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LA GUERRA DEL PARAGUAY La Guerra de la Triple Alianza duró casi seis
años, entre 1865 y 1870. Fue un episodio trágico, en el
que perdieron la vida centenares de miles de personas, entre ellas la
mayor parte de la población masculina del Paraguay. CÁNDIDO LÓPEZ Hay en la historia del arte hombres de biografías'
tumultuosas cuyas vidas son, en sí mismas, una obra, a veces maldita,
a veces regocijante. Hay otros cuyo destino queda asociado a un hecho
que por su magnitud los supera y arrastra, dejando en un costado de sombra
su circunstancia personal. Éste fue el caso del pintor Cándido
López, sin duda el más singular de los pintores argentinos;
tal vez el más argentino de nuestros pintores. Su obra y la Guerra
del Paraguay quedaron indi solublemente unidas en su voluntad de dar testimonio
de aquel magnicidio que él, paradójicamente, relató
casi en miniaturas.Existe un momento en que
se cruzan su destino de pintor y su circunstancia de soldado armando una
escena que cambiará su vida. El 22 de septiembre de 1866, Lopez
al mando de una compañía de soldados, avanza hacia las trincheras
paraguayas. En la confusión del ataque, un casco de granada le
despedaza la mano derecha. El sable ha volado por el aire; López
lo toma con la mano izquierda y continúa marchando al frente de
sus hombres casi hasta alcanzar las posiciones enemigas. Unos pocos metros
antes del objetivo, se desploma bajo un árbol, debilitado por la
pérdida de sangre y el sol quemante. Allí lo auxilia su
asistente, quien, minutos después, ante sus ojos atónitos,
es muerto por otra granada. López hace un torniquete a su brazo
y pierde la noción del tiempo; entre la debilidad y el sopor, oye
el toque de retirada, vuelve en sí y ve al general Mitre, comandante
del ejército aliado, en una actitud tan serena -así cuenta
en su diario- que le infunde fuerzas para trasladarse por sus propios
medios al campamento argentino de Curuzú Cuatiá. Desde allí
es retirado del frente de batalla. Como resultado de esta herida, le será
amputado el antebrazo derecho por arriba del codo. Cándido López
tenía veintiséis años y su carrera de pintor, que
había comenzado a los dieciocho, cambió radicalmente.A
su regreso de ese infierno, dueño sin duda de una gran tenacidad,
López adiestró su mano izquierda para la pintura. A partir
de 1870 comenzará a pintar sobre una serie de noventa dibujos y
bocetos a lápiz tomados en los lugares de los hechos, los óleos
por los que se hará, casi un siglo más tarde, tan famoso
como inclasificable. Porque lo cierto es que en la historia de la plástica
argentina, Cándido López no se parece a nadie. Su obra no
tiene parangón ni antecedentes. Durante décadas, su valor
como pintor estuvo reducido al de cronista documental, casi sin crédito
estético, lugar donde él mismo se coloca. Desaloja de su
pintura toda intención personal, para ponerla al servicio de una
narración que despliegue frente a los ojos del espectador la representación
de los sucesos bélicos que vio y vivió. De la Guerra del
Paraguay le quedará el apodo de "el manco de Curupaytí". Sobre su obra y sobre él mismo se
abre cierta incógnita que, superados el olvido y el primer confinamiento
de sus cuadros, sigue de algún modo en pie. Se trata de su resistencia
a ser catalogado, de su posición excéntrica respecto de
los pintores y de la pintura canónica de su tiempo. Seguramente
existió en López una voluntad de subordinar sus vat¿res
personales y estéticos a otros que le parecieron más nobles:
los del patriotismo y el deber. Sentimientos que sin duda predominaron
por encima de sus íntimas convicciones. Como un "deber documental",
Cándido López presentó sus cuadros a la consideración
de los demás. Así fue como en 1885, cuando el público
vio por primera vez sus pinturas, expuestas en el Club Gimnasia y Esgrima
de Buenos Aires, las juzgó de acuerdo con el criterio con que el
propio autor las presentaba: como ilustraciones de la guerra. A esto se
agregó cierta cuota de condescendencia hacia el autor, ya que se
trataba de un inválido de guerra" que había pasado
los últimos años pintando esas vistas panorámicas,
en el retiro modesto de algún pueblo de la provincia de Buenos
Aires. Sin embargo, aunque lo parecía, Cándido López
no pintaba en el desierto. Corrían las décadas de 1880 y
1890, años en que los pintores argentinos, inspirados en el estilo
de los movimientos vigentes en Europa, producían cuadros como los
del pintor uruguayo Blanes sobre temas militares e históricos,
o los de Sívori (El despertar de la criada, de 1887) o De La Cárcova
(Sin pan y sin trabajo, de 1892/1893), ligados a una estética de
la representación y a un momento sociopolítico del país.
Cándido López permanece enigmáticamente al margen
y no se plantea una relación con sus contemporáneos. Obsesivamente,
sigue su camino solitario reconstruyendo compañías enteras
de soldados diminutos sobre el fondo de un paisaje subtropical, y bajo
cielos increíblemente hermosos. La misma escrupulosa minuciosidad
vuelca en sus naturalezas muertas, algunas de ellas con detalles asombrosamente
modernos. Cándido López nació en Buenos Aires el
29 de agosto de 1840, en el barrio de Montserrat. Moriría en esta
misma ciudad en 1902. Sus padres eran Sebastián López y
Josefa Viera, de larga estirpe criolla. Desde la infancia se hizo evidente
la que sería su vocación y sus padres deciden mandarlo a
estudiar con un maestro argentino, Carlos Descalzo, quien más tarde
lo deriva al taller del pintor Baldassare Verazzi; el aprendizaje en este
taller incluía dibujo, composición y perspectiva, corno
base fundamental. Por lo que enseñaba Verazzi, sabemos de la formación
académica de Cándido López. A los dieciocho años
pinta su Autorretrato, que lo define en cuanto a técnica y en el
que se advierte la limpia dez del trazo y su sensibilidad para el color.
Es un poco el anuncio de su postre rior camino solitario dentro de la
naciente pintura argentina. El modelo consagrado por la Academia sólo
podía ver con desconcierto o descalificación las formas
que no encajaban en él, y éste era el caso. Conociendo los
elementos de la pintura clásica, se percibe la decisión
temprana del pintor de apartarse de los criterios de la época y
seguir su propio camino. Tal vez contribuyó a esta actitud solitaria
y la fomentó, el hecho de vivir en pequeños pueblos como
Mercedes o San Antonio de Areco.A partir
de 1859 López forma una sociedad con el fotógrafo francés
Juan Soulá y viaja por la provincia ofreciendo sus servicios de
retratista al óleo y al daguerrotipo. En 1863 solicita una beca
para perfeccionarse en Europa, como era de rigor en los pintores de mediados
del siglo XIX. Bajo la gobernación de Valentín Alsina, durante
el gobierno de Mitre se aprobó esta adjudicación de becas
que estrecharía las relaciones históricas de la pintura
argentina del siglo XIX con los modelos y estilos europeos. Cuestiones
cireunstanciales de presupuesto determinaron que Cándido López
no la obtuviera. Por este hecho, casi fortuito, su destino quedará
sellado no lejos de la Argentina sino en convivencia directa con los conflictos
que muy pronto estallarán en la Guerra de la Triple Alianza.En
estos primeros años de su juventud es su mentor el maestro lombardo
Ignacio Manzanoni Mitre era admirador y amigo de este pintor italiano,
romántico, seguidor de Garibaldi y de los ideales liberales. Manzoni
fue quizás el escalón para el acercamiento de Cándido
López al mitrismo que lo llevará, poco después, a
su enrolamiento voluntario. En junio de 1865, sorprendido en San Nicolás
por la declaración de la guerra, se enroló en el Batallón
de Voluntarios de San Nicolás que integraba el 1,r Ejército
del general Wenceslao Paunero. De este cuerpo de ochocientos hombres,
sólo treinta y ocho regresarían. Un año y medio más
tarde, en febrero de 1867, después de haber participado en las
principales batallas, se disponía su pase al Cuerpo de Inválidos
como teniente primero. En 1872 se casa con Emilia Magallanes. Tuvieron
doce hijos. Vivieron en dife- UN ARTISTA LARGO TIEMPO IGNORADO Cándido López (1840-1902) representa un caso extraño en la historia del arte argentino del siglo XIX. Es el único artista de su generación cuya obra fue rescatada del olvido y valorada mucho después de su muerte. Sin duda, las circunstancias de su vida y las características de sus cuadros contribuyeron a este fenómeno. En 1885, veinte años después de haber participado como voluntario en la Guerra del Paraguay (donde perdió su mano derecha), López realizó una única exposición de su serie de cuadros inspirados en la guerra. Tanto los organizadores de aquella muestra como la crítica periodística destacaron la "veracidad histórica" de sus pinturas y la "abnegación patriótica" de aquel inválido de guerra. No eran arte, eran documentos, y así las presentaba el pintor mismo. Hoy vemos en ellas una frescura en el dibujo, rica y compleja composición y tales sutilezas en el color que no dudamos en considerarlas objetos artísticos de alta calidad.Pese al reconocimiento de sus virtudes patrióticas, no le fue fácil interesar al Estado en la compra de sus cuadros, que finaIrr ' ¡ente fueron adquiridos para el Museo Histórico Nacional. Fue sólo en la década de 1930 cuando, gracias a la iniciativa del crítico e historiador José León Pagano, la obra de López hizo su ingreso en la historia del arte nacional. Al incluirla`en la exposición Un siglo de Arte en la Argentina en 1936, Pagano sostuvo sus valores estéticos y en 1949 publicó la primera monografía sobre el artista, instalando así -un interés que culminó con la gran exposición retrospectiva del Museo Nacional de Bellas Artes en 1971.Pero, sin duda, las claves de esta singular fortuna crítica deben buscarse en la distancia evidente entre las decisiones formales e iconográficas tomadas por Cándido López y las convenciones de su tiempo. Para su serie de la guerra, eligió un formato extraordinariamente apaisado (tres veces la altura en el ancho de la tela), que se prestaba para desplegar vastas escenas enfocadas desde un punto de vista alto, y que le permitía ofrecer una imagen de la guerra casi tan clara como un mapa, como una maqueta de las estrategias y acciones militares.Debe tenerse en cuenta que la Guerra del Paraguay fue la primera en ser ampliamente documentada gracias a la fotografía. Pero, a diferencia de otros artistas, López eligió pintar escenas imposibles de abarcar con una lente. Conocía las reglas académicas de la pintura y las técnicas de la fotografía, pero decidió tomar un camino diverso. La misma originalidad en el uso de los medios de representación puede percibirse en los bodegones o "cuadros de cocina" que realizó entre 1885 y 1895 con fines comerciales y que a veces firmó con su apellido al revés: Zepol. |