ADOLFO BIOY CASARES

 

  libro  

Adolfo Bioy Casares (1914-1999) creció en una familia de estancieros. Su padre, un lector voraz, escribió dos volúmenes con sus recuerdos anteriores a 1900. Su madre, Marta, era hija del fundador de "La Martona", Vicente L. Casares. El autor se nutrió de una esmerada formación cultural francesa que entonces daban a sus hijos las familias ricas de la época y heredó de sus padres, según él mismo afirmó más de una vez, la pasión por los libros. En su adolescencia, Bioy consumía historias policiales como las de Arthur Conan Doyle, creador del detective Sherlock Holmes, mientras escribía sus primeros libros de ficción. "Vanidad o una aventura terrorífica", de 1928, fue su primer relato fantástico y policial. Cuando escribió "Prólogo", en 1929, su padre -que había leído y corregido el texto- lo convenció para que publicara 300 ejemplares. Mucho más tarde Bioy descubrió que su padre había pagado esa edición. Aunque estudió Derecho y Filosofía y Letras, no concluyó ninguna de las dos carreras. Poco tiempo antes de publicar su libro "Diecisiete disparos contra el porvenir", Bioy había conocido en la casa de Victoria Ocampo a Jorge Luis Borges. Era, ya por ese entonces, un personaje de la vanguardia literaria conocida como grupo Florida fue, más tarde, uno de los protagonistas de la revista "Sur". Esa relación puso a Bioy Casares en contacto con ciertas obras de la literatura argentina, como la de Sarmiento y la poesía gauchesca, y lo incitó a incorporar a su biblioteca personal publicaciones de narradores de lengua inglesa. Entre ellos Joseph Conrad, Rudyard Kipling, Herbert George Wells y Robert Louis Stevenson. Desde entonces Borges y Bioy compartieron una amistad que se tornó leyenda. Fue un encuentro intelectual prolífico entre dos personas vinculadas por una misma pasión. Pero también fue una camaradería de muchachos que envejecieron juntos y compartieron anécdotas y confidencias, trabajo y diversión. En 1936, Bioy y Borges publicaron una revista titulada "Destiempo". Poco después comenzaron a trabajar en conjunto, dando lugar a libros imaginativos que firmaron con el seudónimo H. Bustos Domecq. El más famoso fue "Seis problemas para Isidro Parodi" (1942). La colaboración literaria se extendió también a la narradora y poeta Silvina Ocampo, que era hermana de Victoria y que fue esposa de Bioy Casares desde 1940 hasta que murió, en 1993. Entre los tres compilaron la "Antología de la literatura fantástica" (1940). En 1946 Bioy escribió con Silvina la novela "Los que aman, odian" publicada en la colección de relatos policiales "El séptimo círculo", dirigida por Borges y Bioy. Su primer libro "oficial" fue "La invención de Morel" (1940) que cosechó importantes premios y que fue traducida a varios idiomas. En los años posteriores aparecieron algunos de sus títulos más significativos: "Plan de evasión" (1945) y los cuentos de "La trama celeste" (1948). En una noche de insomnio inventó la trama del relato "El perjurio de la nieve". Esa etapa de excepcional creatividad tuvo su culminación en 1954 con "El sueño de los héroes", considerada por gran parte de la crítica como la mejor de sus novelas. En 1962 se publica "El lado de la sombra" y en 1969 aparece "Diario de la guerra del cerdo", que trata del choque entre generaciones. "Dormir al sol" (1973), en tanto, narra en clave de relato fantástico el experimento de cambiar el alma de las personas a través de una operación quirúrgica. El amor y lo fantástico son dos de las vertientes principales de la obra de Bioy y muchas veces su ficción las cruza. En 1985 publica "Aventuras de un fotógrafo en La Plata" y en 1993, "Un campeón desparejo", que es la historia de un individuo que puede convertirse en justiciero porque le asignan fuerzas sobrenaturales. Un año más tarde publica sus "Memorias". En una entrevista le preguntaron con qué palabras querría ser recordado en la posteridad, a lo que respondió: "Le gustaba la literatura".

  ORIGEN DE DATOS: HISTORIA VISUAL ARGENTINA

POR:MARCELO BIRMAJER

En muchas de sus ficciones, Adolfo Bioy Casares imaginó máquinas o modos artificiales de preservar el alma humana más allá del cuerpo: en el cuento "Los afanes", en la novelas La in-"' vención de Morel y Dormir al sol, entre otras. Quizás el legado postumo de Bioy sea esta máquina que al menos produce la impresión de mantener viva su alma: su diario. Su diario funciona como uno de sus artefactos metafísicos. Una de las entradas más repetidas es "copulé vigorosamente", y no es difícil advertir que su afán de encontrar una puerta para prolongar la vida y su amor sexual por las mujeres eran un mismo camino. Bioy, nos revela en su diario, encontraba en el amor con las mujeres un sentido que excedía a la mujer misma. Hallaba una totalidad que no podía ser sin una mujer concreta, pero que tampoco era exactamente la mujer en cuestión. De ahí que haya tantos renglones hablando mal de las mujeres, mientras no deja de buscarlas y conseguirlas. Entre los chismes más jugosos del libro, encontramos una confesión: aceptó escribir algunas líneas favorables sobre la novela de una escritora, a cambio de que ella se acostara con él. En algún otro momento, Bioy recuerda con empatia que Henry James amaba los chismes. Curiosamente, James escribió un cuento, "El guante de terciopelo" (no mencionado en el diario), donde precisamente una mujer muy hermosa le ofrece su cuerpo a un prestigioso escritor a cambio de un prólogo. En el cuento, el escritor se niega terminantemente. Bioy, en vida, le cambió el final.Aunque no se narran enfáticamente, los recuerdos de Bioy son una equilibrada sucesión de éxitos: literarios y sentimentales. Hay alguna que otra mención a los iniciales fracasos, inevitables; pero el grueso del libro es plácido, alegre, con excepción del único desafío del que ningún hombre sale vencedor: la vejez. Sin embargo, sobrevuela todo el diario una pátina de desencanto, de frustración -tan poco enfática como la descripción de sus alegrías-, inexplicable, que cobra forma en una frase encantadora: "Con el amaneramiento propio de su oficio, me preguntó: - ¿Cómo se llama su  pareja? Con la pedantería propia del mío, le contesté: -Tedium Vitae".
Esta aceptación de que la vida en sí misma -más allá de lo que uno haga o deje de hacer- incluye ineludiblemente el dolor del aburrimiento, resulta especialmente inquietante en un diario como el de Bioy: si un hombre con semejante fortuna en e i amor, con tanto talento, éxito y con un buen pasar económico -los viajes, las co midas, los hoteles- no puede considerarse a sí mismo entretenido, feliz; ¿entonces quién?. Bioy, según su diario, fue un hombre casi feliz, y es probable que ese punto sea el máximo al que pudiera arribar. No encontramos plegarias desatendidas: sólo la de la eternidad que, probablemente, resultara la única cuya satisfacción no fuera realmente querida. Bioy expresaba con claridad sus deseos y disfrutaba de su concreción. Las mujeres que le deparaban esta alegría, no siempre la compartían. Muchos escritores que habitaron la mis
ioca y los mismos espacios de Bioy sentirse aliviados de no haber cambiado una palabra con él: su ,Ciudad para describir a la mayoría de legas es demoledora. Una de las me•ntradas al respecto, en el sentido de . tan simpática como justificada -en iste con otras que no tienen más jus-tivo que la malicia- es la siguiente: silvinana Bullrich, por televisión, leyó  una lista de los premios que se había ganado y dijo: 'Los escritores .recibimos menos de lo que merecemos;  recibió más'. Dijo que lo que le al país era tanto, que al irse demos-si ingratitud (si se habla de quién de-quién, lo que no me parece necesario deberá tanto el país a Borges como -Borges al país? Sin duda, más el país  También dijo que Borges era limite y que padecía de como precoz. A *pocos días de estas declaraciones murio borges. Ella reconoció que había estado mal, se quejó de los amigos que la | habían censurado por lo que había dicho y | a manera de excusa explicó: 'Fue como si se me escapara un pedo'. Para emplear un estilo que no desentone con el contexto, yo diré: el broche de oro".Dos prodigios estilísticos logra Bioy en este libro: uno es que a sabiendas de que estos escritos alguna vez serían leídos, lo-| gra el tono perfecto de quien escribe con la liviandad de que nunca se descubrirán. El otro es que consigue presentar sin aburrir los espacios muertos de la cotidianei-dad: da la impresión de vida real, con toda su carga de tiempo inútil y pequeños contratiempos. Por pueril que resulte, sus opiniones sobre la vida sólo pueden describirse con un adjetivo: sabias. Bioy narra episodios breves, contundentes, donde disfrutamos la ilusión de comprender, de acceder al sentido más inasible. Y, sin embargo, al cerrar el libro continuamos tan desconcertados como su autor.Faltan en esta bitácora de vida algunos puntos centrales de su intimidad: ¿qué lo enamoraba de su esposa, cómo era el amor con ella, la mujer con la que compartió su vida entera? De los muchos "copulé vigorosamente", no hay uno solo incluido dentro de los recuerdos de su matrimonio. Quizás obedezca a un muy comprensible, incluso elogiable, pudor sentimental: cuento todo, menos lo que hago con mi esposa. Tampoco dedica mayores espacios a describir su relación o sus sentimientos hacia sus hijos. Más allá de su convicción de que los niños no alegran la casa, no podemos deducir su vida como padre. Esta ausencia causa cierta pena indefinible en el lector. No ocurre lo mismo con sus padres, a quienes les dedica algunos de los recuerdos más conmovedores del libro.Las opiniones literarias abundan, son honestas y valiosas. Manifiesta su alegría cuando sus libros se venden y su certeza de que escribe para ser leído. Entre sus novelas favoritas, enumeradas en un pequeño párrafo, se encuentra la de un autor inglés que hubiera suscripto la mayoría de sus puntos de vista profesionales: Cakes and Ale, de William Somerset Maugham, traducida como Rosie en las ediciones argentinas.Su collage de los peores años de la Argentina, los de la dictadura de Videla, son sensibles y reveladores. Y algunas de sus opiniones políticas poseen un sentido común que teorías más abigarradas no han alcanzado: "Ideal. Rencor, odio, como en la frase 'murió por sus ideales'. '¿O usted supone que murió pensando en una sociedad donde reinaría la paz perpetua?' No, señor, murió pensando: 'Voy a acabar con estos hijos de una tal por cual'".En este país desventurado y dulce, uno de nuestros mejores escritores pudo disfrutar la vida: no es poco. Estamos invitados a compartir juiciosamente las alegrías de un jardín ajeno.

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