Coubert

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  retrato del pintor una taede en ornans el taller del pintor la verdad  
  las cribadoras del trigo combate de los gallos las bañistas el sueño  
  .La realidad al descubierto

AI retratar a campesinos, obreros y burgueses, tal como eran, sin poses ni gestos alambicados y en tamaño natural, revolucionó la pintura. Terminó, también, con el arte artificial de ninfas y efebos asexuados.que miembro de la Comuna de París y conoció exilios y persecuciones. \

Voilá de la vérité vraieF Acá está la verdad verdadera!), fue el titular de uno de los diarios que reflejaba el escándalo que produjo la obra Un entierro en Ornans, que Courbet expuso en el Salón de 1850-1851. En una época en la que las corrientes pictóricas respondían a la escuela neoclásica, al romanticismo, al simbolismo y a la pintura histórica, Courbet revolucionaba el mundo del arte. Arte y política, que mucho tienen que ver uno con otra en el revuelto París de ese entonces. Impactado por las obras de Rem-brandt en Holanda y frente a La ronda nocturna, Courbet se confirma -señala Marie Noaille- "en su resolución estética: apegarse a la representación de lo real y ponerlo al servicio del hombre. Todo ser, toda cosa puede y debe ser representada". Courbet romperá con lo establecido en su pasión por la verdad. Sin eufemismos, sin versiones académicas o edulcoradas, él va a pintar lo real sin artificios. Aunque resulte revulsivo. Alejándose de las convenciones realiza, en 1949, Une Aprés- dínée á Ornans (Una tarde en Ornans) en el que se ven unos campesinos de sobremesa. Courbet se despega de la tradición de utilizar pequeños formatos para representar temas triviales. El va a pintar a los campesinos y a los burgueses que conoce desde que nació, como personajes de tamaño natural, sin poses, y en los sitios y ambientaciones que les eran habituales. Poco tiene que ver esta estrategia con la representación que de lo popular hacía la pintura de la época. Esta pintura alborota al público y a la crítica... se avecina una pintura contestataria que hace de la realidad sin ambages, su tema. Balzac, Flaubert, George Sand y Stendhal, entretanto, convierten la vida contemporánea en sustrato del arte. Baudelaire decía, refiriéndose a la pintura, que había que reaccionar frente a "la pintura prolija, lo bonito, lo necio, lo enredado y también las pretensiosas falsificaciones, las nauseabundas insipideces y las melifluas delicuescencias". Era el clima de las barricadas que llevó a Courbet a reconocer: "Si no hubiese existido un 1848, no existiría mi pintura". "Alborotador y algo temible", Courbet participa de las reuniones sobre la "rive gauche", en la Brasserie Andier, en las que se comienza a debatir acerca de un nuevo realismo, del que se hace portavoz. Courbet pintó para la Exposición Universal, tres su exclusión: entierro en Or-nans, al que llama: la muerte del romanticismo, Los picapedreros y El regreso del mercado de Flagery. La crítica arrecia contra Courbet, lo acusan de vulgar, incluso se habla de inmoralidad.

"Quiero un arte vivo"

Los aires habían cambiado, y las esperanzas de 1848 cedieron lugar a la incertidumbre de un futuro que dejaba entrever el retorno del Imperio. En los medios oficiales, entonces, causaban inquietud las tendencias que, aun desde lo artístico, mostraban orientación democrática. El mensaje de Courbet en ese context era sin lugar a dudas subversivo, tai to en lo político como en lo artístico. En un soporte de más de tres metros por más de seis, Courbet realiza Un entierro en Ornans. Un formato reservado hasta entonces para la representación de príncipes y de héroes, es utilizado por el pintor como una especie de reivindicación. El mismo Théophile Gautier reconoce que no hay razón para que Andró-maca tenga el privilegio de llorar a Héctor, de tamaño natural, mientras que una viuda moderna esté obligada a restringir su dolor a una altura de pocas pulgadas. Courbet afirma su deseo de producir un arte popular mostrando que la pintura de los hechos de la vida cotidiana, protagonizados por los personajes cotidianos, pueden ser tan interesantes como la pintura de la vida de los reyes. Así se opone, además, a la pintura romántica, a la académica. "Exposición de principios", llamó Courbet a esta pintura que, además de su tamaño, fue criticada por lo que se llamó la extrema fealdad de sus protagonistas; al pintor lo catalogaron como "manierista en fealdad", tal vez por no idealizar unos rostros y unas expresiones para hacerlos, así, más apropiados al gusto de la época. En cambio, Courbet va a pintar en esta obra a sus conocidos y familiares. Mientras Delacroix admira el talento pero no los temas de Courbet, e lugres se lamenta de sus dotes perdidas , otros como Proudhon ven en Courbet el punto de partida del arte moderno. Al golpe de Estado le sigue, en 1852, la proclamación de Louis Napoleón como emperador. Entre tanto Courbet edifica, paso a paso y no sin escándalo, el Realismo. Incluso Napoleón III reaccionó violentamente ante la espalda desnuda de Les Baig-neuses, de 1853, "tan feas "dijeron-que ni un cocodrilo querría comérselas". Pero que fueron compradas por quien a partir de allí se convertiría en el amigo y mecenas del pintor : Alfred Bruyas. En la larga lista de los cuadros famosos rechazados en la historia de los Salones de París, se encuentra El atelier. "Una alegoría real determinando una fase de siete años de mi vida artística", según la tituló el propio Courbet. ¿Cómo reconciliar alegoría y realidad? Lo que Courbet quiere, nos dice, es representar su manera de ver la sociedad en sus intereses y sus pasiones. La escena transcurre en su atelier en París. El cuadro está dividido en dos partes. Courbet está en el medio, pintando. A la derecha "los amigos, los trabajadores, los amantes del mundo del arte. A la izquierda, el mundo de la vida trivial, el pueblo, la miseria, la pobreza, la riqueza, los explotados, los explotadores, la gente que vive de la muerte". Podemos ver a la derecha, amigos de Courbet, muchos de los cuales él ya había retratado, como Bruyas, Proudhon y Baudelai-re. A la izquierda, personajes diversos: miembros del gobierno, incluido Napoleón III, magnates de la prensa, personajes célebres como Garibaldi. También un rabino, un cura,... "un obrero de la ciudad en huelga" y una mujer irlandesa, símbolo del pueblo. Historia de su alma e historia del mundo, El atelier es también un manifiesto del Realismo. Otra obra, Las cribadoras de trigo, se transforma en una metáfora del acto de pintar. Las protagonistas son mujeres campesinas, del gusto de Courbet, mujeres reales presentadas sin artificio. Las figuras circulares del cuadro se multiplican y culminan en el tamiz que una de las mujeres sostiene con brazos musculosos. Según Michael Freid, " el pintor-espectador se fusiona con las cribado-ras, los granos de harina encarnan el pigmento, mientras el paño blanco se identifica con la tela". En 1855, la Exposición Universal ocupa una docena de hectáreas. Más de mil pintores exponen sus obras. Una sala para Ingres y otra que el in-discutido Delacroix comparte con Decamps. A Courbet se le rechazan once de los cuadros enviados. Decide entonces montar un barracón, a sus expensas, donde exhibirlos. En el catálogo de la exposición, Courbet escribe: "...Ser capaz de reflejar las  costumbres, las ideas, el aspecto de mi época, de acuerdo con mi apreciación^ ser, no sólo un pintor, sino también un hombre: en una palabra, hacer arte vivo, ése es mi objetivo".

Formas de provocación

De alguna manera Courbet marca el fin de un arte asexuado. Manet ya había expuesto en 1863 su De-jeuner sur 1'herbe (Desayuno campestre) y luego su Olimpia, sentando un precedente no libre de revuelo para la bien pensante crítica. En esos años Courbet se encuentra con el diplomático turco Khalil-Bey, quien adquiere dos telas de una audacia inédita: Le sommeil, y Lori-yne du monde. En la primera, dos mujeres desnudas duermen entrelazadas. En la segunda, el autor da cuenta de un cuerpo femenino desnudo y fragmentado: sólo se ve el torso, sin cabeza. Este cuadro siempre se expuso cubierto por otro; inclusive el psicoanalista Jacque Lacan, lo tenía así en su casa para exhibirlo sólo a los íntimos. Hoy , en el Museo d'0rsay, se muestra sin velos. (Ver El Arca 28). Tanto la vida de Courbet como su pintura, asumen muchas formas de la provocación. En la época de la Comuna, Courbet participa activamente de los sucesos políticos. En 1870 fue elegido presidente de la Comisión de Museos y luego consejero comunal y delegado por Bellas Artes. En ese entonces se había derribado la Columna Vendóme, como símbolo de derrumbe del poder imperial. Courbet, aunque no fue directamente responsable del hecho, fue culpado por ello a la caída de la Comuna. Según parece, Cour-bet había vaticinado: "Verán, cayendo ella me aplastará". Aunque Courbet se había dedicado, personalmente, a salvar obras durante los bombardeos que caían sobre el Louvre, en momentos de la contrarrevolución fue condenado a seis meses de prisión. En 1874 el pintor fue obligado a pagar los gastos de la restauración de la Columna Vendóme. Sus pinturas y sus bienes fueron confiscados y vendidos en subastas. Courbet debió exiliarse en Suiza ante la imposibilidad de afrontar los compromisos impuestos. Allí sigue pintando y realiza una serie de paisajes alpinos. A los cincuenta y ocho años, Courbet fallece a consecuencia de una cirrosis hepática. El había escrito: "Espero poder realizar en mi vida un milagro único, espero poder vivir de mi arte durante toda la vida sin alejarme nunca ni un punto de mis principios, sin haber mentido a mi conciencia ni por un solo instante, y sin haber hecho ni siquiera un palmo de pintura para gustar a cualquiera, ni para ser vendida"

-El ocaso de una tríada

HORACIO WALTER BAUER

Para encontrar los orígenes de esa propensión a considerar al bien, a la verdad y a la belleza, como configurantes de un equilátero, tai vez sea menester remontarse a los tiempos clásicos de ia Grecia pensante. Una doncella por ser bella, connotaba verdad y bondad. Traída esa concepción a tiempos más cercanos, el deleite espiritual generado al contemplar el rostro de Isabel Adjani, nos permitiría deducir -sin temor a equivocamos- que de existir (más allá del fantasma o imagen fotográfica) debía ser bueno, por ser bello. Esta tendencia que ahora puede parecer ridicula -si pensamos en los numerosos asesinos con "cara de ángel"- explica las profusas representaciones desde el primer Renacimiento, hasta el polimanierismo que no sucumbió ni en el siglo XX. El paradigma podía enunciarse del siguiente modo: "los buenos" son "bellos", y "los malos"(salvo los malvados instrumentales típicos, como Salomé o Dali-la) son 'feos". Con esta postura, los pintores del absurdamente denominado i "realismo (nazi, fascista o simplemente) i socialista", llevaron a los líderes máximos al lienzo, a modo de encarnacio-i nes luminosas de Federico Barbarroja, Julio César o Alejandro Newsky, a quienes nadie pudo fotografiar, pero que se los supone como descendientes de Hércules y Venus. (Conf. Ei film de Eisenstein Alexander Newsky). Tampoco hay registros fidedignos de Salomé, Dalila, Judith y Cleopatra, ¿pero cómo i no representarlas "bellas", si sedujeron a los grandes jefes adversarios? (Cleopatra por partida triple, debe haber sido bellísima, aunque algún revisionista desconsiderado diga lo contrario). Durante siglos, para el imaginario de la plástica, el Diablo era ei más "feo". Ello, hasta que se comprobó que la belleza también podía ser instrumento del Príncipe de ¡as Tinieblas (conf. El film La belleza del Diablo, con la estupenda interpretación de Gerard Phillipe). A mediados el siglo XIX, aunque no fue el único, Courbet resultó el más franco y decidido -entre los naturalistas y realistas- en abordar la obra artística desde la realidad, como se le presentaba, sin incorporarle atributos transformantes, de aquellos que lograban que el tuerto mirara como el dos de oro, que el petiso fuera alto o el morrocotudo, esmirriado. Pintaba al pan como a! pan y alos hombres simples de su pueblo (Ornans) como eran, sin acentuar "lo que eran" porque en ese atributo se filtraba la trampa de "lo bello", según y conforme las pretensiones de la clase dominante y de los críticos que la interpretaban. Con su revolución Courbet sacudió, para la plástica, los fundamentos de la tríada verdad-bien-belieza. Ya no se podía pasar de uno a otro elemento, con el supuesto que cualquiera envolvía a lo otros. Lo vulgar podía estar representado y ser materia genuina de la obra de arte, cuyo contenido posible se ampliaba, sin exclusiones. El atelier del artista, imponente óleo de Courbet (y primera obra a salvar, en caso de una catástrofe del Musée d'0rsay), es un ejemplo contundente de esa actitud, en la que nada de lo que pasa en el mundo, comenzando por las contradicciones, le es ajeno al artista. La única condición para validar la obra será su plasmación. A partir de Courbet, la nueva tríada descansará en el genio, el oficio y la moral del autor.

Donde conviven tirios y troyanos

En el Museo d'0rsay de París, se han reunido bajo el ámbito de lo que fuera una estación ferroviaria, ahora recicla-da por la arquitecta italiana Gae Au-lenti, obras pictóricas, escultóricas y artesanales, producidas en la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX. Conviven allí tirios y troyanos, es decir, los principales referentes del academicismo, los autores "pompiers", los eclécticos y los expulsados de los salones oficiales. Como en Pére Lachaise, después de las desavenencias temporales, llegó la pax unificante.

El Segundo Imperio contra Courbet

l.CH.

Amoid Hauser -en su Historia social de la literatura y e¡ arte- destaca que, a mediados del siglo XIX, la crítica conservadora despreciaba la pintura de artistas como Courbet por carecer de todo idealismo y de toda moral, por gozar en lo feo y vulgar, en lo morboso y obsceno, y por representar una imitación servil e indiscriminada de la realidad. A los bien pensantes les afectaba que Millet pintara la apoteosis del trabajador corporal, convirtiendo al campesino en héroe de la nueva epopeya; o que Daumier describiera en sus grabados la obstinación y la torpeza del burgués enraizado en el Estado, mofándose de su política, de su justicia, de sus diversiones, descubriendo la farsa que se disimula detrás de la respetabilidad burguesa. Pero especialmente les irritaba Courbet por la fealdad de sus campesinos y trabajadores, por la corpulencia y tosquedad de sus mujeres de clase media, por su revolcarse en el fango, por su desprecio a todo idealismo, por esos cielos de Ornans que no transmitían mensajes, por la ausencia de situaciones fabulosas y míticas. En una palabra, por abordar a los seres humanos o a los ciervos, vacas, perros y pescados, a las rocas, al bosque, a las aguas y a los elementos de trabajo, con el desparpajo del despojo y sin pretensión de embellecimiento alguno. Etienne Gilson (Pintura y realidad) ha observado que el sólido realismo de Courbet, no siempre exento de vulgaridad, ejemplifica bien la reacción normal de un artista de fuste ante el manierismo de las escuelas. Como en ciertas tendencias de la Edad Media, para aquellos que no creían en la realidad de las ideas subsistentes (de Platón) o en la realidad de las especies (de Aristóteles), no quedaba otro camino que la identificación de la realidad con los individuos concretos. Esa fue la procura de Gustave Courbet, que fue considerada revulsiva por sus contemporáneos de la clase dominante, durante ese período clásico del eclecticismo que se conoce como Segundo Imperio, donde París -en lugar de centro de arte y cultura- se había constituido en la metrópoli del placer, con sus restaurantes, operetas, salones, academias y exposiciones internacionales, integrando un espacio polifacético, escenográfico, decorativo y congruente con el baile de los ricos.