente a Baudelaire,‑el padre de
los fl‑neurs, como a un prójimo, aprovecha a fondo la oportunidad
que le ofrece París. Tiene en su cerebro una cámara lúcida y con ella
recorre la ciudad («Si hay que fracasar, más vale hacerlo en París")
y nos _ofrece una galería de tipos, situaciones, observaciones que no
desdeñan la mirada feroz sobre sí mismo. Cioran es un espíritu sin
ataduras. Su situación precaria, su ascetismo, la embriaguez del no
reconocimiento lo convierten en una conciencia insobornable. Cioran no
tiene nada que perder, por lo tanto puede ser libre. Estos
Cuadernos son el diario de viaje alrededor de su cuarto (pero también‑alrededor
de una ciudad que es todas las ciudades) de alguien que mira, reflexiona y
lee. Sobre todo, lee. Los libros son su vicio. Cuadernos. nos es una galería
de apuntes de lectura, las pinceladas incisivas de un lector que burila
medallones sobre el marfil de una erudición oceánica. Asi desfilan de
Marco
.
"Hay
tres acontecimientos en mi carrera:
mi nacimiento, mi renuncia al tabaco y mi muerte". Luego, la narración
de la muerte de su madre> que conoce a la distancia, en París. La
lejanía, que amplifica la imaginación, duplica el sufrimiento. Todo el
que haya perdido un ser amado lejos de sí revivirá el acerbo de ese
(doble) sentimiento de pérdida. En esa zona del libro, Cioran demuestra
que un escritor verdadero perfora los géneros, y qué narrador era
Cioran: "Esta noche, estaba en mi casa J.M., festestejábamos su
cumpleaños. Alguien ha llamado; no he abierto. unos minutos después, he
ido a ver si habían dejado una nota o algo. Nada. Una hora después, al
ir a buscar un libro, he visto un telegrama metido por debajo de la
puerta. Antes de abrirlo, ya sabía yo el contenido .Es un lugar común
que a Cioran se le ¡achaqué su pesimismo, y muchos lectores le huyen
porque lo consideran un depresor. Qué
error. Doy mi propio testimonio: siempre que
atravieso malos momentos, leo a Cioran No conozco mejor tónico. Cioran
nunca puede ser depresor porque
está poseído por la pasión de pensar y
escribir, y por lo‑tanto en
su prosa hay una ,alegría profunda, la alegría, reconstituyente del que
combate aun aceptando que la batalla está perdida de antemano, pero
sabiendo aquella dignidad de la derrota compensa su inevitabilidad. En
Cioran la angustia de la muerte, ese tema recurrente, disipa la angustia
de la vida. El suicidio, afrontado cara a cara como el problema filosófico
crucial, es reducido por la luz del pensamiento. El poeta Jules
Supervielle confesó que en ‑sus últimos años la lectura de Cioran
le hizo superar amargos trances y muchos lectores han aceptado que este
radiógrafo del suicidio los salvó cuando estaban cerca de, dar el paso
fatal. ¿Quizá los que acusan a Cioran de pesimista y «negro» prefieren
las plúmbeas verdades consagradas por programas y teorías, aun cuando
naveguen en soporíferas palabras? ¿0 será que lo insoportable les
resulta, no el pesimismo, sino que alguien diga en voz alta que sólo el
hombre que se mantiene al margen, que no actúa como los
demás, conserva la facultad de comprender? Se pierden la negación
vivificante, la capacidad de cauterizar heridas.
En
su original francés, Cahiers es un volumen de 999 páginas. Es presentado
por Simone Boué, quien tuvo a su cargo‑la trascripción de los
manuscritos, pero una nota de la editorial Gallimard aclara que también
Simone murió antes de que el libro saliera a la luz. la edición española
lleva un prefacio de la traductora del francés al alemán, una tal Verena
Von Der Hayden‑Ryrich,
quien nos informa que, Ios editores extranjeros decidieron hacer una
selección de unas trescientas págínas». Aparte de que la edición española
tiene 265 páginas de caja bastante
airada
y no
300.‑ ¿con qué <criterío
se ha hecho la selección? Nadie‑lo sabe. ¿Por
qué se ha
preferido una pagina a otra? Pero
lo peor viene luego, esta antología está
más que justificada por el hecho de que los cuadernos no representan un
conjunto de textos que el autor hubiera querido publicar, sino esbozos,
observaciones, ocurrencias, notas intelectuales y personales, que
constituyen. la materia prima de aforismos y fragmentos filosóficos
posteriores". ¡La prologuista descalifica a priori el libro que el
lector se apresta a leer, considerándolo una suerte de liquidación de
saldos y remanentes! Quizás hubiera sido más honesto reconocer que no se
animaron a costear un libro de mil páginas. Esto es inaceptable. En el
mejor de los ca os, podría decirse: pero bueno, si se trata de un libro
de fragmentos y aforismos, ¿qué problema hay en hacer una selección? A
lo sumo habrá mayor o menor acierto en preferir uno a otro. Es que los
Cahiers no son un rejunte de textos breves. Es ignorar lo‑que
significa el fragmento en Cioran, una estirpe, su modo constitutivo de
ser («llevo el fragmento en la sangre",), que paradójicamente le
permite una coherencia profunda en sus obras. Los Cahiers deben ser
ofrecidos íntegramente, por más que el volumen (fisico) de la obra
perjudique los cánones de producción y lectura del mercado. Porque
son el registro de una vida en su infinita complejidad. Aceptar lo
contrario es admitir . que se pueda amar a un ser humano
por pedazos: una nariz o una rodilla, y no en su
integridad. Así FrItulein Verena, o «los editores
extranjeros" o quien fuese, han mutilado el libro. Para citar un solo
ejemplo: las referencias de Ciorán a Paul Celan, a su suicidio, a su obra
y a su persona, son cruciales porque en esos textos Cioran confronta su
identidad de intelectual con la del gran poeta. Pues bien, la edición
castellana los ha truncado. Transcribe los textos referidos a la noticia
del suicidio pero no los de noviembre de 1970y abril de 1971, donde Cioran
vuelve sobre el tema, de manera que el lector de esta edición castellana
tendrá una impresión errónea y hasta inversa del pensamiento de Cioran
sobre el poeta suicida. En el desaguisado, también nos han privado de la
entrada del 6 de octubre de 1966, donde Cioran, confeso tanguero, hace
esta profesión de fe: "llevo en mí una Argentina secreta". ¿Qué
hacer? El lector argentino que quiera leer a Cioran puede tomar una decisión:
aprender el francés. Leer el francés de Cioran, ese diamante de claridad
y nitidez, concebido con los genes de La Rochefoucauld, pero también de
Simone Weil y Valéry, es una experiencia intransferible. En todo caso, si
finalmente no le gusta Cioran, siempre puede intentar con Flaubert o René
Char. Y espero que la Alianza Francesa me agradezca el aviso.
origen de datos: clarín cultura del 8/10/2000
|

"EN
PARIS, HASTA LOS
CUARENTA
AÑOS
COMIÓ
EN
LOS COMEDORES
UNIVERSITARIOS."

"CIORAN
USA LA IRONÍA,
EL
ESCALPELO,
DESMENUZA
SITUACIONES,
SE ESCRUTAN PIEDAD."
|