ALBERT CAMUS

 

Borges se refirió en alguna ocasión a Stevenson como "uno de esos amigos que me dio la literatura". En efecto, hay ciertos escritores por los que sentimos algo que no puede ser descrito sencillamente como admiración o interés sino que merece ser llamado amistad. Ni siquiera quizá los tenemos por los más grandes, sino por los más nuestros. Nos identificamos con sus temas, con su humor, con el tono de su voz, con sus caprichos y hasta con sus debilidades o errores, que por tanto no nos resultan muy fáciles de disculpar. Preferimos su compañía a la de otros más grandes pero más ajenos. En sus páginas nos hallamos a gusto y sentimos ese calorcillo estimulante de reconocimiento mutuo que sólo se obtiene fuera de ahí bebiendo alcohol bien acompañado en algunas tabernas. No todos los autores se prestan a esta forma de camaradería. La imagino difícil con Goethe (a pesar de Eckermann) o con Calderón de la Barca, pero creo que es fácil con Chesterton y casi inevitable con Montaigne. Sin duda Albert Camus es uno de los protagonistas literarios de nuestro siglo que más amistades entrañables han des­pertado en sus lectores. Y desde luego también de los que ha concitado, al menos cuando aún vivía, antagonismos más irrevocables. Estos últi­mos son no menos comprensibles, porque hay en torno a Camus una aureola casi insultante­mente positiva: fue atractivo, elegante sin afec­tación, moderno, valiente, recto, deportivo, un chico de la calle humilde pero arrollador, tocado por la gracia del fervor popular en cuanto hacía, fuese periodismo, novela o teatro, radical huma­nista de la política en tiempos especialmente inhumanos, laureado con el Premio Nobel más joven que nadie... Se enfrentó a todos los totalitarismos en una época en que prácticamente no se encuentra ningún intelectual que no coquetease antes o después al menos con uno de ellos y a veces, sucesiva y contradictoriamente, con más de uno. Siendo así, ¿cómo no envidiarle mucho, cómo no detestarle un poco, igual que se siente ojeriza por el infalible primero de la clase? Y sin embargo, despierta amistad: porque sabe mos­trar el lado irrepetible y frágil de cada uno de nosotros, porque se declara incompleto, insatis­fecho, falible, porque sostiene principios eleva­dos pero demuestra amar hasta lo menos excel­so de la vida, porque cultiva los razonamientos pero no escamotea su desenlace absurdo, por­que muestra más de lo que demuestra, porque no se le puede confundir con un profesor y guar­da siempre en él algo de trémulamente joven e inmaduro. Hasta la muerte fue galante con él, ahorrándole ¿ahorrándonos? las redundan cias o las dimisiones de su envejecimiento. El hombre rebelde es quizás uno de los ensayos más perfectos y emblemáticos del siglo XX. Es la obra de un hombre de letras y de corazón, no de un erudito estudioso. La meditación histórica de un inconformista perplejo, no el vómito rencoroso de un resentido, ni la autopsia gélida de un diseccionador del sufrimiento humano. Pero encierra un diagnóstico que los acontecimientos de nuestra época y quizá los de mañana  no permiten pasar por alto: los seres humanos llegan a serlo del todo cuando se rebelan... mientras no vuelvan su rebelión contra la humanidad misma que tratan de alcanzar y que deben compartir. La injusticia es aborrecible pero la crueldad no sabe corregirla y, antes o después, se convierte en cómplice. De los hombres sólo sabemos que mueren y no son felices: merece la pena sin embargo intentar que sigan siendo hombres .

  autor:Fernando Savater

El filósofo y escritor español Fernando Savater es autor de títulos como Eticoapara Anudory Apología del sofista.  

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Hay ciertos escritores por los que sentimos algo que  no puede ser descrito como admiración o interés sino que merece ser llamado amistad.

 

 

 

 

 

 

 

 

No todos lo autore se prestan a esta forma de camaradería. La imagino difícil con Goethe, pero cre que es casi inevitable con Chesterton.